Hace tres meses ya --una eternidad en este paÃs--, me telefoneó CM, mi editor, de ahora en más El Editor. "No me digas que me llamaste para decirme que gané el premio Planeta o que mi novela vendió más que el Código Da Vinci", le dije.
--No justamente --y dejó caer su verdad como quien se desangra. La ficción no vende, che, tenés que escribir un libro polÃtico.
Para qué. Me empezaron a temblar las piernas, el brazo derecho (el de escribir), y la frente se me perló de sudor.
--No es lo mÃo, che, mirá lo bien que me sale la frase "se me perló de sudor la frente".
--Dejate de embromar. Nadie puede poner esa porquerÃa de frase en una novela.
Y tenÃa razón. Yo seguà con mis argumentos: "la polÃtica no es lo mÃo"?, "no hay tiempo de acá a las elecciones", "hay demasiados libros sobre el tema".
--¿Y a favor o en contra? --pregunté; ya era hora.
--Hay que hacer un estudio de mercado --dijo con voz temblorosa; raro en él.
Nos pusimos de acuerdo en quien pagarÃa los cafés, y salà disparado a recorrer las librerÃascafé, a hacer lo que El Editor llamaba un estudio de mercado y yo leer de reojo y sin pagar. DÃas después llegué a la siguiente conclusión: hay demasiados libros polÃticos.
--Hay demasiados libros polÃticos --lo llamé y le dije.
--Pero es lo que se vende.
--Bien, pero ¿a favor o en contra?
La segunda etapa del estudio de mercado me llevó a una nueva conclusión: la mayorÃa de los libros polÃticos que hay en las librerÃas son en contra del gobierno.
--¿Los antiK son los únicos que compran libros? --le pregunté luego a El Editor.
--Será porque los antiK son los que saben leer --dijo como masticando las palabras.
Yo no contesté porque me quedé pensando si no tendrÃa razón. El empezó a delirar sobre civilización y barbarie, negros y blancos, cabecitas negras y clase media, peronistas y radicales, Ford y Chevrolet. Lo interrumpÃ.
--¿Me estás diciendo que tengo que escribir un libro antiK?
--Si querés ser un escritor que vende libros y si tu ideologÃa te lo permite --me chicaneó. Sabe que tengo esos dÃas en que comparo a Cristina con el turco y con chupete y no puedo dejar de pensar que ella es un poco mejor.
--Ya sabés que los escritores no tenemos derecho a tener ideologÃa, igual que los periodistas y editores y filósofos y actores.
Dije yo. Es que ser escéptico y no creer en nada tiene bastante rating entre escritores e intelectuales, tal como aprendimos de Lanata y Caparrós. Le pedà unos dÃas más y de nuevo a recorrer librerÃascafé. Hacerme una idea completa del derrotero intelectual de la parva de libros polÃticos que abarrotan librerÃas fue bastante complicado por la diversidad, que iban del chismerÃo de Radiolandia de Majul, con documentación del estilo de "me dijo que le dijo", "me lo contó un amigo próximo", "se comentó en la reunión", a la enciclopédica argumentación de la Sarlo que obliga a saber de verdad y a leer libros en otros idiomas, incluido el coreano.
--o se me ocurre nada nuevo. Parece que ya está todo escrito --le dije luego.
--Escribà algo como el libro de Terragno, lleno de ideas de superación, hablá del futuro y de la Argentina de todos.
--¿Por qué Terragno no habrá hecho lo que sugiere en su libro cuando era jefe de gabinete?
--Por ahà me equivoqué de ejemplo. FÃjate en el libro de Duhalde.
--¿Ese que tiene un error de sintaxis en el tÃtulo? En lugar de "Es hora que me escuchen" debe decir "Es hora de que me escuchen". Si asà es la tapa, imagÃnate el contenido.
--Ya sé. Escribà un libro sobre la autocrÃtica en la polÃtica.
--¿Nunca te preguntaste por qué los que piden autocrÃtica nunca la hacen? ¿Vos escuchaste autocrÃticas del FMI, de la UIA, de la Sociedad Rural, de ClarÃn, de los yanquis?
--Te pago el triple? --me dijo harto de mis devaneos.
--Acepto, pero antes te voy a contar una anécdota.
Y se la conté.
