Existe una categorÃa --ignoro si tiene dignidad preceptiva-- denominada "literatura de fragmentos". No es necesariamente lÃrica ni narrativa ni dramática, aunque no excluye a dichos géneros. Por el contrario, si los llega a incluir (y muy bien), más literatura será. Para cumplir con el requisito de parcial sólo le alcanza con la modesta virtud de no aspirar a la totalidad, virtud que se agradece en la literatura de todo tipo, sea de fragmentos como no. PodrÃamos, dado que hay que comenzar por algún lado, incluir a Crónicas de Rosario, de Horacio Vargas, dentro de la "literatura de fragmentos", porque llamarlas crónicas suena a mendrugo y limitarlas a Rosario es una ingratitud espacial que la obra no merece.
¿Quién sustantivarÃa como "crónica" (relato) a la pieza "Operación Kusturica", un texto al que sólo lo sesgado de la paleta cromática (un elitista azul y amarillo, sabiendo el autor que para Artaud el amarillo era la descomposición y la decadencia) impide acceder al podio de lo difÃcilmente olvidable? Y, para ser totalmente sinceros, acaso sea ese elemento aristocrático, tal vez por la pizca de superioridad que encierra todo lo que es parco, lo que la hará inolvidable.
¿O "de Rosario" a la frase de Jorge Valdano: "... yo, sin ser un exiliado polÃtico, tengo alguno de los sÃntomas del exilio, de la enfermedad que produce, sobre todo el desarraigo. A pesar de que hace once años que vivo en España, todavÃa no he terminado de irme de Argentina. Y claro, llega un momento en que hay un sitio que no te reclama lo suficiente y otro que no ha terminado de llamarte. En la vida, uno pretende que exista un núcleo que te reclame de una manera suficientemente fuerte para no tener dudas sobre tu futuro".
La pigmentación del libro alcanza su punto exacto, el balanceado, el que hace que ningún azul sea más azul que el conjunto ni ningún rojo más rojo que el esplendor, promediando la página 40. ¿De qué otra manera puede tratarse la máxima siguiente?: "La actitud tiene que ver con la conducta y la conducta tiene que ver con la buena gente". Allà converge lo primario con los matices, Ferrater Mora con Abad Pascual, Artistóteles con Nietzsche.
La mirada puntiaguda y sutil del autor roza la intuición sibilina con pestes que se propagarÃan con los años: la policÃa matando a un inocente (cuando todavÃa la institución tenÃa un "prestigio" que salvar); las cortinas de tela agujereada reemplazando a las puertas en los barrios excluidos; los saqueos; el despojo de un pobre a otro pobre; la cárcel al aire libre para los conciudadanos que carecen de opciones. En ese mester de profecÃa alcanza --respecto de la justicia de los jueces-- un punto (o dos) cúlmine(s) tanto con el mÃstico "hombre del rifle" y su peripecia de insurgente barrial, cuanto con "el preso ejemplar" que tuvo a su cargo la biblioteca de Coronda. Fotos sepias de un futuro que no termina de apropiarse de su color, perfectas y brillantes como estatuas etruscas recién rescatadas del mar.
La música en palabras se lleva el último tercio, haciendo lo que hace la buena literatura: enriquecer nuestro sentido de los valores apelando a las expresiones más significativas de la especie. El libro se cierra pero los intersticios de lo que fueron las obras mayores de Páez, Barbieri, Fumero, Spinetta siguen goteando belleza.
La única crÃtica insoslayable al bello libro (rien n'est parfait) viene con excusa incorporada: los excesos de la pasión. El 5 de julio de 1969 Ñuls perdió 4 a 3 con Unión, pero no se fue al descenso, materia en la que tiene un único precedente y lejano: 1960. Nueve años después, se trataba de clasificar o no para otro torneo. Al dÃa siguiente del partido, El Litoral tituló: "Hazaña (del tatengue) que lo lleva al Nacional". El texto será bueno, pero de ahà a mandar retroactivamente al descenso a Ñuls hay mucho trecho.
En un libro tan surcado por el amor, la generosidad y la belleza, la historia no puede ser otra cosa que un pretexto para que los mitos puedan brillar en todo su esplendor. Ese es uno (más) de sus méritos, y lo demás es cartón pintado.
El final de esta nota no puede ser otro que las palabras murmuradas al autor por Vladimir Mikielievich: "Ya he finiquitado mi intención de existir", frase con menos aliento a tinta que vocación de frontispicio.
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