A mà no me van a hablar de las calles de Rosario, Flaco, ni los tacheros las conocen mejor que yo. Veinte años repartiendo mercaderÃas en el mionca mÃo, de mi propiedad, el Bedford que me dejó el viejo, Flaco. Hace veinte años que recorro las calles laburando para el mismo trompa, siempre con el Bedford, si las conoceré. Entonces te decÃa lo de la calle Viamonte por ejemplo. Vos no me lo vas a creer, pero muchas veces me pasa que la calle se corta, se interrumpe, como se dice, y a lo mejor continúa veinte cuadras más adelante, pero yo sé que ya no se llama Viamonte, ya no tiene adoquines, cambian los árboles, aparecen curvas y contra curvas que a veces ni se sabe dónde terminan. Sé que Viamonte es asÃ, cambiante, unos dÃas corre de este a o este y otros dÃas de sudeste a norte, ese tipo de cosas, Flaco. Eso a mà no me importa, yo doy vueltas buscando y preguntando hasta que al final, horas más, horas menos, casi siempre llego a destino, y entonces, allà tiene mi estimada señora la heladera que usted compró, tarde pero seguro.
Y no te digo nada de Richieri. Richieri es increÃble, lo mismo un dÃa la encontrás asfaltada y al otro dÃa con un mejorado suavecito y hasta hay dÃas de lluvia que se vuelve de tierra y entonces yo meta chapotear con el Bedford en el barro, de cuneta a cuneta, no sabés cómo me divierto con el mionca patinando, aunque capaz que me quedo colgado en alguna esquina, viste cómo es el barro, Flaco. A veces me pierdo porque desconozco alguna calle. La miro, y la siento extraña, pero entonces digo, ésta debe ser Ituzaingó, por ejemplo, que es una calle que esconde los colores.
Asà la conocà a Laura, Flaco. En esa época las calles de Rosario eran rigurosamente rectas y ordenadas. Entonces yo creÃa que las de este a oeste se cruzaban con las de norte a sur siempre cada cien metros y en ángulo de noventa grados. España al cuatro mil estaba a treinta cuadras exactas de España al mil. PonÃa piloto automático, Flaco, siempre derechito, del mil al cuatro mil y en un periquete caÃa con el Bedford a la casa del cliente. Ahora, asà como te digo una cosa, te digo la otra, todo era más fácil, pero esa exactitud me habÃa empezado a aburrir, siempre saber que Córdoba nacÃa contra el rÃo en el número cero y más adelante, por ejemplo a ochenta cuadras, todavÃa era una recta perfecta y las casas de esa cuadra era fija que estarÃan a la altura del ocho mil. Gastaba menos gas oil con el Bedford, Flaco, como te imaginarás, pero me empezaba a hinchar hacer ocho kilómetros por Córdoba, o San Luis o por San Juan siempre en la misma dirección, siempre el sol pegando en el mismo lugar del parabrisas. Qué sé yo, nunca una calle que doblara, que subiera, que bajara.
La tarde que conocà a Laura todo ocurrió por esas casualidades que hay en la vida, mejor dicho, en las calles. Resulta que yo, aburrido de ir por Pellegrini hacia el oeste, ese dÃa se me ocurrió circular un rato por Cochabamba y otro rato por Zeballos, y después otra vez por Pellegrini y después por Cochabamba y asÃ, Flaco. No sabés, yo estaba contento por el descubrimiento, me imaginaba, vos no me vas a creer, me imaginaba las rótulas del Bedford, las de las ruedas delanteras, viste, las rótulas agradecidas al doblar en cada esquina, la grasa livianita, la caja de la dirección, viste lo dura que es la caja de la dirección, bueno, la caja de dirección parecÃa la de un Falcon, todo eso me imaginaba, mirá vos. Cuando quise acordar, en vez de bajar el calefón en Pellegrini al cinco mil setecientos, toqué timbre en el mismo número pero de otra calle que nunca supe bien cuál era. Abrió la puerta Laura que se habÃa estado bañando. A mà me llamó la atención, o sea, me gustó mucho cómo le quedaba el pelo mojado.
Entonces ella dijo que no tenÃa quién le colocara el calefón.
