Un dÃa me levanté, pero habÃa estado durmiendo toda la noche con una desconocida. Ella se habÃa despertado un poco antes, tal vez a causa de todas las alarmas que desde largo rato venÃan sonando y me ofrecÃa sin sonrisas un desayuno frugal.
HabÃa un espejo, collares de cuentas colgando de un clavo clavado en la pared, plumas en la cama y una luz verde y oscura que al iluminar los cristales daba unos reflejos azulados, amarillos, naranjas. La falta de rojo pensé es lo que me recuerda a mi sangre.
Enseguida me acercó una bandeja laqueada donde no habÃa pétalos ni azúcar. Ni siquiera recordé esta mujer me habrá visto tocando la guitarra y aunque conozca algunos tics de ésos que me acompañan no debe estar segura del sentido último de mis gestos. No estaba del todo despierto cuando noté que ya podÃa empezar a hacerme preguntas y cuentas: qué es lo que habrÃa en esos roperos cerrados; dos o tres veces por semana en un mes resultan doce veces, y en el arcón de flejes metálicos: ¿qué clase de tesoros maravillosos esconderÃa allà esa mujer de quien nunca conoceré su juventud?
Tomé esa madrugada por el asa el café humeante mientras la luz azulina del televisor lo inundaba todo. Ahora, calmo y en la madrugada, en el recuerdo se me aparece una luz verde e intermitente, como de Marlowe, como de esos carteles fluorescentes, pero no estoy seguro si eso es un recuerdo. Entonces pensé que podÃa apaciguar mi sorpresa, hacerme amigo, pero la señora desconocida me hablaba de cosas extrañas.
No sabrá tampoco pensé que en mis dÃas extranjeros también yo hablo unos idiomas desconocidos para ella con un acento curioso que a algunos recuerda el melodioso canto del italiano, pero no es más que la lengua de mi niñez, unos disparates que aún ahora medio viejo como estoy me gustan para jugar: ¿qué habrá en el tecer placard del otro cuarto? Esta muchacha, pensaba, no conoce qué libros hay en mi biblioteca, qué música prefiero por la tarde y nunca ha visto mis corbatas.
Se trata se me ocurrió , probablemente de la mujer de otro; con algún otro de los que viven en esta ciudad tendrá un cierto compromiso, una rica intimidad, abrirá su espÃritu, compartirá los momentos más importantes de su vida con dicha y pena, buscará y brindará cariño, atesorará recuerdos intensos que jamás conoceré, tal vez con él sà tenga hijos, y probablemente abrirá su espìritu ignoto en perspectivas que yo nunca alcanzaré a conocer porque los recuerdos que le quedarán de mà serán trivialidades del momento, cosas que no cambian la vida de nadie.
Ignora todo sobre mis cuentas bancarias recordé , desconoce mi patrimonio pensé y además vaticiné se despedirá discretamente con un aura de misterio cuando desee volver a las cosas suyas. Intuyo o conozco que en esas circunstancias si la llamo no me contestará aún cuando estuviera en medio de una tormenta.
BebÃ, sin embargo, el café en taza ajena que sostuve con la mano mala. Sabrá de mÃ, pienso, todo lo que se publica, habrá leÃdo tal vez con curiosidad todos mis libros. Como Marx, a la luz de la claraboya habrá visto en la hemeroteca todos mis artÃculos pero no es sino hasta leer esto que no tendrá noticia de mi alegrÃa al llegar a King Cross, camino a la biblioteca.
Tomé, decÃa, del jarro blanco, de a sorbos, el café caliente mientras recorrÃa la bella piel de coloradita madura que tenÃa esta mujer desconocida. ¿Qué anotaciones habrá habido en aquellas carpetas? ¿Le hubiera gustado saber que guardaba un retrato suyo de cuando ya empezaba a dejar atrás su juventud?
Con un aire de cotidianeidad se levantó, desconocida, grácil, sutil, vergonzosa, acostumbrada a cubrirse con lo que tiene a mano, en el reino del pudor.
La conocà al tacto, es cierto, recordarÃa cada una de las caricias interminables que le hice, podrÃa recordar sus estremecimientos, sé exactamente cuando se han tensado sus músculos y cuáles relajó primero cada vez que la acaricié. Pero no sé ni sabré dónde guardará las medias, cómo ordenará los utensillos en la cocina ni por qué será que sonrÃe ciertas veces, ni tampoco porqué se siente atacada otras tantas veces.
A punto de terminar mi café amargo ya no pude volver a pensar otra cosa, sólo en el pasado, envuelto como estaba en esta sensación impropia de haber dormido tanto tiempo con una desconocida, probablemente con la mujer de otro.
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