Vilma Cala supo que no daba más en la puerta de los Tribunales. HabÃa concurrido a hacer una nueva denuncia por violencia familiar contra su ex esposo, Edgardo, pero no obtuvo respuestas. Desde hace años, la Justicia dictó una exclusión de hogar para el agresor, pero nunca se hizo efectiva, y él volvió una y otra vez, cada vez más violento. Vilma hizo más de 30 denuncias en la policÃa, ante el fiscal, en los juzgados de familia, pero nunca logró protección. Esa mañana, el 12 de noviembre, salió del Juzgado con una mezcla explosiva: miedo, impotencia, bronca, tristeza. Se sentó en la puerta del edificio de Moreno y Pellegrini, y vio pasar a una periodista. Le dijo que tenÃa miedo por su vida y la de sus cuatro hijos. Es que su ex marido habÃa entrado a la casa que compartieron durante 20 años, y le habÃa pegado a su hija mayor, además de romper varios electrodomésticos. No podÃa seguir esperando. El habÃa amenazado con matar a sus hijos, para hacerla sufrir. Y los chicos tampoco podÃan confiar en el Estado. "No hagas más las denuncias, después es peor. No pasa nada, y él vuelve más violento", le decÃan. Sin dudarlo, esta mujer de 38 años se encadenó en los Tribunales y convocó a los medios. Desde ese dÃa, el hombre no volvió a molestarla.
Vilma trabaja todo el dÃa, siempre mantuvo a sus cuatro hijos. Aylen tiene 18 años; DarÃo, 17; Evelyn cumplió 14 y la más pequeña es Keyla, de 7 años. La vida no fue nunca fácil para ella. Es empleada doméstica desde los 14 años, y además, forma parte de un emprendimiento productivo del área de Agricultura Urbana de la Municipalidad, asà que pasa la tarde fabricando productos cosméticos de la marca Rosario Natural. Durante años trabajó de 8 a 20, en casas de familia y conserva sus patrones: con los actuales lleva una década.
Los problemas de su pareja comenzaron temprano. Mientras eran novios, o cuando apenas habÃa nacido la más grande; Edgardo la celaba, a veces era agresivo. "Hay muchas cosas que dejás pasar, pero después me empezó a golpear. Y yo me quedé porque pensaba en mis hijos", relató. Aunque cada historia es singular, algunas situaciones son calcadas. "Te da vergüenza que te peguen, y vivÃs escondida", contó Vilma. Después de la violencia, su ex esposo se arrepentÃa, lloraba y prometÃa que nunca más. "El tomaba, y después de pegarme me pedÃa disculpas. Yo lo perdonaba, porque pensaba que iba a cambiar", rememoró.
Cuando comenzó a golpear a sus hijos, en especial al varón, ella fue sumando desesperación. "Le pegaba a él porque era el que me defendÃa", recordó Vilma. Llevaba años de denuncias policiales, pero nunca obtuvo una respuesta. "Los policÃas son machistas, siempre piensan que vos sos infiel, o te ignoran", contó.
La exclusión de hogar llegó después de un episodio extremo. "Cuando el nene estaba en séptimo grado, un dÃa tuvieron que internarlo en el hospital Vilela por un fuerte golpe en la cabeza. Primero, él dijo en la escuela que lo habÃa chocado un auto, pero después reconoció que su padre le habÃa pegado, cuando estaba borracho", expresó esta mujer. Pero la orden de Tribunales, que impedÃa al hombre acercarse a la casa de su familia, jamás se hizo efectiva. "Yo iba a hacer la denuncia y lo echaba, pero la policÃa no actuaba, asà que él volvÃa como si no pasara nada, pero más violento", recordó Vilma. RecurrÃa a la comisarÃa 17, pero le decÃan que no tenÃan móviles. En el Comando Radioeléctrico le aseguraban que irÃan a la brevedad, pero los efectivos no llegaban nunca. "En Tribunales recorrà todas las fiscalÃas y juzgados de turno, pero me decÃan que no podÃan hacer nada. Yo no sabÃa qué hacer", afirmó sobre el padecimiento de años.
Lo peor fue que sus hijos también comenzaron a descreer de la Justicia, y ella sintió que le faltaba el único apoyo que le importaba. "Me decÃan que no vaya a la justicia porque era peor, nadie hacÃa nada. Es una impotencia muy grande. Yo no sólo recurrà a la policÃa, sino también a la Municipalidad, al área de la Mujer, pero tampoco ahà hicieron nada. Me decÃan que cerrara mi casa con candado, pero yo no tengo por qué estar encerrada", indicó.
Vilma sabe muy bien lo que es vivir escondida. "Cuando tenÃa que salir toda lastimada me morÃa de vergüenza. Y también me hacÃa sufrir que los vecinos escucharan todo, porque sólo nos separaba una pared", recordó. Sus compañeros de Agricultura Urbana, y también sus patrones, la apoyaron para hacer la denuncia antes de que fuera tarde. El dÃa que decidió encadenarse en Tribunales, ni siquiera tuvo miedo de lo que dijeran los demás. Fue un pedido de ayuda desesperado. Enseguida recibió muestras de adhesión y solidaridad. Su hija adolescente, de 14 años, la llamó para reprocharle su actitud. Pero después entendió que se trataba de una salida de emergencia. "La gente me abrazaba, me decÃa que hice bien, me ofrecÃan ayuda. Yo lo hice porque no daba más", concluye ahora. En su lugar de trabajo, en el predio del área de Agricultura Urbana ubicado en un galpón sobre el rÃo Paraná, detrás de la isla de los Inventos, Vilma pasa la tarde fabricando jabones. Lleva una cofia blanca que cubre sus cabellos largos, con reflejos rojizos, y estruja en sus manos los guantes de látex que utiliza para trabajar. El gesto se repite durante toda la entrevista. Y sólo por momentos, con la vista clavada en el horizonte, se le llenan los ojos de lágrimas. Pero advierte: "Con todo lo que pasó estoy más segura y más dura. Antes me callaba, no decÃa nada, pero ahora hablo, aunque después me arrepienta".
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