Densidades de la luz que apenas delineaban la estribación de las nubes y acaso definÃan fcrmas que mimaban las alas de algún pájaro gigante.
Otras densidades obturaban con su luz el vacÃo de los campos abiertos al fragor de las trilladoras o al deambular de las mariposas que tanteaban tanto aire y tanto sol con sus alitas titubeantes en la búsqueda del polen tan necesario y tan distante a veces.
También entraban por los callejones, de a miles, yendo que sà que no por esa luz que sopesaba el aire duro del verano.
Se distribuÃan por las calles solitarias que quemaban como si fuera una sola playa sola, remendada por arenas que llameaban oro en su esplendor, apenas intervenido por algún pastizal salvaje que retenÃa la flor libre de los cardos y sus semillas y algún papel que vino errante empujado por la brisa de algún amanecer gustoso de otro clima más benigno o venturoso.
La densidad entonces era acorde con la soledad certera y poco enfática de ese caserÃo derrengado y desprolijo con sus habitantes como tirados al descuido en ese lugar lejano de una pampa que no nos daba tregua ni resuello cuando los vientos no eran muy propicios, con huecos sin refugio salvo alguna hilera de plátanos coposos o casuarinas oscuramente verdes. Porque aquel álamo solitario poco harÃa sino ofrecer su sombra que como un cuchillo cortaba el sol a pleno, abusado de flores, de nidos de pájaros que lo habitaban hasta que esos pichones nacieran y luego de volar quedaron sus nidos abandonados y esas hierbas secas se regaran por el suelo, como si no hubieran existido porque se irÃan a esconder en los pastizales lerdos, como el grito de una lechuza en la noche que tardÃamente cruzaba la oscuridad y nos metÃa el miedo consabido, mientras la quietud de la casa fuera seguro refugio de los peligros de su agorerÃa malsana, cuando estábamos en la protección de los mayores o en el refugio de las frazadas que amorosamente nos habÃa proporcionado nuestra madre.
Como para defendernos para siempre de todos los males del mundo a que habrÃa de someternos la vida.
Una forma amorosa de protegernos y de estar a tono con aquellas densidades cuando todo se tuco que exhibir y ser devaluado a su vez por la inclemencia impiadosa de todo los tiempos.
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