Quizás como un proceso de aprendizaje en la emulación, o tal vez obnubilado por tamaña humanidad, con sus siete años el pequeño Dante descubrió que aquel busto de MarÃa Antonieta debÃa tener sus recreaciones. Aunque lógicamente más pequeñas, sus obras respetaban una condición, las tetas enormes de esos bustos con los que comenzarÃa a comercializar con sus amigos, lo que implicaba además alejarlos de sÃ: Dante era una influencia demasiado osada a la vista de las madres del barrio. Desde entonces, el arte jamás abandonarÃa a Taparelli, acompañándolo con naturalidad a lo largo de una vida que lo descubrió como un modelo bello y codiciado, que lo golpeó, lo transformó y le permitió convertirse en uno de los creadores más importantes de (y para) la ciudad.
De hecho, el artista decidió hacer de Rosario su taller. Lejos de la megalomanÃa, ligándose con la democratización del arte y la comprensión de su poder transformador, Taparelli pergeñó espacios como El Roperito y el Mercado Retro, el proyecto Murales: arte a la vista, moldeó la Fuente de las UtopÃas de la bajada Sargento Cabral, impulsó la recuperación de los carnavales pensándolos como una puerta de ingreso a otras artes y conceptos solidarios. A partir de esas ideas, y otras tantas más, dedicó vida y obra a sus pares. Sin embargo, luego de diez años alejado de las salas de exposición, decidió que era el momento de dedicarse, nuevamente, a sà mismo. De esta manera, y como uniendo dos puntas de un cÃrculo, lo sexual vuelve a tener su significancia en Pulso/Taparelli, la muestra que hasta el próximo 21 de abril podrá visitarse en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, y que devuelve al artista a una etapa de regocijo individual, Ãntimo. "En esta muestra me dà un lujo que se dan muy pocos artistas, que es la masturbación plástica: me importan tres carajos lo que diga cualquiera", dispara Taparelli a Rosario/12.
Pero si de algo es consciente el creador es de la belleza de sus criaturas. Construidas mediante la unión de fragmentos de viejos objetos, cada una de sus obras muestra y oculta, dice y calla, encanta y conmueve. AsÃ, es posible prestarse al juego de adivinar los objetos, sus fragmentos, para terminar dejándose atrapar en un todo que hace que esos seres peculiares, mutantes, sean los habitantes de un mundo mágico que no es otro que el que cada observador se permita alumbrar.
Más allá de las lecturas personales, Taparelli tiene la suya propia, ésa que cada viernes (a las 19) desnudará en las visitas guiadas que realizará en el Bernardino. La misma que esboza a este medio: "HabÃa un dicho del 70, de mi generación, que decÃa que los únicos peces que nadan a favor de la corriente son los peces muertos. Puta, mirá qué buen momento para correrme de lo que supuestamente hay que decir en el arte y poder decir lo que quiero. Mis trabajos siempre tienen una imagen obra y una imagen crÃptica, mucho para buscarle adentro. Por eso trabajo con objetos, pedazos de cosas con historias propias, que tienen que ver con lo que vos podés anteponer a la destrucción. Entonces laburé con todas las cosas que me perturban, la indefención, la niñez, la violencia, el éxodo, el abandono, la soledad, la búsqueda desesperada del amor. Lo que busco es no quedarnos con la inmediatez de la imagen, de los medios de comunicación".
La ironÃa para retratar la mediocridad, el brillo de la naturaleza, del nácar, como manto protector y homenaje a los 30 mil desaparecidos son también elementos presentes en la obra de un artista que ha optado por correrse de las corrientes. "Por más que hagamos fuerza para que no ocurra, el mundo se está cayendo a pedazos, y los artistas tenemos un compromiso de testimoniar el momento. La abstracción yo ya la hice, y el problema ahora no son las minorÃas, sino las mayorÃas. A las mayorÃas las educás con cosas que las conmuevan. Siempre me parece que los objetos y el arte son un medio, y me niego absolutamente a participar de las corrientes artÃsticas contemporáneas. Soy de las personas que más, no de las que menos".
Conocedor de la belleza de sus fragmentadas creaciones, Taparelli no persigue el esteticismo vacuo. El arte es transformador y, para el artista, alumbramiento: "El arte es iluminarte. No importa el filtro que le pongas, pero te ilumina. Esto tiene un poco la impronta de la planta carnÃvora: es una de las flores más hermosas, pero cuando te acercás te come la cabeza. Y me parece que todavÃa tengo mucho que decir, de hacer. Tengo muchas ganas, y nunca más voy a dejar de producir obra propia. Es más, estoy a punto de tener lugar propio, dentro de un mes o mes y medio voy a tener un lugar que se va a llamar también Pulso Taparelli, que va a ser un lugar mÃo que voy a compartir con otra gente y que en algún momento será un centro cultural que quedará para la ciudad".
