"Yo nunca serÃa poeta oficial", escribe Raúl Feroglio al comienzo de un poema de su reciente libro Sueño de agua (Ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, 2013). La frase es una literal toma de posición ética, que en sucesivos versos abre el sentido hacia la metáfora a través de un juego de palabras: "Yo nunca serÃa poeta oficial/ ni oficial de caballerÃa/ ni caballo de bastos". La ética, formulada en la declaración inicial, se sostiene verso a verso y se profundiza, hasta que el propio juego disparatado (como un pedernal que hiciera saltar su chispa de verdad a fuerza de insistencia en el ritmo, llevado en el giro de la metáfora) termina por decir algo polÃticamente serio, donde esa misma ética halla sus argumentos.
Figura clave de una Rosario perdida de fanzines under y ediciones cooperativas, coeditor en Rosario allá por 1982 de la mÃtica revista Barlovento, coautor con Pablo Gavazza de la obra poético musical Hay historia (1989) y co fundador en Las Parejas de los Encuentros de Poetas (1989, 1990 y 1991) y de la Cooperativa Editorial No Muerden, Raúl Feroglio pertenece a una generación que sospechó desde su juventud de las declaraciones grandilocuentes. Más bien parece haber forjado su poesÃa al son de la canción popular, entendida como resistencia cultural. Las primeras dos secciones de su Sueño de agua suenan como si hubieran nacido queriendo ser canciones. Una tercera sección de 26 poemas lleva el tÃtulo del libro y desarrolla con lúcida sÃntesis la imagen del agua: "Pensaste alguna vez llover, vos mismo,/ desde tus cántaros de arcilla/ sobre el asfalto?".
Al comienzo del libro, en "Arte poética", la canción y la danza se sugieren como el ideal estético y de libertad al que aspira el poema, aunque surja en un contexto amenazante: "Unas cuantas palabras azules/ que evoquen, al bailar/ el aire que respiran los pañuelos en la zamba/ el paso de la liebre escapando al ojo/ fiero de las armas".
Y en la poesÃa de Raúl Feroglio, como en las canciones, el cruce entre lengua poética y música es donde se comparte una experiencia verdadera. La voz le habla siempre a un 'vos', implÃcito o explÃcito. El amor, trascendiendo las categorÃas banales de feliz o desdichado, adquiere la dignidad de ser aquello que trabaja al ser. "Me ablanda tu voz/ tus palabras me sostienen" ("Voces"); "Misterio/ que siendo yo/ el trigo y a la vez el hambre/ no encuentre tu pan" ("Misterio"); "Cuánto dolÃa de piel a hueso aquella pena?" ("El pozo").
AsÃ, la esperanza recupera su estatura trágica: "Ay!/ Quién desata lo claro/ que duerme en mi hora más negra (...) Crea el dÃa de un tiempo aún no nacido?" ("Quién?"). Esquirlas de memoria singular afloran de pronto entre estas palabras universales, como documentos de autenticidad o trazos de un verosÃmil: "ha desaparecido del estante/ ahà donde brillaba/ oscuro/ junto a un frasco vacÃo/ la colección incompleta de autitos de carrera" ("El recuerdo"). Una vez más, la foto del álbum familiar no es banal, a contrapelo de lo sublime banal de la época.
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