Practicaba el arte ocioso del cigarrillo con parsimonia. Al llevárselo a los labios sostenido por unas uñas extremadamente largas se le completaba un aire entre Bogart y Bela Lugosi. Húmedo de naftalina en su sobretodo marrón, siempre con un pie en la tierra y otro, balsámico, con olor a alcohol allá en las nubes, artista de privilegios como era, lo admirábamos. A lo lejos, tras el muro transparente del vidrio se desdibujaba una tarde inmensa. El taco de billar, parado de culo se estremecÃa cuando alguna de la bolas rebotaba en las bandas, porque el tipo tiraba y rápidamente como si le quemara llevaba el madero al pecho o lo apoyaba en el borde.
El Negro Cornejo, último sobreviviente de una raza extinta apaciguó el correr de la roja con la mano. Era un tape oscuro y ceremonioso que jugaba con él y en ese gesto denotaban que se encontraban corrigendo direcciones en la búsqueda del tiro perfecto. El Flaco sopesaba la alquimia de una idea como quien repasa mentalmente la táctica de una batalla.Era lo más importante del mundo lo que entre ellos estaba sucediendo y le transmitÃan la electricicidad al ambiente. Nosotros, a unos metros sabÃamos lo que interrumpÃamos con los constantes traqueteos groseros de los mangos del metegol y nuestros gritos perrunos.El ritmo de un anuncio que estaba al caer nos hizo hacer silencio.Allà habÃa algo y no era bueno perdérselo. PodrÃamos aprender.
"Dulce de leche" era el apodo del tipo y aquello lo tornaba algo indigno, pegajoso, poco menos que incompatible con su aire de dandy y de aventurero venido a menos. Es por el color del sobretodo que no se saca nunca, aclaró Pellegrino mientras hacÃa sonar el repique de un gol que sonó como un balazo. Nos acercamos al rectángulo verde iluminado con fluorescentes: los contendientes parecÃan generales dispuestos sobre un mapa, pero si uno los miraba a fondo la alcurnia por una gallardÃa de generalato se iba a pique rápidamente.Corrnejo llevaba una camisa de mozo con el reborde negro de tierra acumulada; olÃa a sudor añejo y nos odiaba mientras que Dulce de Leche, más enigmático pero persuasivo a la hora de explicarnos el porque una bola hacÃa tal o cual derrotero, parecÃa perfumarse con ginebra y tabaco. Era nuestro preferido: tenÃa algo de galán derrotado, de padre con hijos perdidos, pájaro mal entrazado en una tierra de águilas; nos movÃa, en definitiva, la admiración y un poco la lástima.
Cornejo nos quiso echar. Dulce de Leche observó, cigarrillo entre los labios. Déjelos, Indio, asà aprenden...esto es como mirar un cuadro...uno que se pinta con cada tacazo, vea...Aquel pensamiento logró deslumbrarme porque era una verdad a gritos: si se pudiera trazar la lÃnea de cada bola con color tendrÃamos obras impensadas. Yo que aún no habÃa descubierto el arte contemporáneo, ni los graffittis, ni el colagge habÃa entendido fugazmente que el arte era un poco de polen en el aire. Como las manchas de humedad. Como las cortezas de los árboles.No sé porque pero recordé a mi padre señálando a quien hacÃa una prueba imposible demostrando habilidad innata y entonces era cuando magnificaba todo con la frase: El Fulano es un artista, una eminencia. Se referÃa al abanico que comprendÃa a cantores, a artesanos, a baskebolistas, delanteros, estafadores o contadores de cuentos. Yo ya habÃa entendido. Daba lo mismo. El mundo pleno estaba allÃ, repleto de talentos y de espÃritus solitarios en medio de una llanura de preciocismos.
Lo mismo dicen aseguraba un tal Riestra, aquel desconocido que solÃamos ver parado en un ángulo del estaño tratando de pasar inadvertido: se sabÃa era escritor y que venÃa a ver al tipo de sobretodo porque estaba escribiendo una novela de billares. Era callado y tomaba apuntes, invisible y foráneo. Es una belleza, ronroneaba por lo bajo Dulce de Leche: La bola de punto giró sobre sà misma, desplazó a la otra que ahuecó el pecho suavemente contra la roja enviándola hacia un ángulo donde quedó muerta tras besar a la primera. Cornejo festejó afirmando con la cabeza. El otro saludó a una platea invisible: habÃa logrado, según adivinamos, algo insuperable. Tanto que ambos batalladores dejaron el juego y se fueron abrazados por los hombros hacia la barra, donde el Indio, jovialmente despachó a su rival un vaso de vino hasta el borde. De regalo, como ofrenda, mientras movÃa la cabezota resignado en la derrota, complacido por la epifanÃa. Nosotros, chiquitos ante la magnificencia del hecho regresamos hacia el metegol, donde nos olvidamos rápidamente del Momento, mientras evitábamos el molinete y el tiro al voleo, afinando los dedos, sacando punta a nuestras almitas horizontales, deseando nosotros, también ser un poco artistas.
Pero nos faltaba mucho, la sangre era un chorro de energÃa y no habÃa tiempo alguno para fijarse con detalle en las cosas: ya habrÃa espacio y lugar, cuando dejáramos la cáscara de pajaritos en la vereda y aprendiéramos a meternos en el mundo verdadero con garras y picos a la vista.
Una belleza, una belleza murmuraba Dulce de Leche abarcando al universo a través del lÃquido bordó de su vaso de tinto. Al fondo, sin que lo hubiésemos notado, estaba parado Riestra: alto, flaco, con los ojos húmedos.
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