El dÃa amaneció con el cielo cubierto de agua a punto de estallar. Le recordaba a un dÃa de playa en el mar. El sol escondido y el paisaje que se presentaba era diferente a lo habitual. Cerró los ojos, respiró profundo una y otra vez y de pronto se encontró en un lugar lejano y a la vez muy cercano.
Salir a caminar por esas playas, pisar la arena húmeda, y sentir que el mar también estaba bajo sus pies, le produjo un estremecimiento, que la recorrió Ãntegra. ParecÃa no sentirse sola en esa inmensidad.
Estaba lluvioso y húmedo. El aire olÃa a iodo.
El color del mar se habÃa tornado gris plateado y por momentos gris plomizo ofreciendo los destellos de luz de toda esa infinitud. Caracoles convertidos en polvo de estrellas iluminaban su andar.
Caminó y caminó, se daba vuelta de tanto en tanto y casi no se veÃa nada, envuelta y vestida en neblina, todo parecÃa estar hacia delante.
A lo lejos, apenas si se divisaba el faro, que erguido y suspendido en el aire, era como un coloso de ojosá titilantes. ¿PodrÃa dar esperanza, ensueño y llanto a eternos navegantes?
Siguió hasta que el agua enfurecida comió la costa creando un balcón de arena y rocas. Lo trepó. Avanzó inquieta haciendo equilibrio, al llamado, ancestral y bravÃo de otro tiempo.
Agitada, se encontró con un barco inmenso, como una boca gigante semienterrado entre el cielo, el aguaá y la arena. Su proa, parecÃa estar clavada profundamente en la playa apuntando hacia el centro de la tierra. Observó la belleza de ese esqueleto de hierro oxidado y sintió el dolor de aquel naufragio. Una energÃa extraña la condujo hacia él rodeándolo, abrazándolo, una y otra vez.
Fuerzas invisibles y poderosas hicieron que apoyara primero sus manos en alguna parte de esa estructura. Inmediatamente, los latidos de los hierros recorrieron los filos y los agujeros de sus chapas corroÃdas y herrumbradas hasta encontrarla a ella. Sintiéndose atrapada y atravesada por aquel pulso agobiado pero invencible no pudo negarse a recorrerlo y a escucharlo.
Conmovida, se tendió en el piso, relajada e inocente. Giró suavemente, sobre el mismo, muchas veces como queriendo ser solo oÃdo con su cuerpo hasta lograr escuchar a través del agua los sonidos, las voces y los gritos de la tierra y de los hombres.
Una percusión de ruidos, tambores y lamentosá clamaban en el aire. No pudiendo negarse, decidió apoyar su espalda, armadura de fierro y carne, y deslizó sus delgadas piernas haciendo surcos en la arena quedando sentada dentro de ella. Una danza de chillidos de gaviotas la rodearon anunciando algún misterio. Nunca antes las habÃa tenido tan cerca.
El viento comenzó a soplar. Un sonido muy fuerte de compuertas comenzaron a crujir. Y ella, antes de que sus ojos se perdieran en el mar y observando el movimiento inacabable del agua en su estrepitoso oleaje y sintiéndose hecha de recuerdo y sal se preguntó si acaso el mar no estarÃa hecho también de humanidad.
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