El western gauchesco tiene en Aballay una de sus interacciones más claras. Hasta tal punto que, por momentos, hay que recordar que el film está protagonizado por gauchos y no por cowboys, en virtud de un montaje que, desde el inicio, evoca los encuadres abiertos, el paisaje árido, la diligencia, el galope terroso, y los matreros ocultos y a la espera del botÃn. El tiroteo consecuente es otro de estos lugares comunes y, eso sÃ, bienvenidos.
Lo que comienza de manera vertiginosa cede paso elÃptico al después de tantos años, con el niño de la vÃctima ya crecido y en busca de venganza. Su mirada fue el último recuerdo para Aballay (Pablo Cedrón), gaucho ahora perdido entre una penitencia asumida --nunca más bajar del caballo - y un mito que crece y lo santifica. En el medio, y de a poco, persecución y cuchillos, más una mujer de mirada triste y furiosa.
Aún cuando son muchos y buenos los momentos en clave western - con una pandilla de forajidos de rasgos tan salvajes como los que supiera delinear Sam Peckinpah, con planos detalle y transpirados, a la manera de un Sergio Leone- , hay momentos donde el equilibrio con la gauchesca parece perderse, allà donde las resoluciones no terminan de satisfacer: la falta de raccord entre algunos planos en la mÃmica gestual, el cura gritón, el nudo falso de las cuerdas que sostienen a Aballay, el hablar porteño de poca convicción , el reconocimiento fácil de ciertos rostros (Gabriel Goity, Horacio Fontova). Más aún, el intercambio de miradas entre Aballay y el niño no parece encontrar el rencor inmediato, la gradación rÃtmica justa, que permita claridad al espectador y justifique la pelÃcula completa; de hecho, el mismo intercambio será reiterado en otras oportunidades.
Por otra parte, es la caracterización de Cedrón la que sobresale: parco, rostro ceñudo, aire moreiriano. De él se dice mucho, y es ese murmurar el que le permite la mejor composición. Por otro lado, la contraparte de Nazareno Casero en el papel de Julián resulta algo endeble.
Ahora bien, Aballay pareciera reunir rasgos de tantas aristas como fuera posible: el pueblo indÃgena, el cura y sus penitencias, las pulperÃas, los gauchos, la santerÃa pagana, la ciudad, el campo. Aballay como sÃntesis de todo ello, con su muerte a cuestas, necesaria para el logro del equilibrio general, para el surgir del mito.
En este sentido, entonces, el gaucho Aballay como expresión polÃtica de sus tiempos, que no son otros más que éstos, los de hoy dÃa, asà como lo fuera el Juan Moreira (1973) de Favio para la primavera camporista.
Aballay, el hombre sin miedo. 7 (siete) puntos.
Argentina, 2010
Dirección: Fernando Spiner.
Guión: Fernando Spiner, Javier Diment, Santiago Hadida, a partir del cuento de Antonio Di Benedetto.
Intérpretes: Pablo Cedrón, Nazareno Casero, Luis Ziembrowski.
Duración: 100 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
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