-Aquel es, dijo la voz apuntando con un dedo sucio, señalándolo. Sobre la mira de hueso y carne pasaba el pibe dientudo, cabeza baja, de unos doce años más o menos. Ese es el nuevo, el de los marcianos. Quisimos conocerlo y lo llamamos. Se presentó muy seriecito y lo cotejamos como baluarte para nuestro equipo: no daba ni para alcanzapelotas. Esmirriado, lauchesco, con lentes culo de botella, camisa a cuadros y además con tiradores. Le lanzamos una pelota mitad como invitación mitad para sacarnos la curiosidad. La tomó con la rodilla y la devolvió al pie del lanzador. Aquello nos gustó. Nos sentamos al cordón de la vereda. Enseguida sin que medie invitación nos preguntó si creÃamos en los marcianos. Su tema favorito. El que lo habÃa detectado, Cornaglia, creo, propuso que nos invitase a su cueva donde tenÃa, según el pibe, de apellido Casas, un refugio para escapar de los marcianos. Antes la contraseña, propuso en la puerta del pasillo que nos conducÃa hacia una puertita roja, lastimada por el tiempo. Dijo unas frases que repetimos. ¡Son amigos, abuela!, expuso con naturalidad cuando entramos. Repitió mucho los ademanes de silencio y nos señaló arriba, hacia un cuartito cerrado con candado. Extrajo de una cuerda que le colgaba por debajo de la camisa la llave y abrió encendiendo una luz. Por las malas novelas posteriores supimos que aquello era un ático pero para nosotros no era más que un lavadero adaptado. Un recio olor a orines de gatos nos recibió. Che, ¿No ventilás nunca acá? preguntó Toledo. !No se puede, seguro que van a espiarme los de los platillos y me hacen sonar!, contestó un enfático Casas. Aquello era un caos apilado: una mesa de arquitecto con marcas de haber sido cagada por palomas milenarias, ahora con guano seco, rollos de papel con mapas, un globo terráqueo señalado con redondelitos rojos, paneles de plástico, fotos grisadas de planetas, caras inconfundibles de extaterrestres con ojos de hormigas. Che ¿Y este olor inmundo? alargué yo que no aguantaba más el ácido. Un michifuz negro me contestó de un rincón. Está bajo los efectos del gas paralizante de los extraterrestres, explicó Casas. Toledo se cansó, todos querÃamos salir a la luz ¿Este aroma a meo es de tus marcianos también?, y largó la risotada. El pibe lo frenó con un topetazo en la panza. ParecÃa una ardilla desnutrida revelándose contra un oso. Me causó gracia su enjundia; todos le oÃmos chillar. ¡No te metas con ellos! ¡Te van a dejar ciego como al gato! ¡O como a la abuela! ¡No los nombrés!, ¿Entendiste? Era advertencia y una afrenta hacia la mole de Toledo. Entrecerré los ojos pensando que lo arrojarÃa de un sopapo al patio. Tuvo un ataque de risa, en cambio Qué pibe boludo resultaste, farfulló. Y nos invitó a irnos bajando él mismo las escaleras. Cuando nos volvimos, Casas seguÃa arriba en su torreta con el dedo extendido, acusándonos, advirtiéndonos de algo. Salimos a la calle y se armó un partido enseguida. Como lo habÃamos conocido lo olvidamos. Vinieron dÃas de colegio con frÃo y esa semana anunciaron por canal Cinco que el sábado divulgarÃan el sitio de la fortuna escondida. Era un juego que consistÃa en que la firma de vinos Vaschetti, organizaba una búsqueda del tesoro en una calle que era dada a conocer a través de la tele. El afortunado que obtenÃa la llave accedÃa a un sorteo por algún premio Ãnfimo. PodrÃa estar en la caseta de la luz, en un árbol hueco o dentro de un hornero, quien sabe. La gente, sin más que hacer, salÃa en malón a jugar y encontrar aquella esquiva y pelotuda llave. Lo oÃmos y saltamos de las sillas. DecÃan que estaba por 9 de julio, a la vuelta de nuestra casa. Corrimos, ya habÃa una multitud escarbando toda la cuadra. Pasamos por la puerta de calle del pibe Casas y la encontramos abierta. Entramos despaciosamente. En el medio del patio con su gato muerto estaba él, meado Ãntegramente, temblando de miedo, tartamudeando que habÃan llegado los marcianos, por eso la gente corrÃa en la vereda. Por eso la abuela estaba desangrándose, acuchillada en el piso de la cocina por los seres. Salió de una pieza un mayor, el padre seguramente, quien nos inquirió qué hacÃamos allÃ, quienes éramos y que nos retiráramos inmediatamente. Era la réplica de su hijo. Pero con un vozarrón tremendo.
Cuando salÃamos el tipo ya estaba arriba, en la puerta roja del cuartito y señalándolos nos repetÃa aquello de que habÃan venido por fin los dueños de las estrellas y aleluya, alabado sea el Dios de todas las criaturas infernales en sus naves espaciales, liberadas en el barrio para que nos arrepintamos de todos nuestros pecados, ahora y en la hora de nuestra muerte.
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