5. El pasado. "Dejame terminar de hablar!" --con un enérgico portazo, Esteban habÃa dado por finalizada la discusión. Pero ahora que vuelvo a las cartas que me escribió cuando todavÃa estábamos de novios, descubro cuál fue mi error. Y es que yo sé qué oculta ese portazo, lo sé yo y muy probablemente no lo sepa ni él: ese portazo oculta, y oculta mal, un gran amor. Y es que no puede ser que se haya ido como se fue! Qué es el presente, después de todo? Sin duda habrá quien asegure y aun demuestre, de qué manera no sé, que no podrÃa serlo una persona que habiendo estado ya no está. Y sin embargo, le pese a quien le pese, Esteban es, sÃ, mi más estricto y real presente. El dolor y la a veces absurda contemplación elevan a dignidad de hoy aquello que resulta, no obstante, lo menos real, premonitorio quizá. Porque los viudos, o la gente que sin ser correspondida persiste en su discreción y ama, mal o bien tienen que seguir viviendo, y el pasado, al menos en mi caso particular, concuerda mejor que la soledad, el silencio y el dolor con una vida naturalmente, y por eso nunca en exceso, feliz. Cada persona es lo que tiene en su mente: pasado, presente y futuro. Las consecuencias de esto son, por supuesto, innumerables, e incluso los que no se hacen a la idea de un pasado mejor, asà es como vivimos, asà como nos expresamos. A pesar de todo, Esteban se habÃa ido, sÃ, y para no volver. Me habÃa dejado; hecho banal si los hay. Pero de aquella última conversación (interrumpida, inconclusa), diez años después resultarÃa lo que nadie, ni usted, podrÃa haber previsto. El castigo que era para mà en aquel tiempo su silencio, lo condenaba, fÃjese qué paradoja, a eternamente tener que compartir su vida conmigo. La otra lo entendió asà y no dijo más nada. La otra ya no existe, hubiera dicho él, aunque no tuve ni el valor ni la necesidad de preguntárselo. O acaso no era una obviedad que detrás de ese comportamiento intempestivo se escondÃa la clave de su natural tendencia? Ni bien se fue corrà las cortinas y apagué las luces, para hacer más hondo y torturante el vacÃo. Pero, que yo sepa, él no habrÃa dejado una conversación por la mitad: le gustaba crear misterio. Al fin solos, dije entonces, y me servà más té. Yo lo supe siempre, mi amor, vos no me hubieras hecho nunca una cosa asÃ. Sobre un punto en su cabeza le estampé un beso, y después otro. Excusándonos mutuamente por la ferocidad, nos fuimos de a poquito deslizando por el sillón hasta terminar desnudos sobre la alfombra. En un movimiento brusco mi nariz dio contra la suya y abrà bien grande los ojos: su mirada, ajena, era igual que la mÃa.
6. El silencio. El silencio provendrÃa de adentro; y mientras él picaba las cebollas, yo escribÃa en la pared: "No te vayas, mi amor, por favor no me dejes". Fumaba y soltó una de sus clásicas risotadas indolentes: "Si te vas", le dije, "me mato". Que no se riera, que por favor me dejara vivir en paz! Comimos a la luz de las velas; yo lo miraba fijo y entre bocado y bocado: "Si te vas a ir, si me vas a dejar, hacelo ahora, Esteban". "Te vas a matar?" "No, quedate bien tranquilo, no me voy a matar". El silencio se extendÃa desde el dormitorio hasta más allá de la cocina, hasta casi el balcón. Me arremangué y enjuagué sus camisas, sus pantalones, las medias, los calzoncillos, los estrujé y los extendà al sol. Se habÃa ido, sÃ, pero volverÃa? Bajé al palier: "Señor, tiene hora?". "Las doce y cuarto, muchachito". "Gracias". Me crucé al antro de enfrente en batón y pantuflas, alguien lo podÃa haber visto, solÃa ir después del trabajo a jugar cartas y tomar con los amigos. Esperando que cambiara el semáforo: "Amor, volviste!". Comimos y nos acostamos. "Pensé que te habÃas ido", dije yo. Cruzó una pierna por sobre mi cintura y resopló. "Te pasa algo, amor? Por qué estás tan callado? Pasó algo en la oficina? No querés que hablemos?". A veces con sólo rozar la superficie de las cosas uno desentraña su verdad más profunda. "Amor, estás bien?" Pero nada, ni una palabra. "Ya te dije que si te vas no me voy a matar, era mentira eso, me parece que quedó demostrado con lo de anoche". Ni me miraba y seguÃa engullendo las masitas de naranja que le habÃa horneado hacÃa más de dos dÃas. "Están húmedas ésas, no las comas". En sus momentos de plenitud el silencio se volvÃa una voz. "Esteban, me querés decir qué te pasa, por favor? Te volviste a agarrar a las piñas con tu jefe?". La voz que nombra el silencio es un nombre y es un nombre de varón: Esteban. Lo que vimos aparecer y desaparecer ante nuestros ojos tenÃa, pero ya no sé, otro nombre distinto... Pero amor se le puede llamar a cualquier cosa, o no? Rebusco: silencio, silencio, más silencio. "Esteban, mi amor..." Silencio. No me habla, no va a trabajar; come, se baña, duerme. Nos cortaron el gas, la luz, el teléfono; todavÃa el agua no, agua parece que hay. Hay, sÃ. Me pregunto si es posible que nos corten el agua también. No estando solos al menos nos encontramos en la necesidad de dirigirnos la palabra, las palabras --es lo que dicen-- son como puentes que se tienden. Salà a buscarlo a MatÃas: "Negro, esta semana estoy complicado, yo después te llamo". Corté y caà rodando por la escalera, como un alud pero sin sonido. Y era posible, sÃ, tan posible como todo lo demás: acaban de notificarnos que mañana nos van a cortar el agua. Esteban: la voz que promueve y agota todo silencio posible. Uno no sabe si reÃrse o llamar a los bomberos, o a la policÃa, o al cura de la parroquia. "Esteban, decime una cosa, vos lo planeaste esto? Porque desde ya andá sabiendo que no te voy a dejar..." Esteban falleció la mañana del 30 de octubre; no hubo velorio, no hubo entierro, no se avisó a los familiares. Mientras agonizaba, mientras en silencio morÃa, lo miré fijo a los ojos y él medio como que sonrió. Sonó el teléfono y atendÃ: "SÃ?" Y nada. "Diga! Si no responde, corto". Pero nada: silencio. "Voy a cortar... a la cuenta de tres... uno, dos..."
