Su cine, considerado de culto por una legión de fanáticos, tiene la marca de lo corrosivo y de lo declaradamente bizarro. Y por lo general, su nombre y apellido, John Waters, no figura en los diccionarios académicos del cine. Su último film, igualmente conocido sólo en video en nuestro medio, Cecil B. Demente, sólo mereció breves comentarios en los medios periodÃsticos y sÃ, extensas páginas, en revistas de las llamadas under.
En su Baltimore natal (John Waters nació en 1946), transcurre su nuevo film, que estuvo contadas semanas en algunas salas de Capital. Su nombre, Adictos al sexo, un relato que lleva a transitar un cruce entre la moral puritana de gran tradición british y una sucesión de advenimientos y despertares que transforman todo ese espacio geográfico en una gran puesta en escenas orgiásticas. Obra mayor, para la crÃtica que ha seguido muy de cerca toda su trayectoria, A dirty shame (su tÃtulo original) confirma todos los epÃtetos que ha merecido a lo largo de su carrera; tales como "El papá de la basura", "El prÃncipe de la Caca", "El Maestro del buen mal gusto", según latitudes y nuevas miradas.
En la curiosa filmografÃa de este realizador, que dice ser discÃpulo de aquel melancólico Ed Wood (memorable el film de Tim Burton), ya desde algunos de los nombres accedemos a un universo en el que salen en primera plana lo kitsch y lo trash; tÃtulos que por otra arte han merecido la atención de los programadores de I-Sat en su ciclo de cine bizarro. Entre sus films, son ya piezas antológicas, Pink Flamingo, con su Ãcono actoral, Divine, Hairspray, Cry-baby, film en el margen con una de las primeras actuaciones de Johnny Deep y Poliéster, una pelÃcula que se dio a conocer, a principios de los ochenta, con el sistema Odorama, que le permitÃa al público experimentar los mismo olores que se sugerÃan en la pantalla. En 1994, dio a conocer Madre asesina con la sex symbol de los 80, Kathleen Turner, quien interpreta a una homicida serial en un clima de corrección familiar.
A pesar de que se declara un no violento -en estos dÃas se ha transmitido una entrevista por Films And Arts en el programa "Desde el Actor`s Studio"-, el hombre de los bigotes afilados y rostro casi empolvado hace estallar en sus film una oleada de hechos que transgreden toda norma y toda lÃnea de demarcaciones. Y frente a las edulcoradas comedias de happy end, de novios que corren y novias en fuga que suelen conciliar con una canción tipo marcha nupcial, tal como el cine de la era Bush lo exige, el cine de John Waters (hombre también el de la industria) es una dislate de equÃvocos y cruces impensados, de cierta inocencia preadolescente y explosión de sentimientos acalorados, en lo que al sexo y a convenciones, claro está, se refiere.
De cómo los habitantes de una comunidad comienzan a experimentar excitaciones a través de un efecto dominó, Adictos al sexo se hace cargo apuntando, corrosivamente, a desmontar el gran espejismo de la moral del "sueño americano". Amas de casa, madres e hijas, obreros de la construcción, entran todos en un espacio en el que, frente a cierto hecho, comienzan a perder la cabeza. Se trata de dar rienda suelta a lo reprimido, como en otro tono y en otra lÃnea lo marcaban aquellos hastiados burgueses en el film de Luis Buñuel de 1961, El ángel exterminador.
En su permanente oficio de reinventar y poner en crisis el concepto de "mal gusto", John Waters, de quien se puede ver gran material de sus film en video y DVD, ha reunido a un dispar elenco que incluye los nombres de Travey Ullman, a quien ya Woody Allen lo dio su empuje inicial en Ladrones de medio pelo, Selma Blair, Johnny Knoxville y al cantante Christ Isaac. Y entre otros nombres, los familiares rostros de algunos de sus otros films, como la propia nieta del magnate William R. Hearts, Patricia Hearts, y Mink Stole, quien desde sus jóvenes años es un nombre habitual en sus proyectos.
En una entrevista publicada en 1997, John Waters habla de su film preferido, categorÃa que prefiere no tener en cuenta, ya que estima que muchos de ellos al ser revisto ya no significan lo que entonces. Pero sÃ, hay uno, afirma, que es la sÃntesis de todo lo que ama: Boom, El ángel de la muerte, de Joseph Losey, estrenado en 1968. Film en el que el guión lleva la firma de su amado Tennessee Williams y el reparto cuenta con las extravagantes composiciones de Elizabeth Taylor y Richard Burton. Un film que según John Waters rechazaron tanto el gran público y la crÃtica por su monumental exceso, definido por el mismo como una historia genuinamente bella y horrible, que merece solo una palabra: perfecto. La Taylor, en el rol de una drag-queen en el ocaso de su vida es Sissy Gofforth, una millonaria excéntrica y ególatra que se ha retirado a una villa de Cerdeña para escribir sus escandalosas memorias; presa, por otra parte, de una enfermedad misteriosa. A sus puertas, llega un poeta vagabundo, vestido con prendas japonesas, que se da a conocer como "El ángel de la muerte".
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