Esta semana se cumplen nada menos que cien años del nacimiento o fundación de la hoy nombrada como ?Escuela seis mil treinta? que es una de las tradicionales primarias de mi pueblo donde yo misma cursé la inverosÃmil infancia.
¿Cómo no voy a escribir se ese fue el lugar donde aprendà a hacerlo?
Pensar que una vez la letra me atropelló en su mas firme cuerpo, en su alborotada osamenta sin suponerle un sentido, una razón.
La letra, el abecedario desconocido que Angelita Francioni, nuestra primera señorita (antes no habÃa seño), fue descifrando para encontrar el mundo, o encontrarnos nosotros debajo de diéresis y acentos iniciales.
A ella le llevó un año disolver esa ignorancia primigenia, y a los seis años que tenÃamos se les pegaron frases y mayúsculas, comenzaron a andar en el manubrio de la bicicleta.
Cuando Angelita dio por concluida la laboriosa actividad de enseñarnos a leer empezamos a ser hombres y mujeres.
¿Cuál es el grado de mi deuda?. Reflexiono sobre aquél tiempo y no dejo de asombrarme, pensar que solo fui una alumna, una entre miles, una sola, que corrió en esa galerÃa propiedad privada de la Flaca RodrÃguez, esa vice directora larga que caminaba con la cabeza para atrás y se reÃa poco. ¿Cómo no voy a escribir si aún la veo en ese zaguán inmensurable dándole órdenes a Asunción Mendez de GarcÃa (maestra de música) que comenzara a tocar de una buena vez Aurora, en aquellos años difÃciles con las batallas profundas de la polÃtica Argentina.
Después entendà lo poco inofensivos que fueron los setenta, o quizás lo mucho que nos protegió la tabla del nueve que la señorita Norma Roldán recitaba o la señora de Perlaba tomaba.
Dos por dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis, y ocho veinticuatro y ocho treinta y dos, escuela nacional número treinta me arrodillo en vos, en tu falda.
¿Cuánto le debo a Giralda de Crippa mi compostura de hoy?. Era una petisa hermosa, la directora, no hacÃa falta gritar tanto. Miraba, se ponÃa un poco colorada y a nuestras raras violencias de pibe les hizo frente, les fabricó freno. Una sola vez fui a la dirección, me habló tan suave y despacito que después la quise como se ama a un regalo de cumpleaños (a ella y a la Flaca RodrÃguez también).
Ahora me doy cuenta de cuanto las quise.
Ruidos múltiples y compuestos en el patio, perdà conciencia de mà en la primaria, dejé de existir para que sobreviniera la amistad de mis compañeros, todos inclinados formando un ramo de almas o un trozo de cualquier cosa en formación.
Ciencias naturales. Lengua. A. B. Clase especial.
¿Pero cuando fue que me hice grande?. Imposible nombrar el dÃa, las cenizas de ese dÃa, las partÃculas subatómicas de ese dÃa.
Mi escuela cumple cien años y yo 46, ambas nos hicimos con la misma materia de amor, nos amasaron palabras comunes alguna vez, gente lÃquida de tan buena, dos porteras vestidas de celeste iban limpiando mi destino o el inicio de una naturaleza. La Piba y la Tola, una de mañana, otra de tarde, lindas, treintañeras, libélulas, alarmadas por la genialidad de Lito Marqués o la locura de Pincho Gomez o Raúl Burzio, Pancho Benet. Varones.
¿Qué fue de todos ellos? ¿Qué fue de las láminas con que dimos los rÃos de Argentina con Sonia Ferraris y la Patora Traverso?. ¿Quién las tiró?
¿Dónde está mi hermana dos grados menos?. Dos o tres grados de temperatura menos, entre miedo y sorpresa. La tierra y la congoja.
Estos versos chiflados son mi propio aniversario. Cien años de mi misma, festejar no ser semilla, no ser ya una semilla.
Enamorada de mis emociones pasé el sobresalto de volver una vez y advertir que la galerÃa no era larga sino yo muy corta.
Siento tu olor, escuela. ¿Puedo quedarme a dormir este viernes, sola, donde hice el jardÃn?. Teresa Petrate dejó el cocodrilo para rallar y acompañar un canto. Dale. Asà alguien intercepta los mensajes de Sara Odón de Moyano y yo me duermo con el diminutivo de mi voz sobre calle Moreno.
Miro los árboles otra vez y un cuartito donde di mi primera magia al mundo.
Pasan bichos de luz, todo es doméstico, estás detallada en mi memoria hasta el último mate cocido con la Flaca vendiendo golosinas en un armario gris que hacÃa olvidar la pobreza de algunos y la riqueza de los inviernos mas lindos.
Escuela Nacional
Bañame otra vez de tiza
Haceme una escalera descendente
Para bajar a ver un cielo sin relámpagos
La fijeza de los once
Enloquecidos entre bancos y escritorios
Escuela plena
Donde alguna vez nos quedamos encandilados
O con enamoramientos verdaderos.
S
Después vinieron MarÃa Rosa Menéndez y Finita Burzio, dos señoras, dos involuntarias conquistadoras de corazones que nos limaron al final, y a mà me dieron una genética con el estudio y la luz que hoy dÃa llevo afirmada en un dedo, entre los dedos. Una sintaxis, un intelecto unido al de mi madre y mis abuelos que no alcanza a cicatrizar, para que tenga yo dÃa a dÃa que curarme esa alegrÃa de saber.
Hoy somos modernos, señoras, señores, cantantes, escritores, padres, transeúntes.
Hoy somos nosotros los maestros plegando este centenario, con la manualidad heredada de ese patio como cintillo para la eternidad.
Cien bullicios se han juntado para celebrar la vida, la divina potencia de una escuela.
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