En la mesa del bar, las palabras lesbiana y tortillera se escuchan cada vez más fuerte. Hay dos generaciones de mujeres sentadas alrededor de la mesa, tomando cerveza, convocadas para hablar sobre la existencia lesbiana. Hoy es el dÃa del Orgullo, se cumplen 40 años de aquellos piedrazos en Stonewall, cuando un grupo de gays, lesbianas y trans dejaron atrás para siempre la vergüenza y proclamaron el orgullo. En el bar de Rosario, 2009, la mesa es tan diversa que marea. Ana Romero, enfermera, militante de ATE, es una activista histórica. Cuenta cómo les costó, en 1998, cuando estaba en Colectivo Arco Iris, decidir si ponÃan la palabra "lesbiana" en la convocatoria a una choripaneada. "No podÃamos creer que hubiera tantas mujeres", cuenta sobre el éxito de aquella actividad pionera. "Discutimos como un mes si ponÃamos el término en los volantes, porque sabÃamos que muchas no iban a querer identificarse asÃ", cuenta Ana. Mientras ella habla, las chicas del grupo new punk Pobre Piba -Natu, de 22; Nabi, de 19, Joina de 27 y She, que está allà aunque no haga música hacen sus propios comentarios, con gran desparpajo. Ana logra que todas la escuchen cuando cuenta cómo consiguió que le dieran los dÃas de licencia por familiar enfermo del artÃculo 1919 del estatuto que regula el trabajo en la administración pública. "Homosexuales y lesbianas estamos discriminados en ese artÃculo", afirma, pero también cuenta que a ella no le importó, que desafÃo la norma y pidió los dÃas libres cuando su pareja cayó en cama. Y dijo "pareja" cuando le preguntaron por el parentesco.
La existencia lesbiana está envuelta en un manto de secreto, como si nadie quisiera hacerse cargo de que las mujeres pueden amar a otras mujeres, y desechar el modelo heterosexual que se impone desde la cuna, cuando ellas son vestidas de rosa, ellos de celeste, y todos buscan el "novio" de la nena, que apenas tiene unos meses. Pero ellas existen, andan por ahà cuestionando la norma. Se enamoran de mujeres y muchas, además, deciden hacerlo público como un acto de militancia. Tanto, que Ana López y Gabriela Lorenzo están cansadas de explicarles a sus vecinos de Empalme Villa Constitución que no son hermanas. "Nos dicen que vino tu hermana, qué raro que sean hermanas con distinto apellido", cuenta Gabriela, para hablar sobre la importancia de la visibilidad lésbica. Y por eso, propuso en la lista de correos Red Informativa de Mujeres de la Argentina (Rima), una actividad provocadora: hoy, en las mesas de votación harán "un beso por un voto". Irán a besarse para que las vean, como un acto de resistencia en plena veda electoral.
Visibilidad es un término clave. ¿Qué quiere decir?. No ocultar la identidad, decir que se es lesbiana. Todas las convocadas activan su identidad sexual. Y la mayorÃa pertenece a Las Safinas, un grupo de lesbianas que nació en el Encuentro Nacional de Mujeres realizado en 2003 en Rosario. Esta agrupación rosarina (de la que puede leerse más en http://lassafinas.blogspot.com/) participó en la organización del Primer Encuentro de Lesbianas, que se hizo en junio del año pasado, en la Facultad de IngenierÃa de la UNR. La trabajadora social MarÃa Eugenia Sarrias estuvo allà y está en el bar. Todas se rÃen cuando ella cuenta que llegó al taller de lesbianismo de aquel Encuentro, en 2003, y su única intervención provocó tanto crÃticas como desconfianza. "Sólo dije que no podÃa tener orgasmos", rememora. Gabriela, Ana y también Irene Ocampo, una de las coordinadoras de Rima y de las fundadoras de Las Safinas, recuerdan aquel taller. "Debe haber tenido muchas ganas de saber qué le pasaba, porque se animó a volver a ese lugar después de todo lo que le dijimos el primer dÃa", acota Irene. Asà fue. Desde otra lógica, menos atravesada por los discursos polÃticos, Natu dice: "Si llegás a un grupo de lesbianas y decÃs que no tenés orgasmos, cómo no te van a dar un lugar". Mariu (asà le dicen a Sarrias) contesta en su clave. "Yo no podÃa decir todo lo que me estaba pasando. AhÃ, en ese taller me sentà lesbiana. Me dije que lo era, y que se fuera todo a la mierda. Entonces, estaba casada. Empecé a vivirlo un año después. Primero me sentà polÃticamente lesbiana y después pude ejercitarlo", confiesa esta activista. Gabriela acota: "Al revés que todas nosotras".
