Al barrio El JazmÃn.
A Mario Compañy, que me prestó una copia
Las fotos tienen la virtud de cristalizar un instante de una realidad -digamos en principio- para siempre.
La foto que tengo ante mi vista trasegó mi infancia y me acompaña aún, aunque la original que mi padre me habÃa regalado en un momento se me ha extraviado, por decirlo asÃ, momentáneamente. Se trata del equipo de El JazmÃn, mi barrio, y que puede ser no más allá de 1954. Están posando confiados para la eternidad no sólo los ocho integrantes del equipo, sino los delegados, los vecinos y los más chicos -entre los que me encuentro- que eran la hinchada fanatizada que seguÃa esos campeonatos de Baby Fútbol organizados todos los veranos por la comisión de deportes de la Cooperativa, como se llamaba a los chacareros federados luego del Grito de Alcorta.
Miro esos rostros: algunos ya no están entre nosotros, otros se han perdido en los desfiladeros de la vida y yo, desde este compromiso "reparador" -según asegura mi amiga Inés Santa Cruz- me hago cargo de nombrarlos, para que no se queden en los rápidos de la nada. Entonces empiezo: de izquierda a derecha y parados DergÃn Gúbero, Bichin Gabarra, el Flaco Lencinas, Pepe Faravelli, Guillermo Pessi, El Pampa Brog, NinÃn Joan, Pilo Ortega, Faustino López (a quien todos llamaban "Boca de Bronce"), mi padre, AgustÃn Pessi (apodado "El Empacador"), el Pelado MÃguez y FermÃn Castillo, con una botella de Amargo Obrero en alto.
Delante de ellos, y también parados, los campeones: Orlando Santos, Héctor Pezzoni (a quien llamaban "LocamÃa"), Adelqui Mansilla o "El Marlero", Nino MÃguez y Roberto Angel Escudero. Agachados y en la misma formación, es decir, desde la izquierda: Cholo Belluschi (quien tiene delante de él a Tago Sánchez), Juan Pessi (junto con Cholo los delegados del equipo) y siguen los jugadores, esta vez en cuclillas: Roberto Ellena (a quien llamábamos "Lenita"), Chocho Faravelli y Lorenzo Miranda. A su lado estoy yo, con flequillo, en cuclillas, pensativo, con una mano en el mentón, a mi lado y apoyándose en mi hombro está Justito Pezzino, de rodillas y a su lado Juanca López -hijo de Faustino- con una mano sobre el último de la fila que no es otro que Toto MÃguez, en pose futbolÃstica, con camiseta de Atlanta.
Entre Justito y yo (apoyándose en nosotros, mejor) está Pili MÃguez con su gran cabeza rapada y pies descalzos. Ni él, ni el Tago miran a la cámara sino hacia los que están acuclillados, y uno de ellos al parecer miraba a Carlitos Belluschi, un bebé de ocho meses sentadito encima de la pelota y sostenido por los brazos confiados de Chocho Faravelli.
Miro esos rostros y son cada uno y la suma de todos ellos la mitad exacta de mi infancia. Que fue muy, pero muy humilde (según he relatado hasta el cansancio), como la de todos esos amiguitos, pero por otro lado fuimos inmensamente ricos porque cualquier pequeña cosa nos hacÃa felices. Esos campeonatos que año a año los chicos del Barrio ganaban invictos y goleando eran como si allà no se dirimiera una humilde copa de metal tal vez ordinaria, sino la mismÃsima Jules Rimet del campeonato del mundo.
No importa que la vestimenta la constituÃan las camisetas rojiblancas (abastonadas, como la de Estudiantes de La Plata), los pantalones de colores diversos y las zapatillas de cualquier color. A nuestros ojos esa era la gloria, es decir llegar a vestir esa casaca que sólo los muy habilidosos tenÃan el honor de vestir. Confieso que a mà me hubiese llenado de orgullo ponérmela un dÃa, pero ese dÃa nunca llegó y hasta este momento todavÃa me duele un poquito.
Esa mañana -¡cómo olvidarla!- era muy primaveral, casi calurosa. VolvÃamos despreocupados, cascoteando perros desde la cancha de Huracán tan sólo a 300 metros cuando desembocamos en esa cortada y ya se disponÃan a posar para ese fotógrafo que se comió el olvido. Alguien nos gritó: "¡Apuren que se quedan afuera de la foto!".
Y nosotros corrimos, para rozar un poco con los dedos ese pedazo de gloria. Y sÃ, éramos los más chicos quienes nos apiñamos a último momento: Justito Pezzino, Tago Sánchez, Toto y Pili MÃguez, Juanca López y un humilde servidor. Si no existiera esta foto muchas cosas no habrÃan existido, empezando por la mismÃsima cortada cubierta de gramilla, y los árboles de don Angel PichÃchello, esos plátanos copiosos y el sauce de los Spina, y allá lejos los paraÃsos que con tanto amor mi viejo habÃa plantado en la vereda.
Es más, sin temor a exagerar, creo que mirando esta foto puedo decir que es una especie de Aleph, de sÃmbolo de toda mi poética, suponiendo que yo la tuviera, ¿no? Es un decir, dijera César Vallejo.
Porque sin esa foto nada existirÃa, ni yo. A veces he pensado: ¿qué me hubiera pasado si esa mañana, en lugar de volvernos hasta la cortada de gramilla nos hubiésemos quedado pateando en un picado, con la pelota que nos facilitaba el canchero, que era don Atilio Valvazón?
Yo me habrÃa perdido este placer inmenso de nombrar a estos hombres que, sin mi letra, serÃan un vaso de agua arrojada al azar salino de mar.
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