Desde la parada del colectivo puedo ver que dejé una ventana abierta. El cielo indica que va a llover. Se va a inundar la habitación y con el agua va a entrar la tierra que traiga la tormenta. Si no es eso, será una paloma, esa plaga que está tomando la ciudad. Cualquier cosa puede entrar al departamento ahora que lo miro desde la parada del colectivo. Pero vos, no.
Esa costumbre de ignorarme que tenés desde la segunda vez que me dejaste se vuelve cada vez más desesperante. Hace un calor insoportable y lo único que quiero es darme una ducha. Que el agua me corra por todo el cuerpo desde la cabeza. Que me pese el pelo. Cuando era chica me gustaba cómo se alargaba bajo el agua. Jugaba a hacerme peinados majestuosos con la espuma del champú que se deshacÃan por su propio peso. Tu ducha tiene algo de eso, cada gota es un masaje, un descontracturante preciso que se localiza ahà donde deposito todas las tensiones y frustraciones del dÃa: entre el final el cuello y el principio de los hombros.
Ya está llegando el colectivo. Tengo unos veinte minutos para leer. El chofer que me lleva desde hace unos meses no responde cuando lo saludo y las ganas de empezar el dÃa en paz se diluyen. Por suerte todavÃa puedo continuar la lectura que dejé anoche. Nosotros nunca nos dijimos buen dÃa al despertar. Nos decÃamos hola y una vez te pusiste incómodo porque me descubriste mirándote cuando todavÃa estabas dormido. El chofer sigue manejando como en un rally y no voy a llegar a terminar este capÃtulo. El de antes me contestaba los saludos. Iba a la velocidad ideal. PercibÃa mi tiempo de lectura. Los momentos que me tomaba para releer alguna lÃnea. Los segundos que me colgaba mirando por la ventanilla cuando alguna combinación de palabras me gustaba mucho. TenÃamos esa quÃmica.
TodavÃa no me pasé. Las nubes están cada vez más cargadas, el cielo va tomando ese tono intenso que anticipa la lluvia y mi ventana sigue abierta. Las palomas ya habrán hecho su nido. Cuando llegue me voy a encontrar con la familia Ingalls de las palomas. Ojalá hubieras tardado menos en hablar de tu deseo de convertirte en el Sr. Ingalls de una familia ensamblada. Estás perturbado y no encuentro la forma de ayudar.
Una gota se deshace sobre la página del libro. Los picos de los extremos mantienen su perfecta redondez. Cayó sobre un punto. Pude terminar el capÃtulo. Por algún motivo el chofer detiene un poco la marcha. Mejor, porque asà tengo tiempo de confirmar que en la próxima esquina debo bajar, levantarme del asiento y acercarme a la salida.
Antes de tocar el timbre miro al chofer. El también está molesto por el calor. Lleva una toalla en las rodillas que usa para secarse la transpiración de la cara y el cuello. Ahora entiendo que con esas condiciones, sus dÃas no deben ser tan buenos. Me estoy compadeciendo con este tipo. A mà qué me importa si hoy se le quemaron las tostadas o si se golpeó el dedo meñique del pie con la mesa de luz. Yo también tengo calor. No puedo hacer nada con tu ridÃculo sentimiento de soledad. Dejé mi ventana abierta y se largó a llover torrencialmente.
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