Cuando una minorÃa lucha intensamente para incorporarse y ser aceptada como igual por una mayorÃa, su intención no es solo pertenecer a ese todo, su finalidad es mas profunda, es mas abarcadora, tiene que ver con transformar ciertas reglas que sustentan y justifican ese antagonismo social. Las personas con capacidades diferentes, al igual que otras minorÃas, luchan dÃa a dÃa por subvertir ciertas leyes y modificar ciertas creencias, pero esa lucha a menudo se torna casi imposible de ganar, el camino se vuelve demasiado cuesta arriba, y aumenta inevitablemente la angustiante sensación de subir tres escalones y bajar cuatro en un instante.
Cuestiones como la inclusión, la aceptación y la igualdad están vigentes y se multiplican en la teorÃa pero no en la práctica, en los discursos pero no en los actos. En lo que refiere a acciones que produzcan cambios, cambios que certifiquen la igualdad en todos los aspectos de la vida, las fallas y las carencias son tantas que hacen que la balanza se incline cada vez mas hacia la segregación y el olvido; quizá algún dÃa, después de muchas batallas perdidas, esta balanza se incline hacia el lado opuesto, hacia la inserción y la memoria, para no repetir viejos errores y proyectar un futuro mas justo, claro que por el momento esto es una gran utopÃa.
El artÃculo 990 del Código Civil Argentino manifiesta que no pueden ser testigos en los instrumentos públicos los menores de edad no emancipados, los dementes, los ciegos, los que no tengan domicilio o residencia en el lugar, las mujeres, los que no saben firmar su nombre, los dependientes del oficial público y los dependientes de otras oficinas que estén autorizadas para formar escrituras públicas, los parientes del oficial público dentro del cuarto grado, los comerciantes fallidos no rehabilitados, los religiosos y los que por sentencia estén privados de ser testigos en los instrumentos públicos.
De esto surge un interrogante: ¿por qué una persona ciega no puede ser testigo de matrimonio civil? Esta pregunta circula desde hace tiempo en los medios de comunicación, en los registros civiles y en los estudios jurÃdicos, constituye un claro ejemplo de esta segregación social, y, como es de suponer, las respuestas entorno a ella son insuficientes y carecen de sentido común. Esta pregunta puede resultar indiferente para la gran mayorÃa, pero la minorÃa afectada necesita no solo escuchar una respuesta convincente, sino que se produzca un cambio, una transformación que subvierta una ley añeja y absurda y sancione una nueva, mas ligada al todo, a la integración y la igualdad, que derrumbe la sensación de desamparo, tristeza e injusticia que estas personas conocen bien. Esta minorÃa también tiene derechos, opiniones y formas de conocer el mundo, distintas de la gran mayorÃa pero igualmente válidas. Decir que un ciego no puede atestiguar un matrimonio por la simple razón de no poder ver lo que está sucediendo o firmando no es una razón coherente. Una persona ciega no puede ver con los ojos pero si con los otros sentidos, puede ver el mismo mundo pero de otra manera; puede atestiguar aunque sin los ojos ciertos hechos con el cuerpo, con los sentimientos y con la inteligencia. Es mas, hay una gran contradicción entorno al matrimonio, por un lado, la firma de una persona ciega es legÃtima en su propio enlace civil, pero por el otro, esta misma firma no es válida en el caso de atestiguar un enlace ajeno. Estas explicaciones deberÃan ser obvias, pero parece que muchos necesitan aprenderlas, memorizarlas e internalizarlas para no dar respuestas y justificaciones tan mediocres y carentes de sentido como las que se divulgan diariamente en algunos medios o instituciones públicas que solo en apariencia enuncian la inclusión y la igualdad.
Pasar del dicho al hecho no es cosa fácil, es muy común levantar la bandera de la "igualdad", pero mucho mas difÃcil es actuar en consecuencia. ¿Cuánto tiempo deberá transcurrir para que un discurso antidiscriminatorio se transforme de enunciado creÃble y emotivo a una acción concreta, tangible y real? Dichas transformaciones deberÃan englobar y sanear todas las carencias de las personas con capacidades diferentes, que por cierto son muchas. La incorporación de esta minorÃa en el ámbito laboral es todavÃa muy magra, las disposiciones arquitectónicas no hacen otra cosa mas que obstaculizar la movilidad, la brecha que se abre dentro de este sector entre los que poseen recursos y aquellos que están doblemente marginados, como minorÃa y como indigentes, son solo algunos ejemplos de este juego perverso que tiene como fin el discurso y no la acción, mejor dicho, que tiene como fin el olvido y no la transformación. ¿Alguien reflexiona aunque sea un instante y se pone en la piel de las minorÃas olvidadas que luchan dÃa a dÃa solo con su infinita voluntad contra gigantes de acero ciegos, sordos y totalmente incapaces de comprender una realidad muy distinta a la suya?
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