al Tigre Company
Hace rato que nada se sabe de Irineo Zabala o Irineo Rojas, como prefieran. En verdad esos eran los nombres que este señor usaba para darse a conocer en otros parajes, antes de aparecer por el pueblo portando en el cabestro un caballo de carrera y un nombre que se harÃa famoso en las cuadreras de la redonda: don Irineo Agüero.
El hombre vivÃa con su familia donde supo estar el boliche de Mondino, siempre misturado entre los perros y los caballos y su familia numerosa, donde convivÃan en relativa paz; hijos, sobrinos, nietos y entenados.
Un integrante de su familia era compañero de juegos nuestros. También alguna vez compartió un grado conmigo, se llamaba Oscar Jesús Alaniz, y nunca supe el parentesco, pero creo recordar que llamaba a don Irineo, papá. Tuvo éste alguna vez un caballo de carrera. ¿Un moro, tal vez? También un dÃa apareció con un gato montés en la grupa de un zaino, al que pomposamente le llamamos tigre con liviana rapidez. Lo habÃa matado en las hondas estancias de la zona: Maldonado, Fernández DÃaz o Cavanagh, no sé.
Don Irineo iba siempre vestido a la usanza gaucha: botas acordoneadas, bombacha y corralera del mismo color, camisa blanca, pañuelito rojo al cuello y sombrero negro de alas cortas. Súmese a ello su baja estatura y su empaque criollo, no era raro entonces que le brillaran algunas monedas de plata en su rastra perlada de alguna emisión boliviana. En su cintura, cruzado, un pequeño facón que no disimulaba la ancha rastra de cuero de chancho.
Don Irineo, como tantos otros que cumplÃan tareas de a caballo en las estancias de la zona, era visto por mis cortos años como la vana oposición que se le ofrecÃa a la gran mayorÃa de los habitantes, que eran extranjeros de primera y segunda generación.
Una oposición sin sentido, innecesaria ya que todos vivÃan en una economÃa que hoy según canta el mundo resulta envidiable. En un ámbito de pleno y pacÃfico trabajo se vivÃa en un "puro abandono inicial" por decirlo pedronianamente. Salvo alguna pareja que huÃa por no tener el consentimiento de la boda. Pero, a veces sin intermediarios, el padre de la novia, un gringo tozudo consentÃa verla casada "con un hijo del paÃs", como si los criollos fueran todos huérfanos. Tal la expresión usada mayormente por aquél tiempo.
La anécdota del tigre (o gato montés) trajo tela para cortar por mucho tiempo en las habladurÃas de entonces, y también en la población menuda siempre atenta a lo fantástico o aventurero. Entre nosotros corrÃa la versión -abonada, tal vez por el protagonista- de que lo habÃa matado a cuchillo, lo cual llevó a Chajá Correa (que habÃa leÃdo el Facundo o se lo habÃan contado) que lo comparara con el mismÃsimo "Tigre de los Llanos" en la maravillosa descripción sarmientina, cuando Quiroga mata al animal cebado, usando como escudo el mismo poncho pampa con el que se cubrÃa del rocÃo del amanecer. El mismo poncho de un negro primero intenso, pero que la sangre de las batallas percudirÃan tal vez.
Los mayores, más escépticos, argüÃan que si le habÃa dado muerte con el cuchillo habÃa sido ayudado por un enjambre de perros que siempre lo acompañaban al campo. Dos o tres habÃan sido despanzurrados por el animal acosado. Esta versión era agriada por la opinión de mi padre quien afirmaba que ni se habÃa bajado del caballo, ya que éste tenÃa las heridas de las uñas en las patas y la barriga. Las puñaladas -decÃa mi padre- habÃan sido dadas cuando ya el animal atacado por tantos perros estaba moribundo.
Don Irineo era un auténtico criollo y ya para eso no importa su apellido, mientras tuvo ese famoso caballo moro lo atendÃa como a la niña de sus ojos, si hasta lo hacÃa dormir en una de esas habitaciones de rancho que habÃa levantado con sus propias manos. Unos sauces macilentos le daban sombra para sus largas mateadas luego de la siesta, y nunca se dignó sembrar una miserable planta de lechuga, un rabanito o una plantita de peperina, para poner dentro de la boca de su mate de asta de toro.
Y a no dudar que formábamos una barra bullanguera y curiosa, cuando don Irineo habÃa colgado el cuero del tigre del hilo de alambre de púas que lo separaba de la calle que esos dÃas de súbita notoriedad se llenaba también de muchos mayores curiosos.
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