¿Qué es el matrimonio? ¿Qué es la familia? ¿Son formas sociales naturales, universales? A estas preguntas se puede responder apelando a ciertos principios, apoyándose en ciertas ideologÃas, o recurriendo a los hechos empÃricos. La antropologÃa, desde sus orÃgenes, que ahondan en una curiosidad comparativa, fundada en una paciente búsqueda en lugares y culturas cercanas y lejanas, ha indagado en la naturaleza de los lazos primarios. El emparentarse es una constante que se encuentra en todos los grupos humanos, pero sus formas son de lo más variadas.
En culturas distintas a la nuestra, la filiación está frecuentemente separada del parentesco, es decir, no son los padres biológicos quienes crÃan a sus propios hijos. En muchas culturas son los tÃos -los hermanos de la madre- quienes cumplen con esa tarea. Aquà también existÃa esa institución y cada tanto resurge, como notaba Claude Lévi-Strauss en ocasión de la muerte de Lady Diana. En aquel caso, en el funeral, el hermano de ella se presentó como único posible tutor de sus hijos. Hay culturas en el sur de China donde la pareja conviviente está constituida por hermano y hermana, que hacen "fugaces" visitas nocturnas a personas del sexo opuesto con las cuales pueden generar una prole.
En definitiva, el núcleo familiar, como "casa", no es una forma universal: hay sociedades donde no existen las parejas fijas, hay familias poligámicas en el fondo del Amazonas o en Senegal y hay, obviamente, familias extendidas. Nosotros somos la excepción: la familia mononuclear -la soledad de marido, mujer e hijos- es una reciente invención. Para eso hizo falta el advenimiento del capitalismo y del trabajo asalariado, que ha destruido a la familia ensanchada, que era también una entidad económica, y que ha creado a la pareja como la conocemos hoy. Lo explicaba en un magnÃfico e inhallable libro, Género y Sexo, Ivan Illich. Lo nuevo es la idea de un núcleo aislado que deberÃa hacerse cargo de la formación de la prole.
En las sociedades tradicionales europeas y en las sociedades "indÃgenas" de otras culturas, la pareja está inserta en un complejo de redes de reciprocidad, en un mundo en el cual hombres y mujeres constituyen dos esferas con frecuencia independientes, con lengua, modales y obligaciones diferentes. La prole es confiada al grupo más amplio. Esto permite una elasticidad mayor que la nuestra en la constitución o en el desenvolvimiento de la pareja misma. Una sociedad aristocrática y compleja como la Tuareg aún hoy consiente una frecuencia extrema de divorcios -los cuales se festejan como si fueran matrimonios, es decir, nuevos comienzos-, mismo porque la prole no queda jamás confiada a la sola pareja. Illich decÃa que la pareja mononuclear es un monstruo del cual nunca antes se habÃa oÃdo hablar.
Yace, en el fondo, una pregunta importante: ¿Qué es lo que une a las sociedades, qué hace que no se dividan? Nuestra pobre respuesta hoy es: la pareja. La respuesta de otras sociedades ha sido: una unión que consiente el pasaje de sustancias, sean éstas lÃquidas -leche, agua, lágrimas-, nutrientes, emociones, palabras, experiencias, visiones, herencias en el sentido más amplio y en el más especÃfico. La sustancia que una generación pasa a la otra es similar y diferente a la que los hombres y las mujeres intercambian encontrándose. Se trata de afecto, de amor, de bienes, pero sobre todo de kinship, es decir, una unión de parentesco que es una invención cultural, que cambia de lugar en lugar, pero que es importantÃsima. Somos una extraña sociedad que privilegia el amor-pasión respecto al lazo de parentela.
En muchas sociedades modernas, como India y Japón, no corresponde al amor-pasión, aun si puede preverlo. Los matrimonios se combinan para que la unión sea estable y no fluctúe con los cambios de las emociones. En India dicen que su tipo de matrimonio es como poner fuego debajo de una olla de agua frÃa, mientras que el nuestro, occidental, serÃa como apagar el fuego que está debajo de una olla de agua caliente. Es verdad que nuestra sociedad, no obstante los reclamos de la Iglesia y de los nuevos fundamentalismos, hace constantemente grandes esfuerzos para no dividirse. Hoy, la palabra "pareja" se ha vaciado de gran parte del significado que aún podÃa tener en nuestra cultura hasta hace 20 años. En Europa, las formas de unión civil y los pactos de convivencia conocidos como Pacs y Dico, asà como los matrimonios entre personas del mismo sexo, enfrentan un problema jurÃdico, ligado a la herencia y a la comunión de bienes, pero no afrontan la sustancia empobrecida de la pareja. Porque en cualquier sociedad, el vÃnculo entre dos personas crea una circulación de sustancias para pasar a otras generaciones. De otra manera no nos "casamos" (y en las culturas primitivas y tradicionales el amor-pasión existe tanto y aún más que en la nuestra). Si nos "casamos" es para constituir un kinship, una unión que permita el pasaje de sustancias. Una de las sustancias principales en todas las culturas es el género. No es casual que se diga "generar", es decir, instalar a la descendencia en el género, en uno masculino o femenino. Qué tipo de sustancia de género pasan los padres de un mismo género a su prole es una pregunta embarazosa para quien lucha hoy por los Pacs o por los Dico, pero es necesario responderla. No basta con justificar la creatividad de un transgender o de un queer gender para evitarla.
Michel Foucault, que era un homosexual convencido y practicante, se peleaba ferozmente con quienes pensaban que inventar un nuevo género era como hacer un happening. Para él, los homosexuales eran hombres con gustos sexuales diferentes. En Francia, esta cuestión está en el interior mismo del debate feminista. Fue Marcela Iacub, antropóloga argentina del derecho, quien hizo notar que no se puede hablar tanto de respeto por las diferencias sexuales y luego ignorar su importancia en una cosa tan seria como la generación de la descendencia.
El hecho es que aquÃ, en torno a la familia, se juega el destino de nuestra sociedad, no en el sentido de que ésta sea hoy "degenerada", como dicen algunos, sino en el sentido más especÃfico de que aquà no se trata del derecho individual sino de transformar el derecho para que sea capaz de proteger realmente los vÃnculos que las personas producen durante su vida. Sabemos que somos monógamos en el presente y polÃgamos en el tiempo (la altÃsima tasa de separaciones lo demuestra). ¿Por qué no aceptar que somos una sociedad de muchos amores pero que asegura y protege los pasajes de sustancia que éstos producen, hijos, parientes, compras, amigos, bienes? Es posible, basta dar un paso más hacia adelante de la polÃtica pura.
*Mesa de Café "Dudemos del Progreso"
Traducción: Marisa Di Benedetto.
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