La vida del escritor uruguayo Felisberto Hernández (Montevideo 1902-1962) parece haber salido de su propia literatura hecha de equÃvocos, de fantasmas y de empecinamientos pueriles por contar no lo inasible sino la materia con la cual se pretende representarlo.
Si bien la actividad literaria no es algo que quite el sueño a los burgueses, en el caso de Felisberto Hernández "su estar en el mundo" pudo ser una intolerable seguidilla de malentendidos kafkianos donde no logró ser reconocido mientras vivió.
Justamente un trabajo del crÃtico Jorge Panesi se titula "Un artista del hambre" parafraseando un relato del praguense inmortal, ya que Felisberto Hernández se ganaba la vida tocando el piano en remotos tugurios de provincia, amenizando las pelÃculas mudas de entonces o dando conciertos en pretenciosos centros llamados "de cultura".
Felisberto tuvo tres pasiones excluyentes: la música, la literatura y las mujeres.
Nadie entendió nunca cómo este hombre que llevaba en sà a un niño caprichoso y glotón pudo seducirlas con tanto éxito y tan sordamente durante toda su vida adulta. Tal vez sin el apoyo de cada una de ellas no hubiese podido producir una de las obras mßs originales y mßs fascinantes de la literatura escrita en español en los últimos cien años. La escritora mexicana Rosario Ferré escribe: "tenÃa una capacidad sorprendente para suscitar una gran ternura en las mujeres, aunque luego les hacÃa la vida imposible(...) las mujeres se enamoraban de él, llevßndoselo a vivir con ellas a los sótanos de sus casas familiares, donde harÃan lo posible para mantenerlo y protegerlo".
Su literatura que fue inexistente como difusión en todo el continente, apenas fue marginal en su propio paÃs. José Pedro DÃaz, uno de sus primeros biógrafos y crÃticos ha dicho al respecto. "Los pequeños libros que publicaba tenÃan siempre algo de esotérico: eran apenas existentes, a veces anotaciones mÃnimas sobre un sesgo de una situación, a veces pequeñas historias mÃticas, irónicas y filosóficas a la vez. Su quehacer más permanente y ostensible era la música."
Es DÃaz precisamente quien primero traza un ordenamiento de la obra de Hernández y la divide en "tres grupos de libros que se corresponden, además, con tres modos de presentación: sus cuatro primeros libros fueron ediciones de autor y lo constituyen sendos libros sin tapas: Fulano de tal (1925); Libro sin tapas (1929); La cara de Ana (1930) y La envenenada (1931). El segundo grupo está integrado por dos únicos relatos largos: Por los tiempos de Clemente Colling (1942) y El caballo perdido (1943).
Estas ediciones ya no son de autor sino que las financian sus amigos y que llevan un sello editorial de fantasÃa.
El último grupo lo integra el resto de su obra. Nadie encendÃa las lámparas (1947) que le editó Sudamericana, fue el único libro que en vida se distribuyó comercialmente. A este grupo pertenecen Las hortensias (1949) y La casa inundada (1960).
En la edición de sus obras completas (1) que Arca de Montevideo diera a conocer en cuatro tomos entre los años 1967 y 1970, justamente en su tomo cuarto contiene el largo relato inédito hasta entonces, titulado Tierras de la memoria, que aparece con un postfacio de José Pedro DÃaz, que no tiene desperdicio por el rigor crÃtico que tiene, además el mérito de iniciar la cada vez más creciente crÃtica hernandiana.
Su última etapa es considerada realmente fantástica, como "hermano bastardo" y tardÃo de los grandes del género en el Plata: Macedonio Fernández, Bioy Casares, Borges, Quiroga y Cortázar.
Carlos MartÃnez Moreno pudo decir que Felisberto, en un paÃs de literatura realista, "fue la vanguardia de un solo hombre".
Lo cierto es que la literatura de este hombre distraÃdo, que fue dándose a conocer, trabajosamente, durante 40 años a través de ignotas apariciones de 100 ó 200 ejemplares llegó a convertirse con los años en un escritor de los llamados "de culto".
El filósofo uruguayo Carlos Vaz Ferreira habÃa comentado cuando apareció Libro sin tapas, su segundo volumen: "Posiblemente no haya en el mundo más de diez personas a las cuales les resulte interesante la obra de Felisberto Hernández y yo me considero una de ellas".
Como casi siempre la "Institución" literaria (esa corporación de rinocerontes) haciendo gala de su eterna miopÃa y su resentimiento, esta vez en la voz de Emir RodrÃguez Monegal, pudo comentar: "Su eterno desaliño y su desconocimiento de la sintaxis".
No es para preocuparse, también fueron tratados de brutos Shakespeare, Cervantes, Dostoievsky y, entre nosotros Roberto Arlt.
Como si todos ellos hubieran sido traspasados por las musas y sólo hubieran prestado su mano para escribir esas bellas páginas que la humanidad no dejará morir, para decirlo con palabras de Borges.
Lo cierto es que Felisberto Hernández nos dejó una obra que, pese a no tener ningún punto de referencia con la Historia ni con el mundo circundante, produce una sensación de perplejidad al remitir a la expresión de un narrador generalmente en primera persona que cuenta mientras observa la animización de los objetos, la relación que tiene no con la memoria sino con la enunciación con que aborda la memoria, una relación con la literatura que él mismo llamaba "su misterio".
La literatura de Felisberto no tiene ni antecedentes ni seguidores. Aunque yo he creÃdo percibir entre nosotros a Hebe Uhart, que en algunos momentos presupone un asombro similar al que experimenta Felisberto ante la cosa narrada. Pero creo que allà se acaban las coincidencias.
Felisberto Hernández recibió, pese a la casi nula difusión de sus escritos, la admiración incondicional de grandes hombres de las letras: Jules Superville, Roger Callois, de Cortázar quien prologó una edición de sus cuentos en Barcelona, en 1973 y de Italo Calvino quien escribió el prólogo a las obras traducidas al italiano del escritor uruguayo. Fue justamente este último quien estampó para siempre: "Felisberto no se parece a ninguno".
(1) Acaba de ser reeditada por Siglo XXI en 3 tomos con prólogo del poeta mexicano David Huerta. Se consigue en librerÃas de Rosario.
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