No deseo hablar de esas despedidas obvias que todos vamos acumulando a lo largo de la vida. Quiero hablar de esas otras que posiblemente sean mucho más personales, pero que en ocasiones coinciden con la de otros. AgregarÃa que entre ellas están esas despedidas que no hicimos y que por razones de esas que se llaman circunstanciales, no pudimos hacer. Pero sobre todo se encuentran esas despedidas que en su momento no nos dimos cuenta que lo eran. Eran sobre todo esos encuentros que parecÃan el presagio de otros, pero nunca llegaron y lo que nos pareció un encuentro se transformó en un triste adiós.
La memoria trata de montar el escenario donde eso ocurrió, pero cada detalle cuesta mucho armarlo con alguna precisión. Ella se habÃa levantado de golpe y habÃa dejado el cigarrillo parado sobre la punta no encendida. En el vaso quedaba aún caña para tomar, que no quiso tomar, y dos o y tres billetes para pagar lo que habÃamos tratado de consumir, pero no habÃamos podido. Yo me habÃa olvidado que era diciembre y sabÃa que en diciembre las palabras no se encuentran fácilmente: hay que pagar espiritualmente por ellas y cuando el espÃritu se ha ido gastando de tal manera en diciembre las palabras que quedan para el poema son pocas y en general inútiles. No exagero demasiado si digo que cada poeta tiene algún dÃa o algún mes en el cual las palabras no quieren dejar sus huellas en el aire o en un papel. Uno ha quedado como mudo y no puede expresar lo que deseaba hacer con toda el alma.
Comenzó a juntar las palabras que designaban algunos objetos que estaban al alcance de su mirada. Un reloj, una manzana, una cantidad de vasos alineados, la gente que ocupaba las mesas del café. Algunas estaban solas y las que estaban acompañadas hablaban, pero no demasiado.
Ciertas palabras me llegaban, pero formaban un todo inconexo con el cual no podÃamos hacer nada de nada. Un señor le leÃa a otro algo del diario que tenÃa en la mano. Ese señor en particular parecÃa tener un gran interés en esa noticia, una larga noticia, ya quien presuntamente debÃa escucharla se habÃa quedado dormido.
En otra de la mesa una muchacha despeinada con un despeinado que le quedaba muy bien, leÃa de un pequeño libro unos poemas, por el cual quienes la acompañaban seguÃan con verdadero interés y en algunos casos la interrumpÃan para que volviera a leer un fragmento.
No estaba muy cerca de esa mesa y además ando medio sordo, por lo cual sin conocerlo el poema me pareció muy bello pero serÃa un atrevimiento tratar de reconstruirlo, un poema en diciembre con palabras que en última instancia dispondrÃa de ellas al azar.
Recuerdo algunas palabras como naranja, otra parecÃa referirse a las gaviotas y una tercera a un pequeño pueblo cercano al mar. Detrás del mostrador un señor preparaba una picada con queso, aceitunas negras y salame. Alguien la habÃa pedido, pero resultó indudable que ese que la pidió se olvidó pues cuando el mozo llegó a la mesa en ella no habÃa nadie.
Me la ofreció a mÃ, ignoro por qué, pero la acepté, tenÃa que aceptarla, hacer algo para tratar de hacer algo para olvidar que ella se habÃa ido.
Era un dÃa de diciembre, pero parecÃa un dÃa de otoño. Me acordé de Borges, cuya ceguera no involucraba el amarillo. Me imaginé que la ausencia de ella habÃa logrado hacer del café un lugar donde todo era amarillo.
TenÃa unos papeles y me puse a pensar en las palabras que corresponderÃa a cada uno de los meses y cada uno de los dÃas de la semana. No pasé de febrero y en cuanto a los dÃas no puede ir más allá del martes. Después comencé a divagar sobre en la divagación en sà misma. Dejé que la tercera caña tomara las riendas del asunto. Me fui sintiendo cada vez mejor, aún cuando se trate de un mero decir.
Pensé en el dÃa que trascurre el Ulises de Joyce y el dÃa en que Borges descubre El aleph.
El dÃa y la hora en que fue fusilado GarcÃa Lorca.
El momento en que Borges le contó a Bioy Casares que se habÃa enamorado de MarÃa Esther Vázquez.
Los dÃas en que Macedonio logró crear la Argentina, aunque se trate de un intento fallido. Macedonio no podÃa aceptar tantas estupideces juntas.
Qué dÃa y a qué hora habló Arturo Barea, en el viejo edificio de Amigos del Arte (Santa Fe y Laprida) sobre GarcÃa Lorca.
¿Cuándo fue que Ernesto Sábato fue operado de incógnito en el Sanatorio Británico?
¿Quién fue más amigo de Borges, Bioy Casares o Petit de Murat?
¿Qué tangos inolvidables se escribieron en 1935?
¿En qué lugar de Rosario estuvo Gardel y debajo de un árbol cantó uno de sus tangos?
¿Quién fue Jorge Psalmanazar al que Borges le tenÃa tanta simpatÃa?
¿Por qué motivo no se volverán a publicar los 16 tomos de las obras póstumas de Alberdi? Se publicaron alguna vez como los ocho tomos de sus obras completas, pero ahora se encuentran en el olvido...
Son muchas las cosas que se quieren recordar y cuando se las recuerda se las hace con bastante mala fe.
En colecciones que vienen con algunos diarios y se pueden conseguir están las obras de Borges, de Bioy Casares, de Cortázar, de Sábato, y Gelman. Creo que ninguna de esas "obras completas" lo son en realidad pero la intención es válida. Uno puede preguntarse por qué no se han editado por lo menos algunos de los libros de Ezequiel MartÃnez Estrada, de Scalabrini Ortiz, de Mallea, de AnÃbal Ponce, entre otros olvidados de nuestra literatura. Como es notoria la ausencia de una buena antologÃa de nuestros tangos.
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