El eslabón entre lo nuevo y la tradición son los maestros. Con estas o parecidas palabras saluda al maestro Rubén de la Colina, desde su texto de catálogo, Rubén Echagüe, uno de sus discÃpulos y amigos y (last but not least) curador de esta muestra. Abierta unos dÃas más para quienes todavÃa no la visitaron, imperdible por el raro y exquisito equilibrio con que despliega una diversidad de lenguajes plásticos, la Muestra Homenaje a Rubén de la Colina, que incluye algunos de sus grandes paisajes al óleo y obras de diez artistas destacados de la ciudad de Rosario que se formaron con él, puede verse hasta el sábado 5 de agosto en GalerÃa Stein (Santa Fe 2479).
Cuando Rosario/12 lo llamó a su casa, el maestro trabajaba en su taller. Rubén de la Colina interrumpió amablemente su trabajo (él dice asÃ, "trabajo") para dar este sencillo balance: "Hice mi primera exposición a los veinte años; tengo ochenta. Veinticinco, estuve en la docencia. Muchos de mis alumnos son abuelos. Mi vida ha sido un banquete de amor y amistad. Lo demás, no tiene vida propia. Tengo obra en diferentes lugares del mundo, pero ¿importa decirlo? Creo que no: sólo el tiempo dirá si se van a mantener o destruir".
Tanto en su obra propia, como en la docencia y en la crÃtica, Rubén de la Colina es uno de esos maestros ricos y generosos que cada vez resulta más raro encontrar. CrÃtico destacado, escritor incansable de prólogos y catálogos para otros artistas, fue él quien reseñó en 1949 (para la revista Espiga) la primera muestra del grupo Litoral. Hijo de riojanos que migraron tras el terremoto de 1890, ha pasado décadas pintando los vastos cielos del noroeste argentino en magnÃficos óleos donde el color es luz y fundamentalmente espacio, y también ha expresado en un lenguaje vigorosamente moderno y gótico a la vez el fervor religioso de sus ancestros en su reciente serie de xilografÃas Tinkuanaco.
La Escuela de Bellas Artes de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad de Rosario lo tuvo al frente de, entre otras, la cátedra de TeorÃa del Color (o Análisis del Color) donde transmitió a varias generaciones el arte de mirar como pintor y la alquimia de pintar con exactitud cualquier matiz posible del mundo. ValÃa la pena aquel entrenamiento intenso. Su rigor era siempre aligerado por los comentarios del maestro, quien todavÃa en 1983, podÃa recordar de pronto en voz alta ante un aula llena los tiempos en que cierto matiz del color magenta (fucsia, para los legos) llevaba el nombre comercial de "Angustia de un querer".
De aquellos nombres trata la obra de arte correo (¿Conceptual o "contextual"?) que le envÃa su ex alumno Jorge Orta desde ParÃs, a donde emigró en 1984. Es de hecho una carta, en el sentido de una carta de colores como las que se consultan en las pinturerÃas, titulada "Gama de pinturas contextuales Orta S.A.", pero donde los nombres de los colores van configurando un poema elegÃaco sobre la Argentina bella y destruida. AsÃ, en lugar de los nombres tradicionales que vienen en las etiquetas de los pomos de óleo (tierra de Siena tostada, etcétera) se lee: "Tierra de Misiones/ Tierra quemada/ Sin tierra".
Muchos alumnos de Rubén de la Colina luego fueron docentes en la Escuela de Bellas Artes. Entre ellos la escultora Arminda Ulloa, organizadora de esta muestra, está representada con una efigie minimalista en metal, abstracta. Claudia del RÃo expone aquà una pintura neoexpresionista en tonos pastel, representando una figura perpleja en un paisaje caótico y fragmentado (es una obra de la misma serie que mostró en 2D); Angela Barr, cuyas serenas abstracciones modernistas en una austera gama tonal plasman la idea del color como espacio. Diana Randazzo presenta un dÃptico en netos blanco y negro con motivos que aluden a formas naturales primigenias, semillas quizás; Eulalia Gentile de Munich colorea sutilmente dos esculturas gemelas oblongas realizadas en chapa batida, remitiendo también, desde la abstracción, al polen y las hojas que habitan el paisaje. La naturaleza como base de una simetrÃa matemática es el tema en las dos obras digitales de Esperanza Esplugas Marcos; el pan como sÃmbolo, el latin litúrgico y la tipografÃa románica son elementos de un juego en una obra inédita de la serie Pain, del citado Echagüe. La torre en metal y madera de Julio Rayón expresa una voluntad de no cerrar la forma en torno a un sentido unÃvoco, sino de abrirla a partir de una policromÃa de abigarradas pinceladas que parecen gratuitas, pero que articulan, como constelaciones, el espacio. Cada cual desde su lenguaje personal remite a los paisajes y a los iconos que son recurrentes en la obra del maestro. Y Angeles González Zuelgaray es fiel a su propia iconografÃa trompe l'oeil que parece cosida a partir de retazos, fragmentos de un espacio desgarrado donde una forma misteriosa, mitad arabesco y mitad animal, se deja entrever.
Los mencionados son apenas un puñado de los alumnos (sesenta por año) que formó Rubén de la Colina. Él recuerda "¡a tantos, tantos! A Forchino, que está en ParÃs; a Marcelo Castaño, que está en Rosario; a Marta Magnani... todos destacados, todos premiados...". "Por sus frutos los conoceréis": el adagio bÃblico viene a cuento, citado en una nota de puño y letra que le dedicó el 30 de octubre de 1965 el severo y exigente crÃtico del diario La Prensa, Ernesto Ramallo. Es que de la Colina, puntualmente, organizaba una muestra de trabajos de sus alumnos cada fin de año, para lo cual la Facultad le cedÃa el hall central. Ramallo habÃa venido a visitar al decano, a mediodÃa. "Al ver eso, esa muestra donde cada alumno tenÃa su estilo personal", pidió hablar con el profesor de la Colina, pero él no estaba. Entonces solicitó a la SecretarÃa una hoja de papel y escribió la esquela elogiosa que puede verse, ampliada, a la entrada de la muestra. "A la hora de elegir una foto, me pareció que si algo valÃa la pena mostrar era esto", dice, con humilde orgullo, el maestro.
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