Ayer falleció 2008.
No sabÃa donde ponerse a morir.
Primero iba a ser en Alberdi, Bajada Puccio al no sé cuánto frente a una duquesa de carrito y chori.
Empezó a deshilacharse, las torres mareadas del centro se divisaban a lo lejos; no halló rumbo en la ruta final y fue hacia otro lado.
AnochecÃa.
QuerÃa morir en la comarca o cerca. Venado. Firmat.
Antes vendió todo, un comienzo de crisis, dos o tres frenos de la economÃa, el cinco coma ocho, un par de ministros; largaba Ãndices como sangre, brotes secos de Mayo.
Era mineral el año ese, llorando por que no lo habÃa visitado nunca Dios.
Nunca, ni de recién nacido con la picardÃa.
TenÃa la guardia baja.
Buscó durante dÃas el sitio para desmantelarse, recorrió barrios, Echesortu, Las Flores, Zona Sur, pueblos, Bigand. Pensó también que bajo un puente, sobre un ceibo, arriba de una vaca, apuntando a todos los ladrones, subsidiando heladeras, repartido en la luna.
Prosiguió buscando su última morada como quien busca un escondite. Un poco eterno.
Hacia el oeste. Hacia el este. Miró gente divorciada en Agosto, a sus recién casados de Octubre, solos y solas, enumeró seres extraños de pelo copiosÃsimo. A los calvos.
Las olas finales avanzaban. DebÃa desmoronarse como un cordero gris que se resbala al filo de la montaña.
El año iba viniéndose abajo ya sin televisión ni diarios.
Primero se convirtió en fantasma. De súbito. Se volvió blanco en un pastizal del Saladillo, una Totora. Dijo total yo ya me muero. Me hago nadie, me subo a una capota que me lleve y desde ahà saludo, chau, sin entristecerme como la noche.
Voló alto por livianito. Lo contrario que cuando se armó el tole tole del campo (en Santa Teresa nomás pesaba toneladas. Estaba rojo con su tridente pinche).
Un avión poco más lo mata pero pudo esquivar y se alivió. QuerÃa morir por sus propios medios.
Un año poco lobo, mucho pollo mojado.
De fantasma pasó a polvo para probar en que consistirÃan sus próximos estados, pasó a granalla, a luz, devino luz solita, picó hasta la punta del Palacio Minetti y desde allà iluminó la patria. Como ya era lo último se permitió una torta delicada de la Nuria, mientras iba convirtiéndose en lo contrario de la tierra.
Como su vida fue poca cosa y duró en él la alegrÃa lo que una estatuita de nieve, parecÃa incluso querer apagar sus alas, quizás fue un suicidio.
Estando allá en lo alto entre murciélagos rosarinos y de otros lados, pensó en recorrer la 33, Chabás, Casilda, Sanford. San Ford.
Miraba la autopista también. Estuvo a punto de caer en Villa Constitución, en el patio de la casa de Piccinini. Se hizo un pliegue, saludó a la Virgen nicoleña, cerca de las doce miró el reloj.
Desde el alba habÃa empezaba este trajÃn. (Es tan lindo el mundo que uno no sabe si acabar cerca del rocÃo, adentro de un gladiolo o cenando luminoso por ahÃ).
Entre electrodomésticos, informática, celulares y otras porquerÃas pensó en tirarse al rÃo con una piedra en forma de ananá que lo obligara a enterrar para siempre su existencia en el lodo profundo. Y asà fue.
Desde un cielo monstruo tomó carrera.
Se lo vio en descenso bueno.
Arrastró pájaros e insectos consternados.
No habÃa salvación, estaba todo tomado.
Antes de probar el agua sacó un avisito de que va a volver dentro de un siglo.
Y 2008 falleció desgranado. Calcinó su sien y terminó embarrado como todos nosotros. Sin funeral ni coche de florcitas, ni un colibrà que cante o surja. Murió de espaldas y anunciando que todo puede ser peor. (Qué tarado, irse asÃ, sabiendo que es para siempre).
Ahora debe estar en el mar, para mà que su poco gallarda figura ya fue ingerida por un cornalito y alguno se lo va a comer en Chichilo ahora en las vacaciones.
Yo que sé. Ese año choto que se muera, no sirvió de mucho. Tal vez merezca una oración o aferrarnos al lecho.
Con los ojos azorados por lo que vendrá.
(Por momentos un pescador pareció salvarlo y me asusté. Pero después puso en marcha el motor y siguió con las Bogas).
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