La dinámica de la charla lleva por nuevos caminos. "Venimos todas calientes, las tortas nuevas", dice She, que un ratito antes se habÃa despachado -ante la pregunta por el descubrimiento de la identidad sexual con una frase antológica: "Yo me enamoré de la partera".
Las chicas son mucho menos solemnes que las históricas, no se nombran tanto como lesbianas y prefieren el término "tortillera". Y lo relacionan con el nombre de su banda, que el viernes actuó en la plaza Pringles, tras la Marcha del Orgullo. "Pobre Piba surgió de una charla. Todo el mundo te lo dice como algo patético, y nosotros lo dimos vuelta. Es como tortillera, todos lo mencionan como si fuera algo feo, pero nosotras estamos re contentas de serlo. Cambiamos el significado de las palabras", apunta Joina.
En la parte de la mesa donde están las cuatro más jóvenes se habla más de sexo. "La tortillera no se cansa nunca. Si se cansó la mano, sigue con la lengua, después con el codo, con el pie. Todo es bueno para la tortillera", dice She, casi al final. Sin embargo, cuando se les pregunta por las dificultades de hacer pública la identidad sexual, de nombrarse lesbianas, trazan una lÃnea bien clara. "Las pibas de ahora que transan entre ellas se definen como "pro". Es una moda. Soy pro y hago cosas locas. Es como una rebeldÃa, para romper esquemas. Después tenés la mina que es torta posta, y le cuesta porque hoy todavÃa está mal ser torta", sintetiza Joina. Y sigue con definiciones sobre la importancia de decir lo que se es. "Vos pensás que se lo tenés que decir a tus viejos y es un mambo negro, que se lo tenés que decir a tus amigas, y también, pero después se acostumbran, o tenés menos amigas", dice.
Desde la otra punta de la mesa, Mariú aporta que "está bueno que no haya estereotipos, porque si no, no somos libres en la construcción de la identidad". Sobre aquella idea de la vida "privada", que el feminismo y el lesbianismo cuestionan al considerar que "lo personal es polÃtico", todas apuntan que la visibilidad es una decisión personal. ¿Qué pasa cuando una mujer se acerca a Las Safinas y plantea que no quiere salir del closet" "El proceso pertenece a cada una. Nosotras no podemos decirle a nadie lo que tiene que hacer. Sà sabemos que la visibilidad te hace más feliz y es más saludable", dice Mariu. Irene aporta su visión. "Aunque te diga que está bien sin decirlo, después empiezan a aparecer otras cuestiones, como a quiénes pudo contarle a su alrededor. Ahà te das cuenta de que debajo de esa corriente superficial está corriendo otra cosa". Pero la mesa es diversa. "Yo la invito a venir a Rosario", responde Natu. Y She va más allá: "La invito a mi casa". Varias cuentan sobre aquellas lesbianas que conocen, y se esconden, y plantean que "muy lejos de cierto estereotipo que plantea el sufrimiento de la diversidad sexual "La boluda la padece". Asà dice Joaina sobre una vecina que no es visible. Y Mariu apunta otra cosa: "Cuando se dice que alguien es gay, se lo califica como divertido. Pero de la lesbiana, enseguida se plantea el asco. Por eso es difÃcil".
Para la "vieja guardia", las activistas históricas, un punto de quiebre fue la aparición de Ilse Fuskova en el programa de Mirtha Legrand, en 1991, cuando se definió como lesbiana. "Hasta ahÃ, nosotras pensábamos que tal o cual podÃa ser, nos identificábamos con Sandra y Celeste, pero nadie lo decÃa", cuenta Gabriela. Ana va más allá: "Yo tenÃa un archivo asà (señala una pila alta) con recortes de Marilina Ross". Haberse dicho lesbianas fue para todas una liberación. Más tarde, cuando están por despedirse, las más chicas ponen de nuevo su cuota de preclaridad. "Por supuesto que se apaciguó la dificultad de decir que sos lesbiana, pero sigue siendo difÃcil por la mentalidad de nuestros padres. Mi mamá todavÃa me dice que soy lesbiana porque los hombres nunca me trataron bien -dice Natu . Pero nosotras marcamos un antes y un después. Nuestros hijos van a pensar distinto. Yo puedo decirte que a Ilse Fuskova le costó por aquel entonces, en Buenos Aires, lo mismo que a mà en San Jerónimo Sur, un pueblo de 7.000 habitantes. Porque todo apunta a hacerse sentir la peor torta del pueblo".
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