El pasado viernes, con Gilberto Krass se fue una parte vital de la cultura de la ciudad. Al arte lo hacen los artistas pero sólo llega a ser realmente arte cuando encuentra sus espectadores, capaces de recibir su belleza y su inagotable mensaje; como galerista, como difusor del arte de Rosario, Gilberto Krass fue un hacedor de arte.
"No sé por qué, del último escalón de la miseria, durmiendo en colchones de chala, llegué a tener un protagonismo", recordaba con modestia en sus memorias: Gilberto Krass. Una vida (Ciudad Gótica, Rosario, 2008). Con edición por Omar Tiberti y testimonios de amigos, su historia fue ilustrada con dibujos de su libro de visitas por prestigiosos artistas, prestigio que él mismo contribuyó a fundar.
HabÃa nacido en Seguà (provincia de Entre RÃos), el cuarto de los ocho hijos del inmigrante ucraniano Abraham Krasniasky, oriundo de Odessa. A los seis años se radicó con su familia en el vecino pueblo de Sosa y a los trece, en Paraná. Luego migraron todos a Buenos Aires.
TenÃa diecisiete cuando conoció a Estela, quien serÃa la madre de sus dos hijos: Berta y Sergio. Tras una adolescencia de trabajo obrero, militancia polÃtica y teatro vocacional, se estableció en Santa Fe. Allà conoció al poeta Hugo Gola, al pintor Supisiche y a otros escritores, dramaturgos, artistas y periodistas, en lo que define como su época de formación intelectual. Su padre le habÃa transmitido el gusto por la lectura; él se recuerda leyendo autores modernos o conversando sobre ideas progresistas con sus amigos en el ocio que le dejaba el comercio, primero de calzado y luego de telas.
Llegó a Rosario como vendedor de joyas a domicilio, siguiendo una propuesta de su hermano Santiago. "Me iba muy bien pero un dÃa analicé lo que para mà significaba vender elementos para agradar en lo exterior y abandoné ese trabajo. Entonces empecé a vender libros y me vinculé a editoriales como Lautaro y Quetzal, que editaban escritores contemporáneos con ideas socialistas. Recorrà toda la provincia", cuenta y agrega que con su primer socio, Juan Carlos Granolliers, contactó como distribuidor a la librerÃa Ciencia, "en ese tiempo la más importante de la ciudad", ubicada en Santa Fe 1284, a la vuelta de la Facultad de FilosofÃa y Letras.
"Esta librerÃa estaba conformada por tres socios: José MarÃa Calp, Genolet y Juan Pablo Monserrat. Genolet enfermó y entramos a trabajar un bioquÃmico de apellido Farina y yo. Al tiempo Farina se retiró y quedé con Monserrat ya que Calp y Genolet se retiraron", rememora. "Por LibrerÃa Ciencia pasó lo mejor de la intelectualidad argentina. VenÃan grandes poetas como Arturo Frutero, Felipe Aldana, Willy Harvey", enumera. "La otra etapa fue la de la pintura, a la que me introduje de lleno, apasionado por el tema, comprometiéndome para aprender otro oficio, el oficio de 'marchand', que desarrollarÃa luego". Y concluye: "Soy, en gran medida, los amigos que he tenido". La extensa lista incluye a Rubén Naranjo, quien fue primero escenógrafo del teatro El Faro, que se gestó en la librerÃa, y luego uno de los directivos de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil; esta le compró todo el stock de LibrerÃa Ciencia en 1964.
En una "buena época" de "coleccionistas que amaban la pintura" y de "notable actividad en la plástica", Gilberto Krasniasky instaló en San MartÃn 631 su galerÃa de arte: Krass Artes Plásticas, donde, a lo largo de más de treinta años se inauguraron exposiciones cada quince dÃas. Vendió obras de Lucio Fontana, Juan de Dios Mena y los pintores integrantes del Grupo Litoral. Con Naranjo, y con la colaboración del coleccionista Isidoro Slulittel, editó carpetas de pintores de Rosario. "Editamos también libros de autores que ese momento no tenÃan posibilidad de hacerlo", dice y menciona, entre dramaturgos y poetas, la novela Chechechela, de Mirko BuchÃn; recuerda también que con Naranjo interesaron a Federico Vogelius (luego director de la revista Crisis) para editar poemas de Juan L. Ortiz y de Raúl González Tuñón. "Se publicaron también, para cada obra, 50 carpetas litografiadas", evoca. "Fui un pionero en la ciudad en ventas de obras de arte", se enorgullece. Y reflexiona, en una alegorÃa que remite a su niñez rural: "Hice surcos y arrojé semillas. De algunas recogà sus frutos".
Quienes nos hemos formado en el amor al arte de la región mirando semana tras semana las exposiciones de su galerÃa, extrañaremos a aquel señor enorme de largos cabellos blancos que silenciosamente venÃa y encendÃa las luces de la sala para que pudiéramos apreciar los colores, o que con una frase y un gesto nos daba a entender que allà en esos originales habÃa una gloria comparable a las que sólo conocÃamos por los libros de reproducciones.
Ocasionalmente le preguntábamos un precio, como mera excusa, sin que se nos ocurriera que para él ya era importante que viéramos aquellos cuadros, que nos educáramos en su contemplación. Uno iba a Krass como si fuera un paisaje o un lugar de la naturaleza, sin pensar entonces que sin el compromiso, el esfuerzo y la dedicación cotidiana de toda una vida por parte del galerista, librero y actor Gilberto Krasniasky, nada de todo ese arte maravilloso hubiera estado allÃ.
A quienes pregunten quién fue Krass, hay que decirles que un solo hombre sostuvo, solo o con sus hijos, lo que en otros lugares lleva varios museos. Esto pasó en Rosario, sin apoyo estatal. Y pasó.
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