El 9 de julio pasado, el Museo Castagnino+macro incorporó formalmente a su colección una obra de la artista rosarina Mónica Castagnotto que el Museo considera emblemática. La incorporación pudo concretarse gracias a la contribución de un grupo de donantes constituido por Studio Brócoli (Mauro Guzmán y Nancy Rojas), Rubén Chababo, Roberto Echen, Carlos Herrera, José Luis Perdomo, Augusto Saracco, Ricardo Torres y Carlos MarÃa Zampettini. Esta obra gráfica sin tÃtulo, que presenta una analogÃa entre imágenes religiosas de la Virgen MarÃa y fotografÃas de labios vaginales, fue objeto de violentas controversias cuando se la exhibió por primera vez en noviembre y diciembre de 1999 en el Museo Castagnino como parte de la polémica muestra 34ARC (34 artistas rosarinos contemporáneos).
Con curadurÃa de Andrés Duprat y Sonia Becce, 34ARC sirvió para reinaugurar el Castagnino luego del cierre por refacciones, exponiendo lo que en la década siguiente serÃa el relato institucional dominante. La apuesta del Museo por un estilo neovanguardista inscripto en las tradiciones de ruptura de Tucumán Arde (1968) y del Centro Cultural Rojas (el "arte de los 90") provocó malestar entre los referentes de mayor trayectoria dentro de la plástica local, continuadores de un modernismo tardÃo regional que desde entonces debe remar contra la hegemonÃa del gusto oficial.
En ese clima, la obra de Castagnotto fue el chivo expiatorio. No tiene tÃtulo, pero el personal del Museo la apodó cariñosamente "las conchas". Una escalada de acciones legales reaccionarias y reacciones bárbaras fue emprendida por irritados representantes de la Iglesia Católica local, entre las justificables protestas del progresismo (tanto socialista como independiente) y la soledad del Museo, que no logró convocar en defensa de la libertad de expresión precisamente a los artistas a quienes habÃa herido con su indiferencia. Fue un dilema de hierro, donde la puja de fuerzas entre Iglesia y Estado coaccionaba a la prensa especializada a deponer la causa del pluralismo estético en aras del sagrado principio cÃvico de la libertad de expresión.
Hasta que en un soleado mediodÃa, el del 10 de diciembre de 1999 (dÃa de los Derechos Humanos y al filo del Jubileo milenario), una empleada del Museo alcanzó a susurrar: "¡Arrancaron las conchas!". En efecto, sólo quedaba cinta doble faz en lugar del fotomontaje. Este se encontraba en la comisarÃa, junto con una pÃa mujer de 57 años que decÃa haber oÃdo la voz del EspÃritu Santo ordenándole destruir la obra. Salvada de la destrucción por un guardia de seguridad, la obra pertenece hoy a la colección que es patrimonio público y que, según el Museo, "respaldó la discusión en torno a la emergencia de un concepto diferente de arte contemporáneo argentino, en el marco de nuevos procesos de legitimación".
Los avatares del escándalo, y su sentido, fueron reconstruidos en una nota muy bien documentada del historiador Pablo Montini (www.ramona.org.ar/files/r2122.pdf). Otra lectura imperdible, también publicada en Ramona, es la carta abierta de León Ferrari, de diciembre de 1999: "Blasfemias y censuras" (www.ramona.org.ar/files/r03.pdf). Libres del mundo, unÃos.
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