Estaba contrariado, con dolor de estómago y habÃa ordenado café. En el hotel habÃa repasado sus bolsillos y calculó le alcanzarÃa para una semana más, pagando la estada. EmpezarÃa a robar entonces como sabÃa; módicos escamoteos sustanciales y prolijos: Un cacho de queso en el super de los chinos que por miserables no ponen alarma, dos bizcochos que entran justo en el bolsillo del saco, un salame corto para el bolsillo delantero del pantalón, una porción de tarta expuesta aquà mismo para arrearla camino al baño donde pasarÃa desaparcibida en el maletÃn, previamente envuelta en una servilleta o posteriormente en trozos de papel para limpiar trastes, en esa postal donde los extremos parecÃan tocarse: Boca y excreción.
Estaba nervioso. No habÃa ido a la comisarÃa a declarar cuando fue testigo del otro robo allà cerca de la ochava y lo estarÃan buscando para testimoniar: -No sea cosa que me confundan con uno de la banda que choreó y se llevó puesto al cana de un cuetazo. El vió todo. -Todos me vieron la puta que los parió y encima casi me la pegan a mi, deberÃa ir a presentarme ya mismo. La moza lo miró erguida desde sus pezones floreados. -Café por favor. En segundos ella misma fue quien llamó a la comisarÃa, lo habÃa reconocido porque estaba en el callejón y lo habÃa distinguido en el revuelo. -¿De dónde conozco a esta mina yo? se dijo puerilmente. Cuando advirtió que era la que lo miraba con fijeza en el altercado de hacÃa una hora ya fue tarde: Dos canas entraban al Sur Café y venÃan hacia su mesa. No pudo tomarse el brebaje. -Voy, voy, no me toquen, aclaró. Y no hagan embrollo -Acompáñemos y no nos dé ordenes que es peor, vamos levántese muy despacito. ¿Está armado? -!Qué voy a estar armado! se quejó y el rubio le planchó el dedo del pie de un pisotón. Mendiolaza que repasaba las carreras en la mesa del ángulo advirtió el hecho y el velado empujón. -Un sospechoso de algo, se dijo...aunque con esa cara de pejerto. Lo vió irse queriendo mantener la dignidad y que nadie note que se lo están llevando. -Todos somos iguales, pensó Mendiolaza que empezó a divertirse con la escena. Al tipo se le cayeron unas monedas y el meter la mano en el bolsillo para destrabarse se enganchó con un pedazo de tarta: La moza aterrizó como un rayo -Qué porquerÃa resultaste. Te robabas la comida -No, es de otro lado. Ella examinó el logo -Qué casualidad: dice Sur Café. Llévenselo antes que lo escupa, ordenó como si el universo le perteneciara. Sus tetas contraÃdas de ira subÃan y bajaban. -Primero le toca el traste a una señora en el revuelo, yo lo vÃ, debe ser uno de los ladrones, debe ser, y ahora viene acá y se roba lo que después tendrÃa que pagar yo misma, rata degenerada. Los canas le pegaron otro empujón. -Dejá la porción sobre la mesa. -Y que pague el café, alargó ella, bonita y filosa en su papel de redentora.
Mendiolaza pasó de divertirse a enturbiarse. Dentro de su fuero justiciero algo le dijo que el tipo era un pobre diablo, que los policÃas se agrandaban con un infeliz y que la Bella era una tilinga alcahueta humilladora. -Pobre tipo, se dijo mientras desaparecÃa por la puerta de vidrio y entraba al patrullero. -Además tiene cuerpo y cara de papa. Llamó a la moza. -Este café que me sirvió, querida mÃa, estaba frÃo y el borde la taza bastante sucio. Pasó deliberadamente el dedo como quien reproduce un acto carnal por el borde. -Pero a pesar de servir mal la felicito. Con los colores en la cara ella respondió de un brinco. -¿Por?. -Porque resultó una ciudadana ejemplar, por eso. Las tetas, de furia casi le saltan a la cara. Mendiolaza, ex profeso encendió un cigarrilo. Ella lo conminó a apagarlo. -Eso querÃa. Verte más enojada, corazón. Traeme el pedazo de tarta que dejó el tipo, parecÃa estar buena y un café mejor servido. Tiró la última bocanada y apagó el Clifton sobre el platito. Pagó con cien aduciendo que no tenÃa cambio chico, le dedicó una mirada frontal al pecho de la dama que la enojó más aún y salió a la calle, al sol potente de agosto, masticando y el café en un vasito de plástico, empapado en sinsabor y cansancio.
Algo en su olfato de perro viejo le dijo que debÃa seguir al patrullero hasta la taquerÃa. SabÃa que habrÃa de desarrollarse algún hecho que él palpitaba molesto, por eso los mantuvo cerca y cuando se detuvieron y bajaron al gordito con las manos en la espalda sencillamente dió un portazo al auto y entró por la escalinata. Saludó el cabo de entrada quien le preguntó a quien buscaba. El respondió con un apellido japonés y el tipo se rió, moviendo la cabeza. "Estos son asÃ. Uno les dice cualquier cosa y por tener uno mayor autoridad aplauden aunque no hayan entendido el chiste que ni siquiera es tal". Caminó por el pasillito y se sirvió agua helada con una mano: En la otra llevaba la tacita humeante que le ofreció al reo que estaba en el banco cabeza gacha, todavÃa con las manos esposadas. -Ey, gritó con voz de trueno que hizo dar un respingo a Aldo. -VenÃ, venà le dijo al cabito pecoso. -Decime, ¿asà se trata a un sospechoso? Mirá: tiene las muñecas hechas mierda. ¿No ves que le pusieron un talle menor?. Yo, yo...tartamudeó. yo...-Yo, las pelotas, comprate un yoyo para el caso. Y caminó hacia el final del pasillo.
Al rato Aldo salÃa libre sin enterarse quien le habÃa abierto la jaula. Mendiolaza, ya en otro bar recordó la escena del sargento Cruz y MartÃn Fierro y se largó a reir cuando comparó la figura poco varonil y redonda del Aldo con la del gaucho cimarrón. Como si hablara con alguien se dijo mirándose en el vidrio Y yo de Cruz, sólo el anhelo de una partida fácil sin una muerte y un buen tambor de caña robado. E irme a vivir tranquilo con la indiada en alguna parte donde nunca de los nunca jamás llegue el progreso.
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