Para Amalia
El dÃa en que MarÃa no pudo ocultar más que en su panza se gestaba Celia, en 1942, o acaso 1943, su padre, apodado luego "el nono Piemonte" la urgió a que dijera el nombre del padre. "Ma qui é, qui é", dicen que preguntó, furioso. Y cuando MarÃa, de veinte años dijo en voz baja "Domingo", o tal vez "Doménico", Piemonte agarró una horquilla y salió a buscar al peón de quintas que, advertido de la situación, emprendió una carrera desde la zona donde hoy está la calle Salvat y Circunvalación hasta Villa del Parque, detrás del barrio CristalerÃa.
La carrera fue a campo traviesa. Sólo se distinguÃa, hacia el sur, la torre humeante de la CristalerÃa de Cuyo. "Parate ahÃ", gritaba Piemonte, "Parate ahÃ". Dicen que, casi sin tocar la tierra, esquivando los pozos, los cardos espinudos y la bosta de vaca, y sobre todo sin detenerse ni darse vuelta para mirar, Domingo le contestó: "Párese usted, que no lo corre nadie". Cuando llegó a su casa, Domingo atravesó el patio y fue a refugiarse en las caballerizas. Un galope podÃa alejarlo aún más de ese piamontés furioso que, sin haber visto jamás una representación de Juan Moreira, estaba dispuesto a atravesarlo contra una tapia.
Dicen que Piemonte, que tenÃa poco más de 40 años llegó horquilla en mano, transpirado y con la cara enrojecida, poco después del prófugo. Y que cuando intentó cruzar el patio lo paró en seco el vozarrón de Ugo, "Ma, ¿cosa fai?". Piemonte se detuvo, y a pesar de la furia que traÃa -y acaso aliviado de poder detenerse luego de correr varios kilómetros- le dijo a Ugo, sin vueltas, que su hijo Domingo habÃa preñado a su hija MarÃa.
Ugo lo invitó a sentarse, y con una damajuana de tinto y media hora de charla, el conflicto empezó a encaminarse. Llamó a Domingo, que se acercó todavÃa cauteloso y le preguntó si se iba a hacer cargo. Como Domingo asintió, fueron a ver al Juez de Paz de Granadero Baigorria y una semana después Domingo y MarÃa estaban casados. Ni un solo dÃa Domingo pudo faltar al trabajo. Si hubiese tropezado, si Piemonte lo hubiese ensartado con la horquilla no estarÃa escribiendo esta historia, ya que dos años después de la maratón nació mi padre.
Fellini, tan afecto a los sÃmbolos, muestra, en el principio de I vitelloni (que deberÃa traducirse como "Los vagos" o "Los atorrantes" en vez de "Los inútiles") el baile de elección de "Miss Sirena 1953". De pronto ingresa un viento, un soplo, una tormenta que arrastra unas sillas y obliga a todos a refugiarse en el salón del Club Social. En ese mismo momento Sandra, la muchacha elegida, se siente mal y se desvanece. Ha soplado el espÃritu, está embarazada. En realidad, Moraldo, uno de los viteloni, es el responsable de esa panza. Pero a diferencia de mi abuelo Domingo, no se hace cargo y quiere abandonar el pueblo.
Las panzas, siempre fascinantes. "Felices las panzonas, porque recrean el mundo" es mi bienaventuranza preferida. Durante muchos años, quise compartir una panza. Cerraba los ojos en los inviernos y me imaginaba un ejército terrible, dispuesto para la batalla, dispuesto para dar la vida y dar vida. Bastaba un solo soldado, un solo valiente que alcanzara a conmover el óvulo, a fundirse en la roja promesa, para que en la primavera brotara una panza. Minúsculas, redondas, tensas, puntudas, panzas, panzas, panzas por todas partes.
Y los miedos, claro. Un amigo y su mujer, con su panza en peligro. Médicos y más médicos, controles ecografÃas. "Uno siente que no sirve para una mierda -dice- además de fecundar". Pasa el susto, Antonia viene en camino. Otra amiga, años tratando de tener su panza, su embarazo, hasta que llega. Panzas prestadas, panzas alquiladas. Panzas que ponen a la mujer pone hermosa, más allá de las explicaciones hormonales: es la cercanÃa con el milagro la que les da ese aura radiante.
La panza es la hermosa confirmación de que la sangre traza una lÃnea de tiempo, la ilusión de la inmortalidad, eso que Marechal escribió en su Oda didáctica de la mujer, "Un misterio la sigue: quien lo toque, nacerá para siempre". Tocar el misterio, nacer para siempre a través de una panza de agua y arcilla, de una panza de nueve lunas.
Sin horquilla ni maratón a campo traviesa, finalmente llegó mi esperada buena nueva: primero una lÃnea de color en el test, un vigoroso latir de 140 pulsaciones en una pantalla en blanco y negro, y una curva leve del abdomen. Después, los mareos, las piernas cansadas, la panza redonda como un melón fragante, la espera, los controles, las ecografÃas, las tardes en el parque, la ida al sanatorio en el viejo Pointer '96, la inducción, la cesárea y al comenzar la tarde, en armonÃa con la belleza del otoño, Francisco.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.