7. Quizás, tal vez. HabÃa cerrado los ojos: "Amor, decime la verdad, vos me querés a mÃ?" Pero Esteban se habrÃa ido --los dedos extrañamente rÃgidos, el ceño fruncido, la boca apenas entreabierta, como queriendo decir y no decir alguna cosa-- de no ser por mi súplica: "Mi amor, si te vas, me mato". Y lo dijo: que me querÃa, que no se irÃa nunca. Y sin embargo, se fue. Salió temprano, más temprano que de costumbre, pero a eso de las diez estaba de vuelta, cosa que me alarmó. Yo estaba tendiendo la ropa en el balcón, no lo habÃa escuchado entrar. "No me voy", dijo con cara de malo, arrinconándome contra el lavarropas, "me quedo". Y yo: "Lo único que te pido es que si te vas me digas por qué". Pero no dijo más nada y se encerró en el baño. Después de un rato entreabrió la puerta apenas y se me quedó mirando fijo. "Mi amor, estás bien?". No respondió y volvió a cerrar la puerta. "Qué te pasa, amor? Te sentÃs mal? Te duele la pancita, comiste algo que te calló pesado?" Corrà a la cocina y preparé té. "Tomá un sorbito, amor", le decÃa yo desde el otro lado de la puerta, "haceme caso, te va a hacer bien". Le insistà hasta que accedió; abrió la puerta lo suficiente como para que pasaran su brazo y la taza de té sin chorrearse. "Te sentÃs mejor ahora? Esteban, contestame, por favor, decime qué te pasa". Y ahà lo supe: era ella. Como si hubiera leÃdo mis pensamientos, volvió a abrir la puerta y estiró una mano que me pasó por los ojos, por las orejas, por las mejillas. "Está bien, amor, no me expliques nada, ahora tomá el té, que se te va a enfriar". Pero por dentro le pedÃa a Dios un milagro. "Quién es ella?", pregunté en voz alta. Y de la vergüenza corrà y me precipité escaleras abajo rezando un Padrenuestro, un AvemarÃa y un Gloria. El no habÃa vuelto a cerrar la puerta, asà que desde abajo lo escuché clarito: "Pero yo te quiero a vos!". Volvà a subir arrepentido, medio rengueando, y la puerta se ve que se habÃa cerrado con el viento, tanteé el picaporte y no estaba trabada. A la semana, me pareció mejor dejarlo salir a tomar aire, dejarlo solo unas horas. "SalÃ, Esteban, andá a dar una vuelta al parque". Eran las diez de la noche y todavÃa no habÃa vuelto. Vista desde el balcón, la ciudad parecÃa un espejo roto. VenÃa tormenta. Entré, apagué todo y me dormÃ, cuando de repente la voz de un mocoso se me puso enfrente y, claro, me despertó: "Esteban, Esteban, Esteban!". Abrà bien grandes los ojos y no podÃa parar de llorar. Descalzo fui hasta la cocina y me preparé un té. A media noche, doce en punto, sonó el teléfono; no atendÃ. Pero a la una volvió a sonar, y eran las dos y seguÃa sonando. "Esteban, mi amor, te veo venir y te estás yendo..." Esteban acercó su boca a mi oÃdo pero yo de un salto retrocedÃ: "No es asÃ, vos no sabés con quién te metiste". Sin decir una sola palabra, metió algo de ropa en la valija que nos habÃa regalado su madre para la luna de miel y ya se estaba yendo cuando yo: "No me voy a matar, sabés?", le grité; y bajaba cargado las escaleras mientras yo le seguÃa gritando. "Yo te quiero", pude escuchar que dijo al final. Pero fue inútil, ya habÃa saltado.
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