"El arte no está para decir lo que ya sabemos..."
Peter Greenaway
Pasa la calabaza tallada del folklore irlandés, recorre el asfalto rosarino, gente en ojotas la ve. Es la celebración de Halloween, vÃsperas de todos los santos. Anterior al dÃa de los fieles difuntos.
Una versión afirma que los espÃritus incorpóreos de quienes ya murieron regresan esta noche en busca de cuerpos vivos para encarnarse durante un tiempo más.
Yo quiero que me busquen a mÃ. Me parece fantástico que un muerto quisiera ocupar mi esqueleto, que adentro mÃo hubiera combustible para dos.
Dice la historia que los aldeanos, la noche del 31 de octubre, apagaban el fuego en sus hogares para que quedasen frÃos e inhóspitos, luego se vestÃan con toda clase de trajes y recorrÃan los alrededores destruyendo lo que encontraban a su paso para espantar a los espÃritus que buscaban cuerpos para poseer.
Yo no harÃa tal cosa; sé que la fiesta de Halloween es otra de las tantas influencias que los latinos recibimos de culturas extranjeras pero no me importa, no creo que por salir una noche a pedir caramelos para controlar desmanes dejemos de ser argentinos.
Esta fiesta me encanta.
Qué hermoso serÃa que, en un vericueto del azar, un difunto solicitara esta noche un lugarcito entre mis costillas, que pidiera existir en mi existencia o que, con prosa elegante, escribiera otras cosas con mis manos.
No me parece terrible festejar esta probabilidad, al contrario.
SaldrÃa de mi casa con aires sepulcrales fanfarroneando con poder ser elegida, creo que me ahorrarÃa orfandad y tendrÃa otro punto de partida.
Algo impalpable que pretendiera ingresar en lo mas mÃo, a mi dolor de cabeza, que deseara sumergirse en mi saliva, mis mililitros de bilis, que llegara hasta el sitio donde tengo la rabia.
No temo por mi patrimonio, me sé telúrica y calma como para convencer al muerto (o muerta) visitante de no confundir el festejo con un robo.
Me sentirÃa flamante y con Ãmpetu de darle un viaje pluvial por sangre, permitirÃa que corrija mis sueños, vea si mi estado de disco rÃgido es nomás irreversible, me diera más talento si eso fuera posible.
Si a mi cuerpo bajara alguien que ya se ha ido no pienso en cosas góticas ni en sepultureros, es una circunstancia viscosa y afilada, me permitirÃa ser doble por un rato, prender con alfileres por fin a otro. Saturada de mà festejarÃa el arribo y en vez de actas de defunción escribirÃa el poema ajeno.
Dicen que está inspirada en la noche traviesa que formaba parte de la cultura irlandesa y escocesa, que ésta noche derivó en violencia hoy contrarrestada con la entrega de dulces.
Dulce para mà serÃa que a mis ojos viniera otra mirada, que mis dedos se movieran distinto, que de repente fuera un Raúl que falleció resbaladizo o un Estelita prolija y sin apuro.
PodrÃa pasar también que el muerto fuera algún insecto y me impulsara a volar esta noche por Dorrego. ¿Y si es un perro? ¿y si es un perro proteico de esos que hacen sus necesidades en cualquier parte?
Le ruego a la calabaza que sea cierto. Quiero la caÃda libre de ser otra, la algarabÃa de un chico dentro adentro, una paloma derribada que me rogara asilo, alguien que, pidiendo pista en piel, modificara mi forma industrial del amor.
Voy a salir cuando sean las doce a dar luz, a recordar en grande esta tradición de otros para ver si me contagio y creo, y creo, y creo tanto que finalmente un ángel penetra en mi asfixia y me libera, pide estar justo entre mis huesos e imperfecciones. Entre fémur y error.
Y si es una gordinflona o un elegante caballero, una vaca, un adolescente que falleció en navidad rodeado de petardos, no importa. Si es gente enciclopédica o madrileña, brasileras con plata, o una minita aérea que salÃa mucho los viernes tampoco importa.
Yo quiero que esta noche me venga a ver un muerto, un espÃritu que aún tenga el cuchillo clavado. No quiero ponerme pétrea sino majestuosa, quiero volverme linda y frágil. Y floja.
Y dejar que entre, corra.
Es un sentimiento masivo el que me inunda, ganas de división binaria entre un yo y un él.
Quiero explosión nuclear no aburrimiento, quiero que mi boca deje el castellano, que el vulgo pasado se acomode entre células propias.
SÃ, sÃ, vengo a ofrecer mi corazón.
Pretendo que la intraducible muerte hable por fin debajo de mi ropa.
Calabaza te ruego.
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