En 1999, la realizadora alemana Doris Dörrie, nacida en 1955, presentaba uno de sus films más exitosos, SabidurÃa garantizada, obra que acercaba aspectos de la filosofÃa oriental desde una mirada asombrada y de contrastes. Ahora, diez años después, el mismo espacio vuelve a estar presente en la pantalla, pero a través de un cruce que proponen una imagen fotográfica de uno de los personajes y de un oculto y silenciado movimiento de danza.
En su contacto con la cultura japonesa, Doris Dörrie descubrió la filmografÃa de Yasujiro Ozu, un realizador valorizado después de su muerte y que volvió a ser considerado desde el cine de Wim Wenders, quien siempre lo tuvo en cuenta como uno de sus faros y guÃa. Y fue particularmente Historia en Tokyo, el film de Ozu de 1953, el que cautivó a la realizadora al comenzar a escribir el guión del film que hoy comentamos.
Tanto en un film como en el otro lo que pone en movimiento el circular del tiempo de la historia es el viaje de un matrimonio, ya entrado en años, desde un pueblo de provincia a la gran ciudad; aquÃ, BerlÃn. El viaje los llevará al encuentro con dos de sus hijos, mientras que el tercero de ellos vive en Tokyo, distancia sólo salvada por cartas y postales, por algún ocasional llamado telefónico.
En el film de Ozu, al igual que en el de Doris Dörrie, aún con las múltiples variaciones entre ambos, se van poniendo en juego miradas generacionales y situaciones de incomprensión en un espacio en el que se comienza a intuir otro modo de sentir y vivenciar los pequeños gestos cotidianos. Como el que alude al tÃtulo del film, que lleva, levemente, en su historia la fuerza del instante y la marca de la fugacidad.
En la base del mismo film, está el recuerdo de otra realización que Doris Dörrie habÃa visto en su adolescencia, La cruz de los años, film del 37 de Leo McCarey, en el que un matrimonio decide ante una situación lÃmite solicitar ayuda a sus hijos. PelÃcula en ningún aspecto convencional, sin ningún tipo de final consolatorio, en su momento no sólo fue omitido por la Academia sino que también fue rechazado por el público.
Sin llegar al clásico melodrama, reconocible en sus tonos, la directora nacida en Hannover descubre un mundo de silencios, huellas imborrables y pudor a partir de dos viajes. El primero hacia la ciudad dentro de la misma frontera; el segundo, decidido a partir de la serena y repentina muerte de la esposa, al mismo Japón, donde un tercer hijo espera.
Las flores del cerezo se asume, desde una mirada pausada y un ritmo regulado por una emoción sincera, desde otro modo de reconocer a los seres queridos y a los propios espacios cotidianos desde la ausencia. En la misma concepción de felicidad, la que va ofreciendo esos giros de significación a partir de los nuevos encuentros. Y particularmente el que conecta a la ya fallecida esposa del protagonista con un deseo postergado que se cifra en los movimientos de la danza, de una adolescente, butoh, con el monte Fuji.
Del espacio provinciano a la gran urbe, sean en Occidente como en Oriente. El itinerario de un viaje interior, el redescubrimiento del mundo del ser amado en el rostro maquillado de blanco y en los coreográficos movimientos de manos van marcando un ritmo de un latir sostenido en el reposo de la contemplación.
Y ahora en el camino de su propio ritual, el hombre, ya viudo, podrá escuchar a sus hijos de otra manera. Podrá llegar a comprender el alcance de una caricia; desde esa otra orilla en la que ahora, frente al Fuji, fusionara su ser al de la mujer a la que aún sigue amando y creará para ella su propia ofrenda.
Las flores del cerezo. CALIFICACION: 9 (nueve)
(Kirschblüten Hanami)
Alemania Francia, 2008.
Guión y dirección: Doris Dörrie
FotografÃa: Hanno Lentz
Música: Claus Bantzer
Intérpretes: Elmar Wepper, Hannelore Elsner, Nadja Uhl, Maximilian Brückner, Aya Irizuki.
Duración: 125 minutos.
Sala de estreno: Cine Del Siglo.
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