Ubicado frente al Etur, sobre Avenida Belgrano, el edificio funcionará entonces como contenedor para las nuevas obras de Taparelli. "Te puede gustar o no, pero no hago cosas feas, no hago cosas malas. Ya las hice todas -lanza entre risas-. Lo que hago tiene un sentido, tiene esa cosa de lo permanente, de lo impermanente, me parece que está esa cosa de dar destinos nobles a ruinas nobles, que está bueno porque las formas mutan todo el tiempo. Uno mismo va cambiando con la vida, el universo se expande todo el tiempo y nada puede estar mal en un universo que se expande, lo que nosotros le vamos poniendo nombre (está bueno, está malo) son miradas pequeñas nuestras. Nada puede estar mal, ni la muerte, que es una consecuencia natural de la naturaleza. Yo no le tengo miedo a la muerte, en absoluto, sino que le tengo una curiosidad espantosa. Sà le temo a la manera de morir. Tengo claro que si me duele mucho lo resuelvo fácil, pero con glamour: jamás me pegarÃa un tiro, sino que me pondrÃa mi mejor traje, me tomarÃa la mejor cosa, me echarÃa el mejor polvo, me tomarÃa un frasco de pastillas y chau, a la mierda, no me ven más. Y lo mejor de todo es que no le va a doler más a toda la gente que me quiere. Le va a doler fuerte, un ratito, pero después se olvida, todo se olvida. Después de laburar en el cementerio, todos los trabajos que estuve haciendo con los murales, que están creciendo, me hace tomar una conciencia plena, de permanencia. Y yo, como budista, cada dÃa me reafirmo más que la única realidad es el aquà y ahora".
"Asà es que decidà quedarme en Rosario para poder seguir haciendo lo que hice toda mi vida: hacer lo que quiera, nada más completa. Trato que las cosas que haga sean luminosas, que les sirvan a los otros. Pasarles su vida de gas a nafta súper. Sin gastar más de lo que debo, de lo que puedo, seguir gestando cosas para la ciudad. Tengo una esperanza espantosa de poder hacer mucho por mi ciudad, por Santa Fe".
-Pero permitiéndose un espacio de creación personal.
-SÃ, porque yo creà que me iba a morir. Soy VIH hace doce años y lo único que tengo son algunos defectos, rasgos, que me producen las drogas. Y es más, voy a empezar a dejar de tomar algunas, pero nunca me hice una cirugÃa, como un montón de amigos mÃos, porque soy optimista. Tengo esperanza de revertir, y si no tengo 50 años, ya me chupa un huevo. Me visto igual que a los 20, pero soy un viejo moderno. Dà vuelta el espejo. El mismo espejo con el que me miraba cuando hacÃa publicidades, cuando en los 80 entraba a un boliche y todo el mundo estaba conmigo. Después me quedé pelado, después me enfermé... más castigo a la boludez no puede ser. Era el tÃpico rubio tarado, un boludo, pero ese espejo con el que me miraba se dio vuelta para la gente, y yo ahora estoy atrás, generando cosas buenas, dentro de lo que puedo y para quienes me contienen, para mis compañeros de nido.
-¿Costó mucho el cambio?
-No fue vertiginoso, sino que fue de a poco. A los 14 años me agarré una blenorragia y no salÃa de mi casa sin un forro en el bolsillo, salvo alguna borrachera alguna noche. Pero siempre fui muy cuidadoso, tuve parejas muy largas, siempre fui un tipo medianamente ordenado. Entonces mis amigos me decÃan "Tapa, estás muy flaco, dejá de laburar. ¿Por qué no te hacés un VIH?", pero ni loco, yo era el único que nunca jamás. Hasta que me agarró una parálisis facial y me dijeron lo mismo, pero yo, no no no. Y casi me muero. Entonces asà fui del derrotero de la belleza a la persona mayor, pero eso me fue fortaleciendo el espÃritu. Cada una de esas pruebas, que fueron muy fuertes y que eran para tirarte de un balcón, las pasé solo. Entonces en un momento me hice budista, universalista, de donde viene lo recibo. Empecé a darme cuenta de un montón de otras cosas que me sensibilizaron no solamente para conmigo sino para mi prójimo.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.