Esta vez, Rubén Baldemar ha decidido pintar sin fondo. Sin fondo, pero con perspectiva. Sin fondo, es decir: pura figura, el escudo recortado siguiendo el contorno de la figura como aquellos muñequitos de superhéroes, o como un Ãcono bizantino sobre fondo dorado. Pero un fondo dorado no es todavÃa un fondo, en el sentido de aquel recurso con que los artistas renacentistas crearÃan la ilusión del espacio: sin fondo, no hay ilusión. Y si el espacio fuera tiempo (si el espacio fuera una traducción exacta y fiel del tiempo) podrÃa decirse que en la paradoja del espacio plano todo está presente, nada falta. O que todo es dicho en presente, sin futuro ni pasado. Cabe agregar que se ha restado además el claroscuro, con la sensación de volumen que daba. Lo que queda entonces es el mundo planchado y liso del comic, del pop, de la pantalla, de la estampa, del Ãcono, en suma: de la heráldica... o del texto. Pintor rico en ardides que son más bien del orden del procedimiento literario (pero que en estos tiempos post conceptualistas pueden ser exportados tranquilamente a la plástica sin pérdida), Rubén Baldemar ha decidido intervenir un texto canónico, modificando un sÃmbolo patrio para denunciar la degradación del orden simbólico global. Por más planas que sean visual y materialmente, sus recientes pinturas se ofrecen menos a una simple mirada que a una lectura, saliendo al encuentro de un ojo y de un cerebro (y de algún que otro acorazado corazón) capaces de captar sus significados y sus sentidos a través de todos los velos y en todas sus capas. Esta riquÃsima profundidad nos habla de cómo el sujeto de la Historia se encuentra caÃdo en el fondo del mundo. Fondo desde donde puede ver por primera vez, por ejemplo, el vientre de una cucaracha. Ella ya no es para él aquel par de élitros brillantes que su arrogante mirada cenital avizoraba desde arriba; todo se ha precipitado desde su propia estatura o desde más alto aún, desde los ideales hacia donde se crecÃa como en un fototropismo solar. Y ahora a las cosas y a los sÃmbolos apenas si se los reconoce, vueltos siniestros precisamente en la incompletud todavÃa reconocible de su metamorfosis, donde el horror de su actual estado degradado se mezcla con lo que esas cosas y esos sÃmbolos fueron, con lo que hubieran sido. Estirar las lÃneas de fuga de un texto modelo -de un texto autorizado, de un texto que es la forma misma del Ideal- hasta que estas se tuerzan en la cámara lúcida del pensamiento para aullar lo contrario, para decir violenta y definitivamente otra cosa: es entonces no sólo de semejante violencia poética de la escritura pictórica, sino de su capacidad crÃtica que se trata esta Heráldica de Rubén Baldemar.
(*) Fragmentos del texto de catálogo para Heráldica, junio 20 de 2004
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