"...Vayámonos las dos a cualquier parte
con los pinceles como pasaporte
las dos con una brújula sin norte
las dos
con un reloj equivocado..."
MarÃa Elena Walsh. Otoño imperdonable.
Para Alejandra Buzaglo y Daniel Viu.( Por un amor a los ladrillos y a las palabras)
Ayer, los dos albañiles que trabajan sobre el andamio, en la medianera de mi casa (construyendo un enorme edificio) tenÃan frÃo.
Gritaron toda la tarde.
La helada tarde de julio gritaba en ellos.
Eran de hule con el viento.
Trabajaban, me dictaban lo que yo escribÃa.
¿Dónde se encuentra el delicado filamento que hace que el andamio no se caiga hasta hacerlos volar en mitologÃa de aire?
El mundo los tiene a upa, pero podrÃa largarlos.
Se bambolea la madera, de ella dependen. Ellos agitan los brazos. Pueden llamarse Arturo.
Hace tanto frÃo helado, viento sureste, termómetros qué se yo, la pared es de polÃtica salvaje, el suelo con su mentira parece que los esperara.
Lisos, pintan.
Oscuros, esperan poco.
Ese andamio detiene la existencia. Son: ahÃ. Cuando se mueve, no son.
Fuman vapor congelado.
Parece que el rocÃo se estrelló allà durante la noche, llegó hasta hongo, la muerte es resbaladiza ahora debajo de sus brochas.
No saben que yo escribo acá abajo porque están cargados de pájaros.
Son rubios como un adiós.
La tarima inmóvil vibra con el martillo eléctrico. Han asesinado la paz. El barrio derrama sangre y cemento en igual proporción; poseen collar extraño por la pupila anaranjada de la tarde, no miran, no corren, fijan la atención en maratón inmobiliaria mientras hacen la colmena para gente.
Tengo sensación térmica pero ellos poder ejecutivo.
Frotan sus astillas en esta hoja, florezco para advertirlos, armo un humo en el pecho de un hombre, es crepitante el casco, y este papel resulta pavoroso porque deja constancia de una última y crujiente tempestad de Poximix.
Son dos. No: tres. Dos cabezas, cuatro piernas, cuarenta dedos, mucho pelo, varias espigas, tentáculos trabajadores, algo de valentÃa, tal vez una familia esperándolos.
La vida es una telaraña.
Hay ratas para atrapar, fulge el terror cuando miro hacia arriba, parezco un monstruo pero deberÃa ser insecto cosa de elevarme hasta el andamio a probar.
Una mosca con corazón desesperado. La desesperación que no sale en las ecografÃas.
Arturos, Arturos, Arturos o Migueles (pienso). Grito que pueden caerse en la telaraña ésa: ceder. Grito que el techo es manso. Grandes estrellas vendrán dentro de un rato y el andamio será otro cuarto oscuro sin paredes.
Carne riquÃsima frota el hormigón armado, fuman cigarritos de oro haciéndose los machitos en el tablón de dos por veinte.
Debo dejarlos escapar pero me dan hambre esos tipos.
(La niña cayó de súbito desde un techo
se quebró mágicamente la clavÃcula izquierda
un tÃo entablilló sin enyesar
ella permaneció con los brazos abiertos hasta soldar el hueso.
Era flaca y preciosa, y se cayó de un techo, de IRSA, allá en el pueblo
mientras escuchaba otro ladrillo en la pared que justo se editaba.
La niña cayó sin órdenes y yo pensé por vez primera que podÃa morirse,
en realidad siempre supe que morirÃa primero, perdida, asfixiada.
Llamaron a la madre que estaba en las escuelas
la auxilió el tÃo, recibido hacÃa poco.)
La escápula, el fémur, los huesos del carpo, el esternón, soldaron. Y ella después no.
Por eso, con los ojos levantados un dÃa subió, pasó por la pared de los albañiles, les convidó pétalos, y después se fue.
Estos dos hombres caballito construyen mientras pasa una reina. (¿Será por eso que no tienen miedo?).
Les proveo lavanda, alhucema, margaritas.
Que hagan asados hasta el empacho, y que el último sea con leña del andamio y me inviten.
Con un choripán.
Y el Colegio de Arquitectos.
Y el colegio de Arquitectos analice la posibilidad de convertir a estos señores en camellos.
Para tener más chances de atravesar con suerte este desierto.
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