"...En ese momento me interesaba en los autores todo lo que me afirmara en el sentido del paisaje. Esa era para mà la piedra de toque de un poeta: el paisaje.... A esa edad, los 18 0 20 años yo era tremendamente sensitivo, todo me dolÃa. Después el amor me volvió a vincular, a reintegrar al mundo..."
Juan L. Ortiz. Una poesÃa del futuro.
Estoy tomando rÃo. Me lo ha servido un mozo, tal vez porque advirtió necesidad de limpiar rabia.
El vaso tiene hielo y unos yuyos brillantes. ¿Qué será de mi vida cuando, mansa, lo tome?.
Es el Paraná o el prójimo, digamos que traÃdo entre sus troncos, caÃdo gota a gota para que yo lo beba y de un saque su turbidez se vuelva humana.
Vino acompañado de ramas, como teclas que fueran a tocar la música exquisita de la tarde, y un grupo de perfectos frutos de la isla con, además, escarbadientes sin carbónico.
Tengo el rÃo en la copa y empezar a tomarlo significa esta estrofa.
Una verdad se aposenta en la mesa porqué sé de su carne y su vivir de letra, terminaré escrita al compás de los tragos.
Él entra en mÃ, la arcilla, el recuerdo de ahogados, nafta de lanchas; entra un camalotal enfurecido por vÃboras remotas, el comercio malvado de bares electrónicos que este verano arruinaron muchas cosas, la orilla sucia, el canal amedrentado por enormes barcos marinos, los restos mecánicos de botes que se hundieron, etc.
Entra una maravilla vegetal que a nadie angustia.
Voy bebiendo despacio, escucho una paloma entre sauces, digo que la ciudad está próxima, la realidad de caucho contamina y, sin embargo, estoy frente a este trago, llevada hacia el confÃn de mi existir.
El mozo merodea con sus frutos, cobra, ofrece, viene y va. ¡Qué cosa! Nadie pidió rÃo en su picada. Tal vez en vez de asco les de envidia.
Un árbol desparrama trementina, hay rocÃo, una Palta a lo lejos se cayó. Es tanto el parentesco de mi copa y el verde, que antes que sola me siento en la Comuna del paisaje.
Revuelvo el vaso para que los cubitos diluyan sensaciones corticales, temo salir borracha de este bar, de solo sospecharlo me avergüenzo.
PreguntarÃan con qué. QuerrÃa no comprometer al Paraná.
Cómo fue que llegué a consumir sus ramajes, esa hierba pertenecÃa a mÃ. El vaso lleva luz y serenata de luna, asados de barranca, miradas de PatÃ.
Como fue la cosa en esta nochecita rosarina, con mi esperanza de gramilla.
Me abraza la vida, sola como el agua, ingresa a mi garganta un Paraná preciso y viejo, sus bajantes históricas, sus gaviotas pesqueras, la determinación ecologista que alude a una particular cuota de justicia.
Adentro de un vaso tan redondo cabe una salvaje enredadera y no solo flota ella sino mi corazón entre algún espinillo, lo vegetal efÃmero a los años.
"Quiero lo que le serviste a la señora", dice alguien que se antojó de esta contratapa.
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