Mariano Acosta (Rosario, 1973) publicó el año pasado, por la editorial rosarina La Pulga Renga, un libro de poesÃa de rara belleza, TrilogÃa de agua y un cielo para Andrei Rubliev, escrito en lo que su autor considera una deliberada incursión en el lenguaje poético y la musicalidad del modernismo. Profesor en Lengua y Literatura y doctorado en Letras por la UNR, Acosta publicó el libro de poesÃa Trayectos del Este (2001), y tiene inédito un poemario más, que ya no piensa publicar, pero que dio a conocer a través de lecturas públicas y privadas durante varios años. Como poeta, Acosta pertenece a una generación joven que abreva en la tradición posmodernista local, construida retrospectivamente en la memoria colectiva del gremio por una solitaria figura faro: la del poeta Aldo Oliva, que se destaca contra la de autores hoy olvidados.
En una búsqueda comparable a la de Oliva, pero desde una experiencia de vida y un campo semántico propios, Acosta apuesta a crear una obra que se sostenga sobre las tradiciones de la literatura moderna y la mitologÃa clásica (a través de lo que Raymond Williams en PolÃticas del modernismo llamó el subtexto mÃtico de la obra modernista), como apoyatura para el sentido que importa: la indagación polÃtica de la contemporaneidad.
TrilogÃa de agua, la primera sección del libro, se subdivide en tres secciones: Aguas de Ofelia, Aguas de Narciso y Aguas de Ulises. AsÃ, la heroÃna trágica de la obra Hamlet, de William Shakespeare, la figura mÃtica de una de las Metamorfosis de Ovidio y el héroe épico de la Odisea de Homero, respectivamente, obran como referencias orientadoras en cuidadas composiciones que sin embargo corren el riesgo, a veces, de disolverse en la pura imagen del paisaje natural. Asà de abierto se halla el yo lÃrico a su contemplación; actitud que continúa en cierto modo la del poeta entrerriano Juan L. Ortiz, al que un poema alude explÃcitamente. La concisión rotunda que adquiere por momentos la poesÃa de Acosta le permite expresarse en un lenguaje directo que no por eso pierde altura.
Las tres series de cantos constituyen sustancialmente una sola, con rasgos de estilo en común. En general, pero más aún al dar cuenta de la epifanÃa, el tono es elegÃaco; la emoción, nostálgica, la cadencia, majestuosa: "más allá del mundo está el milagro/ que la imagen prefigura detenida/ como si fuese un recuerdo de las partes/ duraderas de las cosas, traducción/ que las palabras proponen a los restos/ secos y muertos de lo ido/ para impregnar el júbilo/ en eso que se va" (VIII).
En cuanto a la segunda parte, Un cielo para Andrei Rubliev, se inspira en la pelÃcula de 1964 del director ruso Andrei Tarkowski, inspirada libremente a su vez en el mundo en que vivió el pintor ruso del siglo XV Andrei Rubliov o Rubliev. Maestro del color y autor de imágenes religiosas como La Trinidad, donde las tres personas de la divinidad son representadas mediante ángeles, sobre el clásico fondo de oro propio de los Ãconos rusos, Rubliev es evocado por Tarkowski a través de un film en blanco y negro, que denuncia la cruda realidad campesina de su época. Lo que Acosta propone en relación con esto es traducir, ya no de un medio a otro sino de un universo referencial a otro, la espiritualidad de las clases subalternas: asÃ, los retablos dorados de la Iglesia Ortodoxa son reemplazados en estos poemas por los altares rojos al Gauchito Gil.
Si la imagen de Dios padre era central en Rubliev, la figura del padre constituye un interlocutor en ausencia en esta una liturgia secular.
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