Uno: SalÃs del cine y te sentÃs como los de la tele. Los que caminan sonriendo a la nada, exudan superficialidad y eligen todos los tiempos verbales de la inconsistencia. Te abordan dos periodistas a la vez, a vos, que nunca entendiste esa tonta patologÃa de estar expuesto dÃa y noche a la consideración popular. Y yo qué he hecho para merecer esto, pensás entre tanto. Cometiste el desatino de ir a la primera función de la pelÃcula en tu ciudad, megalópolis ignorada por la mayorÃa, hoy estreno mundial, en todas las salas, parece veinte señoritas bonitas veinte.
Y bué. Sea. La pregunta es qué opino de la controvertida pelÃcula. O si los cimientos de la institución de dos mil años tiemblan por la novela que busca el santo grial, el "sangrial" o la sangre real. Ahora todos sabemos del Concilio de Nicea, de Constantino y de los evangelios apócrifos por lo que muy bien podemos dar testimonio sobre la supuesta esposa de Jesús o en su caso de la descendencia femenina que llegó a la Bretaña. Y lo peor no son las preguntas. Es que vos contestás. DecÃs que la pelÃcula es mala o buena, aburrida o apasionante, que afecta o que es inocua, que es histórica o una farsa. Y ya lo conseguiste. Te arrojaste, con arrojo existencial del francés del sesenta y ocho, a la nada de la hoguera consumista que todo devora por un rato. Hasta Dios mismo está devorado por las preguntas.
SÃ, claro. El Código Da Vinci. Vi un perro negro muerto en la calle, aplastado en medio de la acera, manchado, porque nevaba. Vi la vida, allà mismo, y no habÃa más que eso: La coartada del inocente: Pagarlo todo. Sentà en la nieve la vida y me vi morir como un animal que se resiste hasta lo último hasta el deseo de ser rematado, hasta el gemido final, el que pide perdón por todo crimen ajeno: El que perdona a dios.
Dos: Una vez fue cuando un Congreso de PoesÃa. Qué se yo. No nos conocÃamos y un temerario dijo que yo podÃa presentarte. No me gusta la poesÃa y apenas si te conozco. Al menos sabés que soy el Mujica vivo. No el otro. En el teatro el CÃrculo solÃa haber un rincón en forma de café que dejaba escuchar la historia de una vida. Y me contaste que hasta los 19 o 20 años viviste en Buenos Aires, trabajando, en una familia de obreros en Avellaneda. Vaya a saber si fue ahÃ, no lo escribà entonces y ahora lo recuerdo como se recuerdan los paraÃsos perdidos pero dijiste algo como que siempre estuviste muy marcado por la necesidad de encontrar un sentido.
Sin religión heredada. A los dieciocho yo leà La náusea. Y yo. No importa quién lo dijo primero, pero lo dijimos. A los veinte, creo recordar, me dijiste que te fuiste a los Estados Unidos por casi diez años. Fuiste con unos mangos más que Madonna (la referencia es tonta) y los sesenta, en el paÃs gringo fueron las tradiciones orientales, la droga, la izquierda. ParecÃas San AgustÃn, orgÃa y conversión. Y no decÃs nada. Pintabas y mitigabas la decepción del deseo realizado. ¿Y la religión? Puedo recordar casi literalmente que me dijiste que quizás, en gran parte, a través de las drogas empezaste a tener contacto con la religión. Leyendo, primero, luego por un gurú que te presentó Alan Ginsberg en Nueva York. Drogas, cultura oriental, un nuevo camino limpio. Leo sobre budismo hoy, yo a los "cuarenta", vos a los "veinte". La energÃa creadora, la fuente imperecedera de bien, de buena cosa, el karma de hacer el bien porque eso es bueno para uno y para los otros.
Me contaste que ingresaste a un Monasterio trapense. Silencio por años. Y después vino el llanto del reconocimiento y la comunión. Dios está presente en la eucaristÃa, me dijiste. Hasta que supiste que tenÃas que compartir lo que habÃas aprendido. Salir del monasterio, Europa, visitar el Monte Athos y entrar al sacerdocio. El mismo que invoca al Cristo del Código de Da Vinci. Te pido respeto por la literatura en serio, me decÃs. Hay perros que mueren de la muerte de su amo cuerpos,que no hacen el amor, hacen el miedo que no se agitan, tiemblan. Y hay hombres en los que muere dios como una gota de lacre sobre el pecho de un torso de mármol, son los que lloran cuando creen estar hablando, o gritan soñando, pero al alba olvidan el grito con que encendieron la noche. Hay hombres en los que gime dios por no encontrar un hombre donde morir de carne, pero no llora como quien lo hace, sólo llora como quien llora abrazado a un niño.
Tres: El padre Hugo Mujica, sacerdote católico que te cuenta su vida sin la menor gana de consejo o de ejemplo, se alegra por la segunda edición de su PoesÃa Completa. Que tenés que leer. Hacelo. No piensa pasar por el cine ni imaginó tomar de la pila de los best seller la novela de Dan Brown. No tiene nada de importancia jugar a la historia de Jesucristo. La fe en él es la fe en su milagro, en su testimonio. PodrÃa haber tenido pareja. PodrÃa haber sido MarÃa Magdalena. No tiene sentido plantearlo siquiera, me dice. Se rÃe cuando le preguntás si la historia hoy contada podrÃa afectar la creencia. Cristo es la mirada permanente de quien ha pasado por la vida haciendo el bien. ¿Quién es el que ingresará en el reino de los cielos? El que me haya dado un vaso de agua en el desierto. Porque dándoselo a otro, me lo das a mÃ. La mirada del que hace el bien no escapa a nadie. He ahà la revolución, la energÃa incomparable. Eso es Cristo. Eso te dice él. Incluso, pienso yo, es la mirada a los que con dogma y espada construyeron sobre ese mensaje del amor al prójimo como a vos mismo dolor, ignorancia, sectarismo y bajeza. Estoy casi seguro de que Hugo comparte.
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