De pibe tenÃa una obsesión, Adrián, conocer el mar, pero estaba mucho más lejos que para otras personas, y que sólo debÃa conformarme con la Picasa, cuando Ãbamos a visitar a unos parientes en Rufino.
Lo buscaba en las revistas de la farándula, en algunos programas de tv en blanco y negro, y en varias enciclopedias, pero me quedaba con los relatos de algunos conocidos que habÃan tenido la suerte de verlo, entre ellos el de la solterona Mercedes, profesora de geografÃa en un secundario, que tenÃa la habilidad de enfriar todo lo que hablaba, hacerlo técnico y mas lejano aún, como explicarme delante de una foto al lado del lobo marino como si fuera un mapa geográfico, que el mar argentino tenÃa una soberbia plataforma submarina cosa que no contaba el océano PacÃfico y era la que ocasionaba esas olas de más de dos metros que se podÃan ver al final de la foto.
-Yo lo presentÃa en las propagandas de Hawaianas, donde se veÃa una sandalia al lado de almejas: ¿Como no las levantan?. Esa indolencia me desesperaba. E imaginaba andar por las playas de ensueño con una bolsa de arpillera juntando caracoles, láminas de strass sicodélico, tesoros de nácar con olor a sal. Mientras los turistas se refrescaban el orto en el agua, perdiendo el tiempo, VÃctor.
Al otro dÃa le pregunté a Elalberto, sodero de la Liverpool de la calle San Luis, cuanto medÃa el camión cargado que manejaba, "que se yo, más de dos metros," me contestó a la pasada, desde ese dÃa me quedaba al lado del Bedford imaginando que una ola gigante me envolvÃa, Elalberto siempre me lo agradeció porque pensaba que se lo estaba cuidando.
Generalmente no iba a la escuela los dÃas de lluvia, pero castigado por haber canjeado un vuelto por tres paquetes de figus ese dÃa tuve que ir. De mi grado éramos tres nomás, a tal punto que juntaron a todos los alumnos de la escuela en una sola aula, la mÃa, y a mi lado no lo tuve al ruso Benzecri como todo el año sino que se sentó Anita, una piba de un grado mayor que habÃa visto en algún recreo. Pero nunca me habÃa fijado en ella, jamás habÃa visto ni habÃa imaginado ver semejantes ojos verdes, ni escuchar un cantito entrerriano que me ponÃa la piel de gallina.
-Anita, Anita, ahora se va a poner a dramatizar sobre la pibita: éramos chicos, ya sé que duele todo mucho más y los grandes creen que nos olvidamos fácilmente: nos cambian de colegio, nos mudan y cada movimiento de revés es un desgarro. ¿Pero cómo le digo a VÃctor lo de Ana, Anita, la más linda de todas? Este es un sensible de verdad. Esta noche, en el billar le hablo.
No podÃa decir ni una palabra, ya que sentÃa lo mismo que cuando mi tÃo Santiago, un tipo grande como una casa, y con la fuerza de diez personas, me tiraba para arriba y me atajaba antes de tocar el piso, o cuando me subÃa al Gusano Loco, lo tapaban con una lona y empezaba a girar para atrás, allà tampoco decÃa nada, es más estaba más cerca del grito que de la palabra, igual que aquella tarde.
Pero a Anita le gustaba hablar mucho, noté que pestañaba demás cuando lo hacÃa y que para escuchar abrÃa grande sus ojos cuando se sorprendÃa, por lo cual comencé a contarle historias increÃbles para poder observar ese verde mar que me llamaba y poder acercarme a esos dos chispazos, a esos dos fuegos que habitaban detrás de sus pupilas.
-¿No te dije? Escribió todo esto por ella. No olvida, es como los búfalos, capaz de esperar al cazador que lo hiriera, digamos un año antes, y boletearlo de un cornazo. Ahà está. Se pone de nuevo a hablar y no lo para nadie.
Quien iba a decir que en esa aula amarronada y entristecida por una educación pasiva, hubiera sentido tantas sensaciones, sin haberme movido de mi lugar de siempre, que a partir de ese dÃa una mujer nunca fue lo mismo para mÃ, y que comencé a dudar de dichos escuchados como "ojos que no ven corazón que no siente", porque hacÃa varios dÃas que no la veÃa y seguÃa sintiendo lo mismo.
Salà a buscarla, me habÃan dicho que vivÃa por una cortada al oeste de la escuela República de Chile, no podÃa seguirla porque su papá la venÃa a buscar en una Apache todos los dÃas, lo cual me indicaba que cerca no vivÃa, pero nunca tan lejos, nunca pasando Avellaneda, ¿HabÃa vida más allá? ¿Acaso se podÃa volver si uno cruzaba, acaso el cine Echesortu y Echesortu Sport, no eran la Aduana de esta frontera seca? Trillé todo el verano con mi bici y con mi mente fronteriza estructurada en la misma escuela donde conocà lo que estaba buscando, pero al llegar a la avenida me quedaba sentado en la bicicleta, como la pintura de San MartÃn en el caballo blanco, pero con cero coraje para cruzar semejante cordillera.
Esperé marzo que iniciaran las clases como nunca, me dijeron que se habÃa vuelto a Diamante, empecé el largo camino del olvido.
-No se nota: estás de novio con el Recuerdo. ¡Y ya sos grande! Dale, jugá con la del punto que te quedaste colgado en las alturas. Mejor te cuento: yo, que anduve atravesando Avellaneda y me animé para volver cagado de miedo, puedo decirte que Anita murió mucho tiempo después en Europa, donde hacÃa la residencia como médica: la mató el novio, un loco egipcio y la dejó en la playa, celoso porque le descubrió en una cajita de cuero cerrada con llave Ana olvidó ese dÃa bajarle la tapa fotos de su paÃs, el cuaderno de papel araña azul con dibujitos y uno que mal que mal eras vos y debajo, en letras coloridas y despatarradas la frase con el error incluÃdo: VÃctor, Mi Movio. Uno se entera tarde y mal de las cosas. Cosas de la magia, insensibilidades de angelitos necios y estupidizados de tanto volar en vano sobre un océano gris, aburrido y torpe como el que narraba la de GeografÃa.
A mi soledad ahora la acompañaban dos obsesiones o quizás era la misma, al final de ese año mi hermana con su novio en un Fiat 600 con portaequipaje y una carpa me llevaron a Mar del Plata, llegamos justo al amanecer, por fin frente a frente, por fin algo que supere a mi imaginación, no sabÃa del ruido de sus olas como tampoco sabÃa de la voz de Anita, no sabÃa del viento que me peinaba los cabellos, como no sabÃa del pestañar de una mujer. La única diferencia que pude sacar es que el amanecer en el mar tiene un solo sol.
*En colaboración con VÃctor Maini.
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