A W.H.Hudson i.m
Alberto Compañy me escribe diciéndome que el recuerdo más antiguo que tiene de los arroperos es su acampe mientras estaban en el pueblo. Lo hacÃan en la calle Pacto Federal, que comienza en la ruta detrás de la casa de Hugo Ruiz y atraviesa baldÃos, las vÃas del ferrocarril y el barrio Evita, que es el primero de casitas sociales y que se sorteó en 1973. Esa calle sale por el galpón de Albanessi donde hubo una fábrica de arados en los años 60, pasa por el caserÃo de los Villarreal, la carpinterÃa del "Pelado" Bellini y muere en la antigua chacrita de Indelángelo.
Esa calle limita con el campo que en ese tiempo era de la familia Terré y hoy es de la familia Compañy. "En ese tiempo -me escribe- nosotros no sabÃamos que esa calle tenÃa nombre". SÃ, le digo, además estaban esas palmeras centenarias y el chalé que habÃa sido de los Terré y era el viejo Dispensario donde doña Bianco de Broglia nos ponÃa unas inmensas inyecciones que guardaba celosamente en una cajita de acero inoxidable.
A mà me traÃan de la mano --prosigue- mi abuelo Compañy y mi hermano mayor, es decir, Miguel. Mi madre me habÃa peinado a la gomina, yo venÃa del campo, de la chacra, y mi entrada triunfal era por esa calle".
Cuánta razón tiene Alberto, en ese tiempo remoto nosotros ignorábamos casi todo, yo tampoco sabÃa el nombre de las calles. Cuando con mi madre arrancábamos por la Juan de Garay doblábamos por la calle de los Terré, como se le decÃa en ese tiempo a la Pacto Federal, y justo en la casa con galerÃa de Hugo Ruiz enfilábamos hasta la vÃa y tomábamos el camino que iba hacia Cañada del Ucle, para ir a la casa de mi abuela y mis tÃos todavÃa solteros. TenÃa una entrada por esa calle y otra por la que habitaban los Zinni, los Spizzo y el inefable gringo Félix Maestri, a quien todo el mundo llamaba "Felichón". TenÃa un camioncito desvencijado con el cual recorrÃa las chacras comprando gallinas y huevos. En un paso a nivel oscuro un tren lo arrolló en un descuido. Era tan bueno, tan generoso que todos lo querÃan. Su esposa usaba unos gruesos lentes y a su nombre se lo llevó el olvido, como al de su único hijo, que después se fue del pueblo.
Si yo seguÃa por ese camino llegaba a un centenar de metros al Matadero Comunal a cuya inauguración me llevaron mis viejos. Recuerdo un mar de gente, seguramente todo el pueblo, estaba hecho todo de ladrillos, pintadas las aberturas de un rojo violento que contrastaba con el blanco opaco de las paredes. TenÃa un gran arcada en la entrada y escrito en letras hechas de material y pintadas de rojo: Matadero Comunal, 1950, año del Libertador General San MartÃn.
Era el presidente de la Comisión de Fomento, don Cruz Roca, quien habÃa clavado un cartel cerca de la entrada que era imposible no ver: Perón cumple.
El Matadero antes habÃa estado en el paso a nivel alto, en la otra punta del pueblo, enfrente del "Mingo" Giuliano. Allà habÃa dos altos palos de quebracho con otro que los cruzaba horizontal, estaba lleno de moscas y sangre por doquier. Varias roldanas donde se colgaban las redes y el que cuidaba el lugar desde un ranchito. Siempre tomando mate con su mujer, los dos muy ancianos o asà los ve mi memoria. No era otro que el chino Bruno, hermano de don Agripino, vecino nuestro.
Pero si yo vuelvo hasta la calle que hoy se llama Pacto Federal, y que nosotros le decÃamos la calle del "Zurdo" Peralta, un viejecito que veÃamos pasar por la calle con su bolsito de las compras y ese ungido respeto nos venÃa de la leyenda que lo precedÃa en el pueblo. HabÃa sido muy guapo y muy ligero con el cuchillo en el barrio Villa Regules de Firmat, digo que si vuelvo es para recordar.
Cuando nosotros nos acercábamos con las tramperas en busca de una bandada de mistos o amarillitos o vistosos paraguayitos, que se zambullÃan en el trigal de Terré, donde el horizonte giraba en los crepúsculos detrás de la chacra de Rogelio Compañy, en el tiempo remoto donde estallaba el ruido de los abejorros y los horneros fabricaban sus ingeniosas casitas sobre el palo de la luz de don Arturo Miranda, quien impasiblemente recorrÃa el pueblo con su carrito tirado por un caballo bichoco vendiendo marlos o carbón o zapallo o no sé qué. Su figura atraviesa la tarde con su cara morena, su sombrero muy negro y su infaltable pañuelo al cuello mientras la brisa lo agita suavemente como si fuera una pequeña bandada de brasita de fuego. Y si nosotros nos acercábamos era simplemente para ser felices.
Mientras que enfrente en el campo Terré, donde ondeaba un trigal amarillo bajo el leve viento de octubre, los pechirrojos caÃan en bandada como un puñado de fuego.
Y yo también, como William H. Hudson, podrÃa decir sin equivocarme al recodar que: "mantendré hasta el inexorable final la imagen de una belleza ya desaparecida por la tierra".
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.