Plano velado
Por la rendija de la puerta entreabierta, se perciben sombras imprecisas. Afuera, la luz es más intensa y ejerce un efecto de ocultamiento sobre lo que sucede en el interior de la habitación apenas iluminada. El campo visual del observador se reduce a una lÃnea vertical de quince centÃmetros de ancho. Ella y él aparecen de manera intermitente y parcial, casi sombras: un brazo, un perfil, medio cuerpo, una mano que aprieta un antebrazo. Los objetos son más difÃciles de identificar, manchas borrosas. Algo que ha sido lanzado por el aire atraviesa el espacio visible. Un instante, un destello. Las voces son también discontinuas: gritos y susurros se alternan.
Irreversible
Ella se zambulle en el bolso, mete un sweater, un manojo de bombachas. Él le desvÃa el brazo con violencia. Varias prendas caen al piso.
¿Dónde carajo vas?
Hablá más bajo, Lucas duerme.
Pide perdón, pero ella no lo escucha, recoge la ropa del suelo y la guarda en el bolso. Él se acerca y la abraza por la espalda, la rodea y apoya la cabeza sobre su hombro. Siente su perfume. Pide perdón otra vez. Ella no se detiene. El la arroja sobre la cama. Pretende besarla en la boca, pero ella lo esquiva. El le besa el cuello con ternura. Le acaricia las caderas. Ella no cede. Lo aleja con fuerza. Se tira al piso y se incorpora en un solo movimiento.
Dejame ir.
Hablemos, por favor.
Cierra el bolso y se dirige a la puerta. Él la detiene y le arranca el bolso de las manos.
¿Adónde vas a ir con este bolso de mierda?
Ella retrocede y toma el velador encendido.
¿Qué vas a hacer con eso? No me hagás reÃr.
El mango de hierro del aparato le quema un poco la palma de la mano, lo aprieta más fuerte. El se acerca. Ella lanza un golpe al aire como previniéndole que no siga. El avanza. Un haz de luz dibuja una trayectoria efÃmera entre los dos cuerpos. De repente la habitación queda completamente a oscuras. Se oye un golpe contundente y luego otro: un cuerpo que se desploma sobre el piso. Silencio y tropiezos. El sale de la habitación y cierra la puerta.
Lucas... ¿qué hacés acá? Andá, cambiate que te preparo la leche.
Secuela
El dÃa que murió mamá le reventé un ojo al chueco Pereyra. En ese momento, todavÃa no sabÃa que ella habÃa muerto. Me lo dijeron a la tarde, cuando regresé de la escuela. Si le hubiera reventado los dos quizás le habrÃa hecho un favor. Hay cosas que es mejor no ver. Fue un arrebato, no pude calcular las consecuencias. Pereyra me venÃa jorobando desde hacÃa varios meses. Que tenÃa ojos de sapo me decÃa. La semana anterior me habÃa metido un sapo muerto en la mochila. Mi mamá lo habÃa descubierto a la noche por el tufo que emanaba del bolso.
La onomatopeya repetida al oÃdo, mientras la maestra no veÃa, me volvió loco. Croac. Croac. Estallé. Le clavé el lápiz en medio del iris. No sé de dónde saqué la fuerza. Gritaba como un condenado. Y sangraba muchÃsimo. Lo dejé medio ciego con un sin fin de cirugÃas, post operatorios, tratamientos de por vida y, lo peor de todo, el esfuerzo y la esperanza de mantener sano el ojo que todavÃa servÃa. Le cagué la vida. Pobre Pereyra.
Ese también fue el dÃa en que vi por última vez a mi padre. Esa mañana, mamá y él habÃan discutido a los gritos. Algo pude ver y escuchar a través de la puerta entreabierta. Pero no recuerdo nada con claridad. Excepto el momento en que la habitación quedó a oscuras. Todo terminó con un apagón y un golpe sin eco que aún hoy retumba dentro de mÃ. Me quedó esa negrura grabada en el iris como la mancha blanca en el ojo del chueco. Infinito punto ciego. Después de un silencio breve mi padre salió de la habitación con el rostro desfigurado y cerró la puerta de inmediato. Me preparó el desayuno y me llevó al colegio. Nos despedimos como todos los dÃas. Antes de bajarme del auto me detuve un segundo y lo miré a los ojos. Entonces lo vi, él también llevaba esa marca en las pupilas. Dilatadas, a pesar de la luz, ya inmersas en su propia noche perpetua.
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