La madre Teresa dijo "hay que dar hasta que duela". Y lo único que se me ocurre es donar sangre, porque las agujas pinchan y uno se siente mal después de hacerlo.
Pero no hace falta ir hasta Calcuta, tampoco lavar leprosos. Ni ser Teresa.
Porque en Monje, a 80 kilómetros de Rosario, vive un vagabundo que se llama Carlos, el único del pueblo. Algunos le tiran con piedras, otros más hijos de putas le vacÃan la mitad de la caja de vino, y se lo llenan con meada. Y Carlos se lo toma, porque además de vivir en la calle, es alcohólico.
Se llama Carlos, pero en el pueblo se lo conoce como Cachamai.
Porque nunca se lava.
Amo el ingenio en los apodos. Tengo un amigo al que le dicen rastro de vÃbora, porque no se sabe si va o viene. En la secundaria le decÃan camión de sandÃas, porque se descarga a mano. A mà me decÃan Llanero Solitario, porque solo monta con plata.
Un dÃa Cachamai tuvo una desgracia con suerte. Lo pisó un auto en la ruta, mientras iba caminando al campo de un familiar que nunca le abrÃa la tranquera. Tuvo suerte, porque lo llevaron al dispensario, y ahà encontró a MarÃa. Aunque lo mejor para él fueron los quinientos mangos que le pagó el conductor. Al dÃa siguiente se volvió a tirar en la ruta, a ver si ligaba otros quinientos. Pero lo agarró la cana, y cuando le preguntaron donde vivÃa, dio la dirección del dispensario.
Todos los dÃas a la hora de la siesta, cuando el jefe del dispensario dormÃa en su casa, MarÃa le daba de comer a Cachamai. Algunas veces lo bañaba, otras le curaba los golpes que le hacÃan. MarÃa tiene 65 años y no es un ángel. Pero está cerca de serlo. Cuando dejó el dispensario, Cachamai la empezó a visitar en la casa. Y ella lo baña en el patio todos los dÃas, le corta el pelo una vez por mes y lo afeita todas las semanas. Algunas veces lo corta con la hoja, es que Cachamai no puede dejar de hablar.
Una vez, en las olimpiadas matemáticas, me hicieron este acertijo:
HabÃa una ley en la antigua Grecia que decÃa que todos los hombres tenÃan que estar bien afeitados, y que ninguno se podÃa afeitar solo. Todos debÃan hacerlo con el barbero del pueblo.
Pero, si el barbero estaba sujeto a la misma regla:
¿quién afeitaba al barbero?
El barbero era mujer. Yo pasé a la siguiente ronda.
A veces le pasan las peores cosas a las mejores personas, porque MarÃa estuvo internada un mes al borde de la muerte. ¿Por qué se enfermó MarÃa y no los que llenaban el tetra con meo? Pero el amor se contagia, y entre toda la familia de MarÃa se dividieron la tarea de cuidar de Cachamai.
Él también se enfermó, y fue otra desgracia con suerte. Estuvo internado un mes, y cuando salió, MarÃa le hizo creer que le habÃan hecho una brujerÃa en el vino. Le costó, pero lo terminó dejando. Todos los dÃas exige la pastilla que tomaba cuando estaba enfermo. Y MarÃa le da un Tic tac, que toma con abundante agua. Y se siente mucho mejor después de que lo toma. Pero se pone pesado cuando la golosina se acaba, y le cuesta entender que ya no tiene que tomarla. Entonces MarÃa sale loca de la casa, y camina diez cuadras a la hora de la siesta, al kiosco de la ruta, que es el único abierto, a comprar las pastillas.
"Carlos -le dice ella, porque lo llama por su nombre- cuando yo me muera, ojalá que vos también, porque nadie te va a cuidar".
Se lo dice enojada, porque debe doler cuidar a una persona de esa manera.
El intendente de Monje se llama Juan, y un invierno llegó descalzo a la casa.
--¿Qué te pasó? -le preguntó Noelia, la esposa.
--Nada --respondió él.
Pero ese dÃa habÃa usado los zapatos Salvatore Ferragamo que le habÃa traÃdo su suegro de Italia. Ella insistió hasta que pudo saber la verdad.
--Es que lo vi a Cacha descalzo, y se los regalé.
De la intendencia a su casa habÃa siete cuadras. Y no sé si duele más caminar descalzo en invierno, o regalar zapatos de 400 euros.
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