"Lo real en cuestión tiene el valor de lo que se llama generalmente un traumatismo. Hablo de lo real como lo imposible en la medida en que creo justamente que lo real, lo real es, debo decirlo, sin ley. El verdadero real implica la ausencia de ley. Lo real no tiene orden". Jacques Lacan.
Era una espléndida mañana de mayo por 1969. No existÃan las redes sociales. Ello no nos aislaba entre nosotros. Cada uno pertenecÃa a una agrupación de donde provenÃan sus raÃces polÃticas, aquellas que, por distintas razones, cada uno sostenÃa a modo de ideal.
Tres agrupaciones universitarias que conformaban por ese entonces el panorama universitario: Integralismo, Franja Morada y la FUC, cada uno convocó a todos los estudiantes a las puertas de la ciudad Universitaria, por ese entonces un claro descampado.
Al mismo tiempo los obreros saldrÃan de las fábricas y de sus sindicatos: AgustÃn Tosco. Era el hombre más honesto y sencillo que conocÃamos los estudiantes. René Salamanca, Elpidio Torres, Atilio López. Peronistas, radicales, socialistas.
Ese dÃa sentÃamos que pasarÃa a la historia. Una vieja antinomia sostenida por años, caerÃa. En mi infancia el grito se habÃa convertido en: "alpargatas sÃ, libros, no".
Ese dÃa, luminoso, acabarÃa con esa consigna perimida y obsoleta. Por qué no estarÃamos unidos todos los que padecÃamos una fuerte dictadura? La consigna serÃa esta vez: "el pueblo unido, jamás será vencido!"
Tres años antes, un 28 de junio de 1966, nos despertó una música que ya no deseábamos escuchar nunca más. La trompeta del ejército nos anunciaba por el decreto N 1 que el Presidente Ilia habÃa sido obligado a retirarse de su cargo.
Ese mismo dÃa, los estudiantes salimos a la calle. Eramos aún ingenuos. Obispo Trejo y 27 de abril fue el lugar de la concentración y la desconcentración. Vimos llegar a la caballerÃa, mientras estábamos sentados en la calle en protesta contra el golpe de estado. Pensamos que si cantábamos el himno se detendrÃan. Asà que empezamos a entonar las primeras estrofas. Eso pareció enfurecerlos aún más y cargaron contra nosotros. Alguien, hasta el dÃa de hoy no sé quien ha sido, me protegió de los sablazos, recibiéndolos él, mientras sólo recuerdo la cara del caballo muy cerca de la mÃa. Me tiraron dentro de un almacén donde ahora está El Ruedo. Quedé ahà hasta que pude volver a mi casa. Fue el preludio de lo que vendrÃa después. Salir todos los dÃas, correr, evitar los golpes, evitar la "cana" hasta un oscuro dÃa de setiembre al frente de Cinerama, un policÃa baleaba y mataba a un estudiante: Santiago Pampillón. Golpe duro.
Tres años después la lucha no habÃa concluido, todo lo contrario, pero ese dÃa del 29 de mayo, pasarÃa a la historia como el Cordobazo. Entusiastas jóvenes y entusiastas obreros, lucharÃamos sin armas contra la dictadura de OnganÃa.
Pronto las columnas llegaron a lo que era la vieja Plaza Vélez Sarsfield, no habÃa fuente ni shopping. Allà nos estaban esperando, la policÃa cargó, un disparo se escuchó. Nadie veÃa nada, pero empezamos a correr para todos lados, un obreroestudiante habÃa caÃdo esta vez: Máximo Mena.
Nuestras armas, las canicas de colores de los chicos para que los caballos resbalasen, los "miguelitos" para "pinchar" las gomas de los colectivos de donde bajaban los policÃas. Ellos disparaban pero esta vez, habÃa algo más que nos sostenÃa, no les serÃa tan fácil. El gobierno dio la orden al ejército de que ingresara a Córdoba. A las 5 de la tarde llegarÃan los tanques. Nadie se amilanó. Simplemente dejamos las calles desiertas. Subimos a las azoteas de los edificios y golpeábamos cacerolas. Tal vez hayan sido los primeros cacerolazos.
Se quemaron cubiertas, algunos más audaces rompieron lugares emblemáticos de lo que llamábamos "el imperialismo yanquee": Xerox, IICANA y un lugar de concesionaria de autos.
Ninguno de nosotros tocó ni un papel. Eramos muchos, cientos, nadie tocó ni la hojita de un árbol para llevarse a la casa. Otro era el motivo. Otra la ética que nos sostenÃa. Tres dÃas tardaron en reprimirnos.
Ese acto, tenÃa un horizonte ético y épico: acabar con la dictadura de OnganÃa. "Nunca más", decÃamos. No ha sido asÃ.
Tal como lo dice Jean-Claude Milner, las paradojas del lÃmite y del sin-lÃmite.
La violencia es un hilo de Ariadna que atraviesa nuestra historia argentina, cuando las garantÃas constitucionales fallan. En el lÃmite encontramos la ética. En el sin-lÃmite encontramos el caos, el horror.
Cuarenta y cuatro años después nos encontrábamos en la misma ciudad pero esta vez, sinlÃmites. Tierra de nadie. La ciudad de la vergüenza. Robos, saqueos, civiles armados, palos, golpes, contra qué?, contra quién? El horizonte de matar siempre como posible. Malones de la furia, represores con furia, ciudadanos contra ciudadanos. Fuera-delapolÃtica, pero en el corazón más Ãntimo de la polÃtica, como continúa diciendo Milner, a falta de hablarse, surge la forma de lo que en ninguna lengua tiene nombre: un real sin nombre. Una pregunta. Cómo fue que llegamos a este punto? La congoja en el alma, la angustia tomando el cuerpo.
*Psicoanalista. Miembro EOL Córdoba.
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