"Cuando el nivel de escritura llega hasta donde lo llevó ella, hay que quitarse el sombrero", dijo José Saramago. Y este no ha sido el único elogio. También su coterráneo, Gabriel GarcÃa Márquez, ha lisonjeado su obra. Sin embargo, al conocerla, nada indica que tamañas responsabilidades pesen sobre la espalda de Laura Restrepo (Santafé de Bogotá, 1950). Amable, puntual, sobria, dueña de esa paciencia centroamericana que se trasunta a través de esa inconfundible tonada, ese castellano blando, cálido, abierto, la colombiana no ahorra palabras en la entrevista que terminará al filo de la próxima.
Invitada a participar de la Feria del Libro Rosario, antes de su charla, la autora de libros como Dulce compañÃa (Premio Sor Juan Inés de la Cruz en la Feria del Libro de Guadalajara y Prix France Culture), La novia oscura, Olor a rosas invisibles y Delirio (Premio Alfaguara de Novela 2004), esta bogotana de alcurnia que "se desclasó", como dice ella, y estudió Letras y Ciencias PolÃticas, y fue militante de izquierda, y periodista comprometida, y exiliada polÃtica --en México, Madrid y Argentina, donde nació su único hijo, Pedro--, que fue amenazada de muerte por el narcotráfico y conformó la comisión de diálogo con la guerrilla de su paÃs, que es Secretaria de Cultura en su ciudad y una de las escritoras latinoamericanas más leÃdas del mundo; conversó distendidamente sobre casi todas estas cuestiones con Rosario/12.
--¿Cómo ha sido su itinerario desde el periodismo a la literatura?
--El primer libro lo hice porque llegó un momento en la situación polÃtica colombiana en que no se podrÃa publicar en los medios. Se fueron cerrando los espacios. Asà que el primer libro Historia de un entusiasmo, salió casi contra mi voluntad. No me publicaban en el periódico, y nosotros estábamos montados en un proceso de negociación con la guerrilla, y los medios no querÃan saber nada porque lo consideraban un fracaso, cuando por debajo habÃa una ebullición brutal. De modo que publiqué ese primer libro casi como un desafÃo. Pero enseguida de publicarlo descubrà la libertad que me daba eso: podÃa decir lo que querÃa, como querÃa. Después de probar ese sabor era difÃcil volver a lo anterior. Luego descubrà otra libertad, que es la ficción. Pero ese fue un largo proceso. Primero fue Historia de un entusiasmo, un libro totalmente periodÃstico. Luego vino La isla de la pasión, un trabajo histórico, muy atenido a los hechos. Luego viene Leopardo al sol, que me llevó once años de investigación, pero como trataba de la mafia y recibà muchas amenazas, preferà volverlo ficción. Ahà descubrà que la ficción me permitÃa hablar de un montón de temas y a la vez cubrirme las espaldas. Además la ficción me permitÃa complementar la información, bucear más profundo, mirar más allá, leer entre lÃneas, algo que en periodismo es muy difÃcil de hacer.
--No cree que al ficcionalizar realidades tan crudas como la colombiana, se corre el riesgo de convertir a su paÃs en una suerte de Macondo a los ojos del mundo?
--Uno no puede tener a un escritor como Gabo y decir que no influyó tu trabajo. SerÃa como si los escritores argentinos de mi generación dijeran que no están influidos por Borges o Cortázar. Es como el aire que respiras. Sin embargo yo creo que mi generación tiene mucho más del realismo escueto de El coronel no tiene quien le escriba que de Cien años de soledad. Eramos una generación muy urbana, muy politizada y muy militante. De modo que si bien Cien años de soledad nos fascinaba, era una novela muy lejana a lo que vivÃamos. Esos no eran tiempos de mitos; estábamos buscando los orÃgenes de lo que hacÃamos. En ese sentido yo dirÃa que nos sentÃamos más cercanos a Vargas Llosa. El sà tenÃa ese tono urbano, un realismo menos mágico, menos encaramado en las palabras. Y con esto no hago una valoración literaria, creo que ambos son fantásticos escritores.
--¿Cómo es crear hoy en Colombia?
--DirÃa que el hacer arte hoy en Colombia está directamente relacionado con una búsqueda de la paz. Una pregunta que me hacen frecuentemente es por qué un paÃs con tanto odio, con tanta violencia, con tanta guerra, genera un movimiento artÃstico tan vital como el de allá. Yo respondo que la muerte y la violencia no generan absolutamente nada sino sal sobre sal. Lo que genera esa vitalidad en Colombia, como en cualquier otro paÃs de América Latina, es la necesidad de afianzarse en un espacio humano. Ahora, que la violencia aparezca como tema, eso es otra cosa. SÃ, necesariamente somos gente marcada por ella, pero yo creo que una obra de arte, aún una tan violenta como la de Fernando Vallejo está hablando de otra cosa, está hablando de un ser humano más pleno, más libre. Es decir, uno no se puede quedar solo con el argumento de una novela. Por detrás de esto lo que se está buscando es recuperar un lenguaje con plena capacidad de educar, de conectarse con la vida.
--En este sentido, ¿le adjudicarÃa a la literatura latinoamericana una impronta catártica?
--Pienso que toda la buena literatura tiene ese carácter. La literatura es una especie de herramienta que tiene el ser humano para buscarse a sà mismo, algo que no siempre es fácil. Es posible que en escenarios muy distintos, a los latinoamericanos se nos refunde lo humano en medio de la violencia y la desigualdad, y a los europeos les ocurra de cara al consumo, de la frivolidad. Pero creo que el objetivo es el mismo: utilizar esa herramienta tan sutil como es la palabra, reestablecer el nexo entre la realidad y la palabra y en esa medida empezar a crear nuevas y mejores realidades. Es curioso, pero yo pienso que el ser humano pierde con facilidad su identidad y el papel del arte y la cultura es ayudarlo a recuperarla, indicarle el camino.
--En el imaginario colectivo aparece aquéllo de que los artistas y los intelectuales son los principales detractores del poder ¿cómo se dio el proceso que la convierte en funcionaria?
--Efectivamente, ante una propuesta como esta, lo primero que hace uno es entrar contradicción. Pero yo le acepté el cargo a un alcalde que es algo asà como el anti--poder; un dirigente sindical, un hombre de izquierdas (Luis Eduardo Garzón) que en medio de un gobierno de derechas, ganaba la alcaldÃa de Bogotá, la más grande del paÃs. Fue un hecho polÃtico muy fuerte, con el que sentimos que debÃamos comprometernos. Y ahà es donde aparece la mayor contradicción para mÃ; yo nunca he creÃdo que el Estado deba financiar a la Cultura, por más que sea un gobierno progresista. Para mà eso es como la muerte del artista. Pero me convocó la idea de poder convocar a los artistas para que sean ellos quienes inviten al conjunto de la comunidad a participar de los procesos de creación cultural. Asà por ejemplo, trabajamos muy fuertemente el concepto del carnaval, reuniendo a las escuelas de artes con la gente de las barriadas. El solo hecho de poner buses para que la gente de los barrios marginales pudiera conocer el centro de la ciudad, y viceversa, es decir, llevar a los artistas a los márgenes de la ciudad, creo yo, es un fenómeno cultural de enorme trascendencia. Que la cultura sea la protagonista del encuentro en una ciudad tabicada por la pobreza y la violencia, es un paso importante.
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