--En plena segunda guerra mundial, Raymond Chandler trabajaba como guionista para la Paramount cuando Alan Ladd, el actor mejor pago del estudio, iba a ser llamado a las filas por no haber trabajado (filmado) en los últimos dos años. Chandler propuso terminar un cuento suyo que podÃa volverse pelÃcula. La idea fue aceptada; era indispensable comenzar a filmar en tres meses. Chandler terminó el cuento y comenzó el guión mientras la producción se ponÃa en marcha. Si bien Chandler cumplÃa con los plazos, uno de los jefes del estudio no tuvo mejor idea que proponerle un premio extra de cinco mil dólares si acababa a tiempo. Eso paralizó a Chandler; comprendió que no creÃan en él. Luego de varias idas y venidas, Chandler, con su confianza absolutamente demolida, sugirió que la única manera de terminar el guión era hacerlo borracho para no pensar en la ofensa. El estudio aceptó, pero tomando precauciones extras debido a su frágil salud. Asà se hizo: en la puerta de la casa del escritor hubo todo el tiempo dos limusinas disponibles, estuvo rodeado de enfermeras y un médico que le inyectaba vitaminas, y lo rondaban secretarias las veinticuatro horas, disponibles a tipear y quién sabe a qué cosa más. Dio resultado: el guión se completó y se filmó. La pelÃcula se llamó La Dalia Azul. Yo te escribo el libro pero el whisky tiene que ser importado, las enfermeras y las secretarias dignas de Playboy y las limusinas blancas --le dije.
Escribir mi libro antiK me llevó una semana larga, es decir una semana y un fin de semana extra. Y cuatro botellas de Jim Beam y accesorios. Los tÃtulos que me ocurrieron fueron: Ella y él, Qué les sucedió, El kirchnerismo repóstumo, La acrobacia y el cálculo, y uno que me gustaba mucho pero ya estaba escrito: Cuidado con Cobos. Al fin el libro se llama: Internet también es antikirchnerista. El tÃtulo es un poco raro pero está justificado por el contenido, que no es otra cosa que un corte y pegue de opiniones y análisis de los enemigos del gobierno, la mayorÃa apenas justificados por la tapa de algún diario opositor, lo que no hace más que avalar mi sistema de producción intelectual. Es decir: el diario opositor avala lo que los enemigos del gobierno dicen, lo que ellos dicen avala mi libro y mi libro avala lo que yo digo, o creo, o digo que creo, o creo que digo. Negocio redondo para todos.
La primera edición de 100.000 ejemplares se vendió en dos dÃas. Si usted, que está leyendo esto, no se enteró de la existencia del libro es porque el libro voló apenas llegó a las librerÃas, a las manos de aquellos lectores que leen libros buscando que esos libros le den la razón. Agrandado, El Editor me llamó para contarme que la segunda edición serÃa de un millón de ejemplares, una tirada inédita en la historia de mundo editorial moderno.
--¿Un millón? --le pregunté yo; por mucho que me gustara me sonaba un tanto exitista.
Un millón de libros es una cantidad que no entra en la imaginación de nadie; ni siquiera entra en galpones y camiones. Pero asà se hizo. Y mientras tanto llegaron las PASO.
--¿Y ahora? --me preguntó El Editor ayer. Se lo notaba apesadumbrado. No era para menos. TenÃa dos habitaciones de la casa llena de libros y la esposa le habÃa dado el ultimátum. Ya sé --dijo como si dijera eureka y empezó a delirar soluciones--, le ponemos una faja diciendo que era una broma, o una fe de erratas diciendo que este es el libro que hizo que buena parte del 50 por ciento del paÃs se decidiera por el gobierno.
Yo me negué, claro, y llegó la idea que casi nos enemista.
--Ya está --dijo El Editor--, lo promocionamos como "el libro más equivocado de la historia de la literatura polÃtica".
Ahà sà que me ofendÃ. A lo Chandler. Yo no podÃa poner en juego mi prestigio, mi saber intelectual, y mi trabajo de una semana para vender uno cientos de miles de libros más y ganar un par de millones extras. Acusado de cambiar de bando por plata puede ser, pero de incontinencia ideológica jamás. Era suficiente con haber rifado mi hÃgado. Entonces le di una idea brillante.
--Agarrá esos libros, hacelos troquelar, y ponelos a la venta con una faja que diga "el libro que sirve para algo más que para leer".
--¿Y eso para qué?
--Para que si la realidad le da la razón al que lo lee, pueda hacer papelitos con el libro y salir festejar por las calles.
--¿Y si la realidad no les da la razón, qué hace con los papelitos?
Se lo dije sin vaselina.
--Y sin vaselina --le dije también.
Y a El Editor se le perló la frente de sudor.
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