Mi marido era medio tonto, sabe Flaco, usted lo hubiera conocido, era medio tonto para esas cosas de la casa, sin contar que siempre estaba de viaje. Asà fue que en dos o tres veces que vino el repartidor de artÃculos del hogar, porque hasta allà era sólo eso, el repartidor, bueno, él me fue indicando las cosas que habÃa que comprar para el calefón, qué se yo, las cuplas, los codos, las curvas y asà colocó el artefacto con una habilidad increÃble. Yo me di cuenta que él demoraba la instalación para seguir viniendo. Al final nos fuimos a vivir juntos, yo dejé a mi marido y nos fuimos a vivir juntos a una casita que alquilamos en Alberdi, en la calle Reconquista. Y a mà me gusta cómo es él, sabe Flaco, me gusta su trabajo, me gusta cuando vuelve y me cuenta de las calles por las que anduvo, nos divertimos mucho con las calles oblicuas, con las nostálgicas, con las temperamentales.
La primera vez que nos acostamos, el mismo dÃa que le terminé la instalación, yo pensaba, si llega el tipo qué hago, pero después te olvidás de todo, viste, no sé cuántos nos echamos esa vez. Lindo barrio ese, Flaco, linda zona, hay algunas calles que pasan por el medio de las casas, sÃ, sÃ, no te rÃas, y otras que tienen pájaros que saludan con un ala. Me acuerdo cuando empezamos a noviar, yo en varios sábados que tenÃa que repartir a la tarde, me equivocaba de calle y aparecÃa en lo de Laura, asà que mientras le arreglaba algunos artefactos tomábamos mate y más mate y después nos quedábamos charlando de cosas que si te las cuento no me vas a creer, porque de calles ella también sabe bastante.
Hasta hace un año, cuando todavÃa vivÃa con la Marta, viste, volvÃa del reparto y sabÃa contarle lo de las calles pero ella no entendÃa, Flaco. Me acuerdo una discusión grande que tuvimos, vos la conocés a la Marta, se enojaba bastante, ahora me parece una pavada, pero discutimos si era Rioja o San Luis la que se interrumpÃa por el club Plaza Yúbel. Marta era buena y no discutÃamos nunca, o casi nunca, todo entre nosotros funcionaba bien en ese entonces, nos llevábamos al pelo, te imaginás que fueron como veinte años, no tengo nada que decir de ella, pero cuando yo le tocaba el tema de las calles, cuando le querÃa contar de algún descubrimiento, terminábamos bastante mal. Esa vez del club Plaza Yúbel la discusión fue brava. Yo habÃa llegado cansado, un dÃa de calor terrible, me di un baño, calenté el agua, ensillé el mate, saqué las reposeras a la vereda y después de poner a hervir algunas papas para la cena, la invité a la Marta a sentarnos afuera, como siempre.
Mientras le cebaba el primer mate le conté que habÃa descubierto que Rioja se cortaba, se interrumpÃa, como se dice, y doblaba cuando llegaba a Plaza Yúbel. Porque viste Flaco que allà Rioja hace una curvita. Yo estaba contento, me acuerdo que le conté que habÃa tenido que dar una vuelta bárbara para encontrar la casa de una clienta. Entonces ella me paró en seco diciendo que esa calle era San Luis, bobo. Siempre en esos casos me decÃa bobo. Discutimos fuerte, ella empezó a los gritos, Sanluis, Sanluis, Sanluis, siempre a los gritos. Yo entonces le dije que fuéramos adentro, pero adentro de la casa seguÃa gritando, Sanluis, Sanluis, no sabés qué calor que pasamos esa vez en la vereda, Flaco. Bueno, casi como otras veces. Al final me dijo, qué me importa si es Rioja o San Luis, eso me dijo, fijate un poco.
Esa vez vino Emergencias y me dieron unos calmantes. No era la primera vez. Ese hombre me sacaba de quicio, Flaco, me sacaba de quicio con los problemas de su trabajo, que si Catamarca, que si Tucumán, que si Warnes y qué sé yo cuántos conflictos con eso. Yo le decÃa siempre, por qué no te dejás de complicar la vida con las calles y hacés tu trabajo sin pensar siempre en lo mismo. TenÃa como una obsesión, Flaco, qué obsesión tenÃa ese hombre, menos mal que se fue de una buena vez, él y sus calles.
Con Laura ya nos acostumbramos a Alberdi, Flaco, y a mà me gusta este barrio. Vos no me lo vas a creer, pero hay dÃas que salgo a la calle en que vivimos, a Reconquista, viste, y Reconquista mira de este a oeste, y otros dÃas, sin pedir permiso a nadie, la encuentro de norte a sur, y todo como si tal cosa. A veces la llamo a Laura para que venga a la vereda a ver si estoy loco, Flaco, pero no, ella viene y me dice, tenés razón, hoy corre de norte a sur.
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