Esta mañana del 8 de agosto llevo a mi hijo al cole. Me advierte que están hablando en la radio sobre el nieto de Estela Y que si Ignacio era mi amigo. Le contesto que sà y que no. No entiende.
-La parte del SÃ es porque es un amigo de la ruta del alma y la del No porque la amistad se practica y nos vemos poco -retruco.
-Es lo mismo, me amonesta. Y mirando al rÃo y la Circunvalación continúa: -¿Lloraste cuando te enteraste?
-Claro, hijo. Como lo está haciendo tu mamá ahà atrás sentada -raramente callada con los ojos turquesa empañados-.
-Ah, porque Mirta Legrand nunca llora por estas cosas, sigue él una lÃnea con su lógica certera y absurda.
Hace un silencio y prosigue
-Pa... ¿Videla era un estúpido o un inteligente?
-Las dos, cosas -contesto.
-¿Porque? -se intriga.
-Porque nunca pensó que los familiares de quienes ordenó desaparecer iban a reclamar justicia y bastante inteligente para no morirse antes, para obligarnos a verlo vivo hasta que llegó a viejo.
-Pero ya se murió, papá. Y vos tenés ahora dos amigos -estalló de risa-. Ignacio y el otro....
-Guido -completo yo.
-Ese, dice.... Ignacio y Guido... que serÃan como Batman en un solo cuerpo...tu amigo ahora tiene dos personalidades.
-Claro, razono yo como si hubiésemos acertado la verdad inefable de la Humanidad.
Mi viejo aseguraba que los recuerdos no servÃan más que para cambiarlos cada vez que uno los evocaba. Que aburrÃan si eran contados siempre igual. Por eso le agregaba cosas en cada bis, detalles, figuras geométricas, estados de ánimo y cambios de color en el cielo o en la vestimenta o en los olores.
Creo recordar algo profético y paradojal cuando conocà a Ignacio. Yo estaba en OlavarrÃa y él en la sala donde yo darÃa clases.
-¿Quien es usted? -lo espeté a modo de saludo marcial.
-No sé -contestó-. Uno que vino, uno que anda por ahÃ.
-Ah, soy Abonizio -le contesté y le dà la mano.
Creo que fue asÃ. Yo interrogándolo sobre quien era y él respondiendo que no sabÃa. Una joya de postal enigmática que ahora cazo con una fina red en mi memoria fragmentaria. Nada es casual, Ignacio. Nada es porque si. Vos me entenderás. Que me ponga a jugar como mi otro amigo de distancia cordillerana Julio Rudman quien escribió sobre vos asegurando que estaba "conmoGuido". Y yo agrego que a tu nombre habrÃa que anteponerle la pregunta "¿Y? ¿Nació?". Ignacio. Suenan parecidos, como un do séptima mayor y y un mi menor.
Miro a tu abuela, amigo. Es hermosa en su frescura de tozudez, en su porfiada figura batalladora, en su modo de hablar de aberraciones sin nombrarlas, con una delicadeza extrema, sin rencor. Es la Femme Fatale de los dioses perversos. La que acuchilla con claveles. Siempre pensé que los malos iban a matarte antes, para que Estela nunca fuese feliz del todo y te le escurrieras de su vida y ella se fuera de este mundo sin conocerte. Por suerte no advirtieron esta extrema crueldad. Jamás lo dije. Ahora sÃ, puedo deshacer como arena mi cábala de terror. Ahora que pasó lo peor y que seguramente, la cascada de niños ya hombres empezaran a caer sobre nuestros brazos, nuestras heridas de guerra, nuestro desamor y nuestra indolencia. Allà está tu abuela, tan distinta a la Legrand.
-¿Como es la abuela esa, la Carlotto? -prosigue mi hijo-. ¿La conocés?
Creyendo que conozco a todo el mundo porque le invento fábulas donde emergen Spinetta, Poe, Frida Kalho o Aldo Pedro Poy a la vez, espera la respuesta.
-Una vieja copada, hijo. Una vieja joven, hijo. Es como San MartÃn ¿entendés?
-No, es como Cabral soldado heroico porque salvó a la Patria, repite con voz de educando.
-Hmmm, sééé..., pero Cabral falleció en el Campo de la Gloria.
-Bueno, entonces ella debe ser inmortal, asegura.
-Como su nieto -le respondo.
-SÃ, como Batman, culmina él y ambos nos reÃmos mientras el sorgo vuela sobre el aire y flamea una enorme bandera nuevita cerca del Monumento y el sol radiante nos envuelve como incendiando al auto y Georgina ha dejado de llorar y por la radio pasan un tema de Ignacio y lo evoco, mientras repaso el correo que le mandé hace unos dÃas donde le preguntaba que se sentÃa ser dos a la vez y él que me respondÃa que sicodélico, que extraño, que perfecto, que novedoso, que alucinante, que tranqui, que es loco y un montón de adjetivos y verbos que mi papá nunca supo conjugar. Vos, Ignacio me sabrás entender cuando volvamos a vernos y tocar algún tema. Capaz que ni hablamos de música y nos enredaremos en viejos goles de Alonso o de Palma o de Francescoli o de Pizzi. Que sé yo. El mundo se ha abierto para todos ahora y el otoño se ha puesto dulcÃsimo, querido Ignacio, querido Guido, Batman del alma.
-Papá -termina esta nota mi hijo sin saberlo-. A tu amigo lo hemos conseGuido entre todos ¿no?
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