En plena movida veraniega quizá no sea mala idea tomarnos un momento para pensar las vacaciones bajo un sesgo menos explorado y que nada tiene que ver con los consejos utilitaristas (acerca de qué hacer, cómo hacerlo y cuándo) que pululan en los medios, cuando no en boca de los propios profesionales de la salud. PropondrÃa, entonces, situar a las vacaciones como un acontecimiento que navega entre la utopÃa y lo que el pensador francés Michel Foucault ha dado en llamar las heterotopÃas. La utopÃa, por un lado, como todos sabemos, alude al no lugar, lo que no tiene lugar, según la traducción que Quevedo hacÃa de la voz griega de la que deriva el término. Un lugar utópico es un lugar inalcanzable como tal y que, sin embargo, no cesamos de buscar. Esto ha hecho que los poetas de nuestro tiempo entronicen la utopÃa en sus versos (tal como es el caso del compositor Joan Manuel Serrat: "Ay, utopÃa, dulce como el pan nuestro de cada dÃa").
Lo cierto es que, efectivamente, hay un lazo entre las vacaciones y esta idea de la utopÃa como un lugar no localizable pero que nos mueve, que buscamos incesantemente. Las vacaciones están estrechamente ligadas a los lugares. Si bien es cierto que como perÃodo de descanso no presuponen necesariamente un viaje (habrá que esperar al Imperio Romano y la construcción de ciertas rutas comerciales y de transporte para que se instale la idea de los viajes de placer), siempre se trata de un lugar. Pensemos, por ejemplo, en los baños públicos de la Antigua Grecia o en las termas romanas; es decir, los lugares de esparcimiento y de ocio que siempre han existido pero que han ido mutando con las épocas. Con todo, con sus variantes, lo que persiste es la idea de que hay un lugar para descansar. Pero ¿cuál es ese lugar? ¿Existe? ¿Hay que construirlo? Porque si soñamos con descansar, es porque no descansamos habitualmente. De allà la ligazón, también, entre las vacaciones y el trabajo. No se pueden entender las vacaciones sin el correlato del mundo del trabajo (podrÃamos afirmar incluso que sin trabajo no hay vacaciones, pero también que sin vacaciones no hay trabajo). En una sociedad como la nuestra, que organiza su economÃa en torno al mercado laboral, donde trabajamos "en el mejor de los casos" la tercera parte del dÃa, el derecho al descanso fue ganando lugar en la historia. De allà que algunos autores consideren, no sin razón, a las vacaciones como una conquista de los trabajadores (en una expansión que comenzó con las clases pudientes y que hoy llega a los sectores más populares). No olvidemos, dicho sea de paso, que el derecho laboral (que regula estos perÃodos de descanso), es una parte del derecho civil y que, como tal, es relativamente reciente su legislación en materia de vacaciones. En paÃses como España, la reglamentación (primero siete dÃas, luego catorce, veintitrés, hasta llegar a los treinta dÃas anuales) no tiene aún un siglo. Es poca historia para la humanidad.
El asunto es que, hoy por hoy, esa conquista es bastante discutida. Con los Ãndices de desempleo a nivel mundial (las sarcásticamente llamadas vacaciones forzadas) y el número creciente de trabajo precario (en negro, sin regulación jurÃdica), para algunos las vacaciones son, verdaderamente, una utopÃa económica. Pero también esa conquista de las vacaciones, se monta sobre otra conquista, que es la conquista del trabajo sobre el hombre. Esto que Marx previó antes que nadie y que llamó el carácter alienante del trabajo: el hombre sólo es hombre cuando no trabaja. Hay algo, entonces, en la idea de las vacaciones que busca recuperar la humanidad que resignamos al trabajar (por eso no es extraño que la gente se sienta extraña en vacaciones, como si fueran otros, otros distintos de los que son el resto del año).
No hay que ir muy lejos, ni en la geografÃa ni en la historia, para comprobar que hubo y hay sociedades (las mal llamadas por dirvesros estudios como sociedades primitivas) donde el ocio ocupa un lugar mucho más preponderante que en la nuestra (pienso en el excelente trabajo de Pierre Clastres sobre La sociedad contra el Estado).
Ahora bien, si el ocio, el esparcimiento, el descanso, son tan primordiales, ¿por qué no darle más cabida, más espacio, multiplicar nuestros momentos de ocio cotidiano? Algo de esto es posible, sin duda, pero ocurre que muchas de nuestras llamadas actividades ociosas son pagas, en el doble sentido de que son pagadas y de que pagamos por ellas. Paradójicamente, y esto es una genialidad del sistema capitalista, pagamos para descansar, ya que si bien las vacaciones son pagas (desde el punto de vista del derecho laboral), también las pagamos; es decir, reinvertimos ese dinero en el descanso.
*Psicoanalista. Especialista PsicologÃa en Educación. Docente, investigador Facultad de PsicologÃa (UNR) y Escuela de PsicologÃa del (IUNIR). Fragmento nota Enero 2015.
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