Tengo ganas de contarles algo: lo siento, y en cierta forma sé que nos puede llegar a servir como reflexión colectiva. Al fin de cuentas, para qué uno pertenece a una red social, sino para provocar algo, más allá de las habituales y respetables conmemoraciones, la música compartida, legÃtimos negocios que se ofrecen, fotos de hijos, familia, reencuentros con viejos amigos y demás yerbas a los que Facebook la única red que utilizo y apenas estoy conociendo nos tiene acostumbrados.
Hoy no ha sido un dÃa común. Hace un rato que llego a casa después de una "larga vigilia" que nos tuvo en vilo casi todo el dÃa a los que estamos cerca de esta historia.
A la una de la tarde, sonó el teléfono en mi despacho: del otro lado y en un angustiado grito se escuchó la voz de Nancy Zubelzu, a la sazón hoy con licencia médica, que pidió para operarse de un problema vinculado con su secuela de polio que hace años la tiene a maltraer. Los que transitan tribunales sabrán entender, y los demás intuir la importancia que tiene que en un turno de un juzgado de instrucción o cualquier otro la planta del personal esté completa. Dicho de otro modo: se operó antes para estar bien, cuando la ciudad tiembla y nosotros estamos aquÃ.
En ese momento la oà decir desesperada: "Ale, tengo algo muy malo para contarte: ¡Franquito no aparece!". Franquito, es, obvio, Franco Mazzoni, su nieto, el chico que el lunes estuvo gran parte del dÃa sin aparecer.
Nancy es una joven abuela, de la misma manera que Vanesa, su hija, es una muy joven madre. Ambas dedican gran parte de su tiempo y de su vida en criar a Franco. Viven en departamentos contiguos, pero son una familia. La nuestra en cierta forma también, me refiero a los que dÃa a dÃa trabajamos juntos en una comunidad que no siempre goza de la mejor prensa en la sociedad. Quién no ha dicho alguna vez "la Familia Judicial" en tono despectivo, como si se tratase de un conjunto de burócratas que tomamos mate todo el dÃa y no nos interesa en absoluto el destino de los que desfilan dÃa a dÃa por aquà trayendo su sufrimiento, sus dudas, sus rencores y sus antiguos odios a un lugar en el que no siempre le podremos dar una respuesta. No porque no queramos, sino porque lo que se busca no siempre es aquello que el sistema nos permite solucionar. No desde aquÃ. Pero ese, aunque forme parte, es otro tema.
Nancy empezó a trabajar en el tribunal como ordenanza, y hoy es Jefa de Despacho. Ascendió, como tantos lo hacen, no por calentar una silla, sino por laburar todos los dÃas, aunque muchas veces no se esté de acuerdo con aquello que se resuelve en un Juzgado Penal. No es fácil trabajar y entender al mismo tiempo que quien cometió un delito tiene un legÃtimo derecho a recuperar su libertad en un plazo razonable y de acuerdo a las normas vigentes, más aún cuando muchos de nosotros, los que la tramitamos y disponemos también somos, como cualquier ciudadano común, vÃctimas de la inseguridad. Pero ese, también es otro tema.
Nancy es una excelente empleada. De esas que no fueron a la universidad, no tiene "pergaminos" colgados en su pequeño despacho, pero conoce su "oficio" como nadie. Cuando hoy llamó desesperada, yo hice lo que suelo hacer cuando las papas queman: gritar. Gritar pidiendo auxilio a los que siempre están. Y asÃ, gritando, les dije: "¡Chicos, no se vayan, Franquito no aparece! Todos saben quién es Franquito, como todos sabemos los nombres de los miembros de las familias de cada uno.
Después de indicarle a Nancy algo que ella sabe mejor que nadie, pero que su desesperación le impedÃa pensar ("decile a Vanesa que vaya ya a la comisarÃa y haga la denuncia de paradero, ellos saben como actuar, quedate tranquila Nan, debe estar dando vueltas por allÃ, ya lo van a encontrar, hay un protocolo policial para estos casos") se desplegó una escena digna de destacar: todos sus compañeros salieron a buscar a Franco.
Diseñaron mientras yo me comunicaba con mi colega de turno una cuadrÃcula de la ciudad que envidiarÃa más de un investigador. Expandieron la mala noticia en el tribunal, donde otros compañeros del fuero penal y de otros fueros se hicieron eco. Lo subieron a las redes sociales, y de pronto, junto a la ayuda de los medios de comunicación, Rosario estaba en estado de alerta.
Pasaban las horas y Franco no aparecÃa. Con mi teléfono en llamas, miraba por la ventana y atardecÃa. Se viene la noche, decÃan los mensajes de texto. El juez de turno, su secretaria, el Fiscal, y la policÃa a sus órdenes iniciaron lo que se inicia en todos los casos en los cuales una madre o un familiar pone en conocimiento de las autoridades la ausencia de un menor o un mayor que desaparece. Lo aclaro por si se malinterpreta y se infiere que solo el sistema funciona cuando la vÃctima es allegado al propio sistema. Nada de eso: otro ladrillo en la pared de la mala prensa, parafraseando a Pink Floyd. El Sistema funciona, no me caben dudas. Con las fallas previsibles, pero funciona.
Pero hoy, y esta es la historia "principal" hubo además otra magia que sobrevoló la vida de Franco y que seguramente recordará por siempre: Franco no "apareció", a Franco lo encontraron los compañeros de su abuela Nancy. Nadia, nuestra empleada de Mesa de Entradas, que estaba por Avenida Pellegrini, caminando como el resto de sus compañeros fue quien lo encontró y lo llevó hasta la casa de Nancy que al borde ya de sus fuerzas esperaba un milagro, mientras Vanesa seguÃa recorriendo la ciudad y el resto deambulaba por shoppings, bares, en fin, la maravillosa cuadrÃcula del deseo compartido: encontrar a Franco. Recién allÃ, lo entregaron a la Guardia Urbana y lo trasladaron a la seccional primera para cumplimentar con los trámites de rigor. El Poder Judicial no está perdido. Tuvo y tiene un destino.
Hace 25 años que trabajo allà y hoy me sentà orgullosa de formar parte.
No siempre me pasa, pero ese es otro tema. A veces, se trata de saberse respetado, aún con los errores somos seres humanos, no dioses que frecuentemente cometemos. Cuando las voluntades se coagulan y las instituciones responden, la presencia de la sociedad se torna imprescindible en cualquier búsqueda de justicia, por pequeña que sea. De nada sirve el gesto crispado ni las voces altisonantes llamando a destruir aquello que cuando no está, sobreviene el caos. Y de ese caos, ya sabemos bastante.
A veces, casi siempre, son estos pequeños grandes gestos los que salvarán al mundo cotidiano que nos amanece todos los dÃas. Bienvenido a casa Franquito. Nos diste un susto grande. Pero sólo vos, tu madre, tu abuela y tu familia tienen derecho a concluir que es lo que realmente te llevó a no entrar al Cole y andar dando vueltas por ahÃ. Las especulaciones que dan vueltas incluso en esta red pertenecen al rollo de personas inferiores, no de gente noble como tu familia.
Y a ustedes chicos, a la "Familia Judicial" que incluye a tantos que se preocuparon por él, a miembros de otros juzgados, a abogados incluso que se iban enterando y llamaban para ver que se podÃa hacer unas gracias enormes, de corazón.
Franquito pudo haber sido, el hijo de cualquiera de nosotros.
* Jueza de Instrucción Nº 2, docente de la UNR
Este texto fue publicado por su autora en Facebook horas después de la aparición de Franco.
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