Trataré de contar esta historia de amor tan fielmente como me fue referida.
Un soldado italiano vuelve a su pueblo luego de haber estado prisionero cinco años en campos austrÃacos y de haber peleado en su Regimiento de Bersaglieri en aquella guerra que iba a terminar con todas y que ensangrentó a Europa desde el año catorce.
Este muchacho era el mayor de diez hermanos y fue reclutado a los diecisiete años, tenÃa la mirada altanera y era alto y robusto.
Este muchacho altivo iba a ser luego mi abuelo.
HabÃa nacido en el pueblo de Orsogna, provincia de Chietti, en pleno Abruzzo celeste. Mi madre tenÃa una foto donde se lo ve de uniforme con ese gran sombrero aludo, con su pluma inmensa y en el pecho tres medallas como condecoración de guerra.
A la fuente de la plaza principal del pueblo iban cuatro hermanas con sus cántaros a buscar agua todas las mañanas.
Un dÃa Antonio pasaba con un hermano, ambos de a caballo ya que eran campesinos, cruzó la plaza y reparó en una de ellas, que tenÃa el cabello muy negro y los ojos de un extraño color celeste.
Averiguó el nombre y habló con su padre porque querÃa casarse con ella.
El padre de Antonio ensilló su caballo y le expuso a su paisano la razón de su visita. Cuando este le preguntó por el nombre, sin vacilar dijo Elisa.
--Ah --le dijo Domingo que asà se llamaba mi bisabuelo pero Elisa es la segunda, y hay que seguir la tradición. Hay una antes, que se case con ella.
Volvió mi otro bisabuelo a consultar o mejor dicho llevarle la decisión del padre de la muchacha de la cual estaba enamorado.
Como la respuesta fue negativa volvió al otro dÃa a ensillar su caballo y negociar el deseo de su hijo. Volvió a exponerle sus razones y antes que siguiera argumentando lo que él ya sabÃa lo cortó:
--Domingo, Antonito la quiere a Elisa.
--Entonces, no va a poder ser, fue la respuesta abrupta y tal vez inferida por el otro.
Pero estos hombres no contaban con la decisión de un muchacho que casi habÃa muerto de intoxicaciones en un campo de prisioneros y que volvió cuando todos lo daban por muerto.
Una mañana como todas las muchachas fueron a buscar agua con sus cántaros y de pronto ocho jinetes que estaban escondidos detrás de la iglesia irrumpieron en la plaza. Uno de ellos era Antonio, mi abuelo, quien invitó a Elisa a la grupa de su caballo oscuro y fueron saliendo del pueblo. Al llegar a las afueras los otros siete jinetes, es decir sus siete hermanos, tomaron otro rumbo y los dejaron solos. Antonio al paso lento de su caballo fue hasta su casa donde estaba reunida la familia y allà presentó a su prometida.
Es un misterio ya para siempre qué hablaron en ese trayecto y si estaban de acuerdo antes del rapto por algún celestinaje o mediación anterior.
Mi abuela, las veces que me contó esta historia, ante esta pregunta, me miraba pÃcaramente y sólo se sonreÃa, con esos hermosos ojos celestes llenos de luz
Cuando Domingo se enteró. Corrió con su caballo. No sin antes cargar una escopeta. Pero allá se encontró con su ya consuegro de facto, quien lo calmó mansamente:
-Domingo, no hagas locuras. Mejor andá a buscar al cura porque la chica no se va de esta casa.
Esta fue sucinta y apretadamente la historia de amor de mis abuelos maternos.
La primera parte, la más romántica, lo que de todos los modos rescata el amor de dos jóvenes ante las convenciones inútiles.
La segunda parte tiene que ver con esta pampa sufrida, que tal vez un dÃa me atreva a escribir aunque resulte muy triste.
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