Antes no era feliz; estaba cómodo. Asà empezó a contarme su historia. En realidad empezó diciendo ¿sabés qué pasa? y después sà intentó explicarme que felicidad y comodidad eran dos conceptos antagónicos. En ese momento lo entendà bien, parecÃa fácil. Puesto asà cualquier cosa hubiera parecido fácil. Te llama tu amigo, te dice que necesita hablarte, se encuentran en un bar, esperás a que llegue apurado, pida dos cafés y te largue: ¿Sabés qué pasa? Antes no era feliz; estaba cómodo. Es cierto que podrÃa haber dicho cualquier otra cosa. PodrÃa haber intercambiado cómodo por entretenido, por contento, por acostumbrado. En ese momento cualquier adjetivo le hubiera venido bien. PodrÃa haberme dicho que antes no era feliz, sino que estaba frÃo o adormecido o aletargado. Cualquier palabra le servÃa para nombrar eso que le pasó antes de ser feliz. En ese momento estuve a punto de contestarle que para mà estar cómodo es también un poco ser feliz. Iba a decirle que tratara de ser feliz con dos talles menos de pantalón, o durmiendo en una silla una semana, o sentado a la mesa en unos banquitos de esos sin respaldar. Pero no era momento y lo dejé hablar.
Cinco años saliendo con Aldana, cinco, y todo fue por comodidad, ¿entendés? Magalà me está enloqueciendo. Pero no tiene nada que ver una cosa con la otra, eh. Lo de Aldana es costumbre y lo de Magalà es otra cosa totalmente distinta, eso lo tengo bien claro. Ya la vas a conocer a MagalÃ. La semana pasada salimos con los compañeros del trabajo. Al final todos se fueron a dormir temprano y cuando me di cuenta sólo quedaban ella y otras dos. Yo estaba en el auto, asà que las acerqué a sus casas. A Maga podrÃa haberla dejado primero, me quedaba de paso, pero ella se sentó adelante y me insistió para que llevara primero a las demás. Me di cuenta cómo me lo dijo. Cuando dejamos a la última el cielo estaba claro y camino a su casa apoyé la mano en su asiento, cerca de la pierna, pero sin tocarla. Esperé a ver qué hacÃa. Qué sé yo, de mi parte no me parecÃa que eso fuera ninguna desubicación, hasta podÃa tener una costumbre de manejar poniendo la mano en la butaca del acompañante. Además, habÃa visto la forma en que me miró cuando todavÃa estábamos en el bar. Ella ni notó la mano, o por lo menos no dijo nada. La música estaba fuerte pero el silencio era cada vez más alto. En lugar de estar yendo a su casa, sentÃa estar tirando de una soga para acercar la casa hacia nosotros. Las cuadras pasaban y mi mano seguÃa intacta. Me acuerdo que pensé: ella puede pensar que es mi costumbre manejar con la mano ahà y que lo hago siempre; o en el mejor de los casos piensa que sÃ, que puse la mano ahà a propósito, para ver qué hace. Y me dije, ¿y qué carajo va a decirme? ¿Va a decir ah, me di cuenta que pusiste la mano acá, eh, me di cuenta? Y justo en el momento en el que dejaba de sentirme un ganador y empezaba a sentirme un pelotudo se me escapó, para que no quedaran dudas: ¿Querés hacer algo? Pensé que nuestra relación de ahà en más, cuanto mucho, podrÃa llegar a ser como la de dos hermanos que se quieren, pero en donde coger es una palabra que sólo puede usarse en tercera persona. Como siguió el silencio largué un suspiro de alivio. Pensé que quizás, con la música, no me habÃa escuchado. Giró la rodilla para mi lado despegándola del asiento y apoyando la pierna sobre mi mano me respondió: ¿Cómo decÃs? Nada, le dije tragando saliva, preguntaba si te habÃas quedado con ganas de hacer algo, qué sé yo, tomar algo más. Es tarde, me respondió, tardÃsimo. Y otra vez: ¿Qué carajo quiere decir tarde? ¿Quiere decir que no? ¿O quiere decir que tendrÃa que haber preguntado un poco antes? A lo mejor, si hubiese preguntado cuando correspondÃa estarÃamos en la cama en lugar de seguir acá, culpa mÃa, calentándome con la tela de su pollera sobre la parte de arriba de mis dedos. Estábamos llegando y ya nada me importaba demasiado, saqué la mano y agarré la suya. ¿Qué hacés?, dijo. Nada, ¿por? Volvà a tragar saliva. La mano, me dijo sin soltarla. SÃ, está frÃa, ¿viste?, contesté. Aparato, susurró. Nunca más volvieron a decirme asÃ, pero si alguna vez me ponen frente a un paredón de fusilamiento y me dejan pedir un último deseo, serÃa ese: que venga ella, me agarre la mano, me mire a los ojos y me diga aparato justo antes de morderse el labio. Después, que hagan fuego.
