Con los primeros frÃos, cuando vuelvo a mi casa, mientras me saco la campera, me froto las manos, busco alguna hornalla encendida para calentarme o me acerco a la estufa suelo decir en voz alta una frase que me sigue desde mi adolescencia, "como exclamaba Balcarce...", frase que no necesito terminar porque alguno de los que viven conmigo, con cara de resignación, la completa siempre , -"hace un frÃo de locos, decÃa el gordo Alejandro"--. Lo que no saben es que es una forma de homenajear a alguien que fue como un faro, una antorcha en tiempos oscuros.
Pertenezco a una generación a la que nos apagaron la luz cuando asomábamos a la vida, cuando querÃamos aprender, saber, discutir. Sin duda, todas estas cosas las habÃan prohibido. SentÃamos que nos miraban de costado, con desconfianza, como si fuéramos peligrosos. Se nos acusaba de haber sido testigos de una generación que habÃa soñado con cambiar el mundo. En medio de ese escenario se paraba el gordo Alejandro con su palabra y su guitarra. HabÃa que llegar temprano a la escuela para el fogón del mediodÃa, en donde se cantaba rock nacional, se armaban cigarrillos y a pedido, el músico siempre interpretaba Hey Jude.
Alejandro sostenÃa que antes de inscribirse en ese colegio habÃa pasado por un test vocacional que le habÃa dado como resultado un 99 por ciento de aptitud para las ciencias humanistas. Preguntaba entonces adonde estaban las ciencias humanas, consideraba que habÃa mucha frialdad en la enseñanza, que las materias eran instrucciones para máquinas, que no se dudaba, que no se filosofaba. Si bien Charly nos advertÃa desde el vinilo que ningún maestro se iba a animar a decir una verdad y que el miedo era básicamente zonzo, mi amigo los interpelaba. A la profesora de historia, a quien le gustaba pasar las diapositivas que la mostraban en el Coliseo, le preguntaba por qué el padre de la patria era San MartÃn y no Moreno. Estudiaba desde los libros que habÃa en su casa y no por el manual de Ibáñez. Al abogado que habÃan designado para dictarnos Instrucción CÃvica lo interrogaba en la importancia de los que enseñaba y qué posibilidades de votar tenÃamos. Una tarde llevó un libro enorme de tapas amarillas, lo puso sobre el escritorio del docente y le dijo que la constitución del 49 podÃa ser buena o mala pero lo que no se podÃa hacer era decir que ese libro de Sampay no existÃa. A los profesores de contabilidad les preguntaba por qué la cuenta Sueldos y Jornales estaba dentro de la categorÃa de pérdidas y si no era mejor considerar al hombre desde otra perspectiva.
Cuando salió una cláusula interna que prohibÃa el ingreso al establecimiento sin saco y corbata el gordo acató la norma pero no llevó camisa, sino una llamativa polera amarilla sobre la cual resaltaba una corbata violeta con flores rojas. Veinticuatro amonestaciones y la citación de un familiar fueron consecuencia directa. Con mucha ironÃa su padre se declaró culpable por no haber incendiado ni enterrado los libros de su biblioteca, dijo también como al pasar que hacÃa mucho tiempo que no iba por la escuela y que la encontraba muy cambiada, muy parecida a un cuartel y se mostró dichoso por saber que a su hijo lo habÃan castigado con veinticuatro amonestaciones y no con veinticuatro tiros. Mi amigo perdió el año pero se encontró en la vida, se refugió en una escuela de teatro en donde pudo realizar muchos de sus sueños. Tuve la suerte de verlo actuar en las distintas obras de teatro abierto en los inicios de la democracia. Aplaudà a rabiar varios unipersonales en el Bernardino y no me llamó la atención en absoluto que volviera a la escuela que lo expulsó como profesor de teatro para ayudar a los pibes a ser más humanos. Por alguna causalidad, mi hija menor es una de sus alumnas. Una tarde llegó muy enojada a mi casa porque el "facho" del profesor de teatro le habÃa puesto tres amonestaciones. Tamara suele mostrar su inteligencia en las discusiones conmigo.
Generalmente parte desde una frase mÃa para marcarme la cancha. "Vos siempre decÃs que para conocer a una persona, primero hay que darle poder", y que cuando éramos amigos ninguno de los dos lo tenÃamos. Sólo atiné a contestarle que no se olvidara que antes que nada era un actor y que podÃa aparentar sin ser y que yo habÃa conocido su esencia de hombre de bien. Igualmente me entristeció el enfrentamiento. No pasó mucho tiempo para que cambiara sus conceptos sobre él y me diera la razón. Una noche se encontraron en el colectivo, hablaron mucho, la hizo reÃr todo el viaje, le dijo que el único poder que habÃa perseguido en su vida era el poder sentir, desear, comer y sobretodo tomar. Antes de bajarse cerca de una vecinal donde enseña teatro, dice que me mandó un abrazo. Cuando le pregunté como habÃan retomado el diálogo me dijo que ella estaba esperando el 107, cuando lo vio llegar a la parada. "Qué frÃo que hace Maini", dice que le dijo; a lo cual mi hija contestó: "Como exclamaba Balcarce", completando mi amigo la frase "...hace un frÃo de cagarse".
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