-¡Solamente fallamos en la Tierra! comentó el abuelo suspirando.
- ¿Por qué?
-Bueno, nuestra avanzada de psicólogos habÃa hecho como siempre. Sondeó las profundidades emocionales del planeta para neutralizar resistencias y colonizar sin dificultades, de modo que revisamos incluso esos arsenales de todos los mundos que son las bibliotecas. Y bueno, conocimos algunas cosas, confirmamos otras...
-¿Por ejemplo?
-Verdades universales. Humm..., bueno, me acuerdo de algunos nombres, Confucio, Buda, Lao Tsé, Marx, filósofos que iluminaron el lado oscuro de la realidad, solo que ni por casualidad se les pasó por la cabeza que al morir subirÃan a los altares y les oscurecerÃan su filosofÃa. Pero todos, unos y otros llenaron bibliotecas que nos resultaron muy útiles.
-¿Utiles?
- SÃ, y muy interesantes. Por ejemplo, útil para conocer la fuerza indoblegable que tienen sus vÃctimas, bah, ellos mismos cuando son oprimidos, y los cuidados que te obligan a tener cuando los creés vencidos.
--Bueno ¿y qué pasó?
- Mirá, no soy historiador pero me acuerdo de uno de sus antiguos libros, Biblión o algo asÃ, ahà nos enteramos que andaban siempre detrás de dioses, hadas y gnomos, y al mismo tiempo, por los cuentos de un tal Fontanarrosa, que estaban siempre de vuelta aunque, fijate, ese otro también adoraba a un tal Centralito.
- No entiendo.
- Mejor, asà te das cuenta de las dificultades.
-Pero abuelo, conquistamos mundos mucho más importantes.
- SÃ, pero no más jodidos. Nuestras lectores espÃas aprendieron, por ejemplo, de la vida de un tal Bonaparte que aquà el genio militar no garantizaba nada pero, en cambio, de un tal Alejandro, que bastaba derrotarlos y respetarles sus dioses y su cultura para meterlos en el bolsillo. Es decir, los absorvimos literariamente para conocerlos, aprendimos de Kafka, por ejemplo, que siendo voluntaristas admiran la imposibilidad, de Rulfo y Di Benedetto que siendo torpes vuelven mágico lo que miran, de Dostoyeski y Stevenson que son ángeles y demonios. ¡LeÃmos a Freud!
-¿Freud?
-SÃ, un sabio que llegó hasta la metapsicologÃa de la metapsicologÃa, o sea, a la telepatÃa y fue escrachado por sus discÃpulos. ¿Qué tal?
- ¿Qué tal qué?
-Ah, ¿viste? Es complejo. Pero los estudiamos, y allá fuimos.
- ¿Y?
-Y..., son tan jodidos. Siempre tienen algo. ¿Podés creer que ahà el varón se acomoda los testÃculos a cada rato? Es decir, el bulto para sentarse, para acostarse, para pararse pero mencionarlo es tabú. En su literatura hablan de cuánta cosa se te ocurra, por mÃnimo o repugnante que sea: de los amores escatológicos de Joyce, o de Gálvez al lado de Lugones en una sala de espera y el ruidito ominoso que Lugones le dirigió inclinando el cuerpo, o de la penosa noche 583 de Las mil y una noches en la versión de Cansino Assens que era la preferida de Borges, de lo que quieras, menos..., menos de acomodarse los huevos como les dicen.
-¡Uy!
- SÃ, fue un error, replicamos perfectamente al humano más dominante, el varón, y descartamos el otro, más subordinado y más complicado. Pero fue un error, las tetas...
- ¿Las tetas?
-SÃ, no las andan reacomodando.
- No.
- En cambio el otro, después lo supimos, se acomoda los testÃculos un promedio de 23,4 veces al dÃa con movimientos fulminantes, casi imperceptibles, vÃa bolsillo del pantalón, vÃa ciertos dedos por la cintura como vinimos a notarlo mucho más tarde. ¿Pero sabés cuántas veces se acomodan los testÃculos en la literatura? Ninguna, en siglos de literatura, ninguna. Y los crÃticos igual, punto en boca.
- ¿Y qué pasó?
-Solo una de las supercomputadoras barruntó algo pero no lo dimensionamos.
- ¿Pero qué pasó?
-Dijo algo de huevocéntricos y patriarcales.
- ...
- Bueno, nuestros replicantes fueron para allá sin saberlo. Es decir, calcaron la forma humana por fuera y por dentro. Y... , humm, allá tienen unos animales de corral que se llaman chanchos, que son gordos y pesados y son de estar echados o sentados.
- ...
- Llevan los testÃculos atrás y quizá de tanto sentarse vinieron a quedarles como dos monedas.
- Abuelo, ¿y nosotros?
-Nos pasó eso.
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