Ese aparato marcarÃa su antes y después. La diferencia entre estar cómodo y ser feliz. Durante varios meses seguà escuchando la historia mientras pasaba. HacÃa mis propias apuestas, aunque únicamente se lo decÃa cuando pensaba que estarÃan juntos toda la vida, y eso bastaba para que la cara se le transformase. Empecé a sospechar que nos veÃamos exclusivamente para que hablara de eso, pero no me molestaba. Era una novela con la que me habÃa enganchado.
Nos sentábamos en un bar, pedÃamos dos cafés. No sabés el café que prepara ella, decÃa. Si hablábamos de cine, habÃa ido con ella. A veces trataba de hablarle de fútbol, pero también habÃa dejado de interesarle. Ya ni siquiera podÃa invitarlo a fumar: ella no fumaba.
De aquel viaje en auto me contó que se besaron al llegar a la puerta de su casa. No fue lo que se dice largo y tendido, pero sà suficiente. Un beso cortito, se mordió otra vez los labios, dijo por segunda vez aparato y se fue. Más adelante me contó que ella en unos meses se casarÃa, tenÃa un novio de toda la vida. No le importaba demasiado, total si se casaba, la boluda era ella. Porque estando enamorada de él, no deberÃa casarse con otro, no iba a ser feliz. También se ocupó de aclararme que ella no era asÃ, me juraba y me recontrajuraba que a su futuro marido nunca lo habÃa engañado. Que lo de ellos era distinto, inevitable, decÃa.
Me fue convenciendo y la verdad es que lo veÃa feliz.
Empecé a creer que la felicidad era vivir esa historia que uno se guarda para recordar cuando sólo pueda elegir una única imagen. Yo no lo veÃa tan cómodo como antes, habÃa dejado a su novia de toda la vida, salÃa con nosotros pero sin jamás acercarse a hablar con nadie. Muchas veces lo acompañamos a algún bar a buscarla, a Luna o a BerlÃn. Nos decÃa que por ahora era la única forma que tenÃan de verse. Que no arreglaban por teléfono porque habÃan decidido cortar con todo y no hablarse más.
Ella se repetÃa que él no serÃa fiel, con su mano de la butaca y besando a una mujer casi casada, no era una persona confiable. Por eso él mostraba tanto cuidado en no ser visto con otras, ni siquiera hablando. Por eso también me contó que llegó a proponerle casamiento, que lo habÃa pensado bien, no era algo dicho por decir, y querÃa compartir su vida con ella, y si ella querÃa seguridad, qué mayor seguridad que ésa. Aunque si lo que querÃa era un hijo de él, tendrÃa que dejar de coger con el otro, aunque hacÃa como dos meses que no se acostaba con ese otro, le habÃa dicho. Es una cuestión de piel, se lamentaba ella. Lo que tengo con vos es una cuestión de piel. No puedo estar enamorada de dos personas. Cómo no te conocà diez años antes. Cómo me gustarÃa que lo mandaran a trabajar a Brasil. Me gustarÃa que lo mandaran a Brasil y que vos vinieras a mi casa a conocer a mi familia. Me gustarÃa irme de viaje con vos. Me gustarÃa tener un hijo tuyo. En las cartas me salió que tendrÃa un hijo tuyo. Pero ya tengo todo listo. Además vos no sos de fiar. Yo no estoy segura de que vos seas tan prÃncipe como parecés. Y cada vez que él se enojaba, ella le decÃa aparato, le daba un beso y vuelta a la cuestión de piel.
Dejó a su novia y estuvo con Magalà hasta seis meses después de que ella se casara. Lo habÃa invitado a la fiesta, pero él prefirió no ir. Un dÃa en el bar, extrañados porque no la habÃa nombrado en toda la noche, le preguntamos cómo habÃa seguido la historia. Nos dijo que habÃa terminado, que no entendÃa qué lo habÃa puesto tan loco durante ese tiempo, que ella estaba bien pero hacÃa muchÃsimo que no se veÃan. TenÃa guardada cartas, cartas de papel, nos aclaró, todas sin leer. Nos dijo: Siento como si jamás hubiese estado enamorado de ella, todo fue demasiado raro, una cosa de ese momento y por fin ahora, después de un año de mierda, puedo estar tranquilo por una vez en la vida. Antes estaba muy aturdido, muy acelerado. En cambio ahora, soy feliz, dijo.
*Del libro "Desnudo Pateando una Moto"
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