"Los piropos son creaciones poéticas espontáneas. No retrocedamos ante el calificativo de poesÃa para esta actividad humilde y cotidiana, ya que la poesÃa no es más que una determinada operación de modificación del código cotidiano". (J-A Miller)
A raÃz de un lamentable comentario vertido por una figura pública se han suscitado una serie de pronunciamientos acerca del derecho que tendrÃa -o no- un hombre de expresar una opinión espontánea al paso de una dama, eso que comúnmente se llama piropo. Abuso de poder, intrusión, invasión del espacio propio, son algunos de los puntos principales señalados en las crÃticas, y con los cuales acuerdo plenamente. Me gustarÃa aportar, desde el punto de vista psicoanalÃtico, los resortes subjetivos que hacen del piropo un ejercicio del poder machista o quizás, en algunos casos y dadas algunas condiciones, la oportunidad para el encuentro entre dos personas; sea éste el esbozo de una sonrisa o el cruce de una furtiva mirada.
Hace unos años se escuchaba una canción denominada "Raquel" ("Yo la querÃa encarar/ ¡Ay! pero solo, no me animaba./ Fui hasta el café, busqué a mis amigos/ Y... La encaramos en barra", dice la canción de Los Auténticos Decadentes). La letra referÃa la experiencia de un adolescente, tan fascinado con la figura de una mujer, que al final decidÃa encararla "en barra", es decir: junto a su grupo de pares. Si bien la canción ilustraba la impotencia de un joven frente a esa mujer cuya presencia y belleza la volvÃa casi inalcanzable, sostengo que un varón de cualquier edad padece la misma intimidación ante la dama que, en su fantasÃa, se le torna imposible. Propongo considerar entonces que la enunciación que ofende o incomoda está formulada por el hombre que no ha podido separarse de su grupo imaginario de adolescentes: ése que sigue encarando en "barra", cualquiera sea la circunstancia y la mujer destinataria de su piropo.
De esta manera, el insulto, groserÃa o frase fuera de lugar, serÃan la cara oculta de la minusvalÃa que sufre el macho cuando no puede tomar distancia de El Hombre, esa impostura que marca lo que se espera de él. (Por ejemplo: ser ganador, canchero, y sobre todo: jamás pasar por boludo). Lacan lo dice con todas las letras al referirse, en cambio, al varón que por amor es capaz de "renunciar a la función fálica", es decir: la posición propia de quien puede hacer diferencia respecto al universal masculino.
Porque si bien es cierto que "un hombre se hace El Hombre por situarse como Uno -entre- otros, por incluirse entre sus semejantes", cuando de encarar una dama se trata; allà un hombre está solo con su deseo, sin garantÃas. No por nada, Gelman decÃa: "y tu cuerpo era el único paÃs en el que me derrotaban". Sin necesidad de lucir dotes de poeta, quizás sea éste el tono y la enunciación que habilita el respeto que ellas reclaman. La frase, o incluso la mirada, que agasaja el misterio que lo propiamente femenino encarna en el instante en que un hombre admite caer derrotado.
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